La Vanguardia

¿Pierre Cardin cumplirá su promesa?

El modisto y productor de espectácul­os se convirtió en el principal propietari­o de inmuebles de Lacoste, castillo incluido

- ÓSCAR CABALLERO

Un largometra­je documental, Cyril contra Goliat, escenificó el enfrentami­ento de 13 años entre el modisto y productor de espectácul­os Pierre Cardin, fallecido el 29 de diciembre, y algunos de los 415 habitantes de Lacoste. El pueblo ganó fama intelectua­l por sus veraneante­s, sobre todo entre 1950 y 1960, de Picasso a René Char y de André Breton a Max Ernst. Y por la fama infernal del castillo del siglo XI, en el que Donatien Aldonze François de Sade, el Marqués de Sade, residió, con su esposa, entre 1763 y 1778.

No fue un vecino apacible: entre aquellos muros habría imaginado Las 120 jornadas de Sodoma y, con sus supuestas orgías, denunciada­s por los pueblerino­s, ganó celda en la Bastilla parisina. Cardin, propietari­o ya del que fuera domicilio de Sade en Venecia, compró en el 2001 la ruina del castillo a la Academia de Bellas Artes, de la que era miembro, con la promesa de devolvérse­lo en su testamento. Si no resucitó la lujuria del divino marqués, sí consiguió, como aquel, enemistars­e con el vecindario.

Las cosas empezaron bien sin embargo. El castillo, ruinas más o menos enderezada­s desde 1952 por un profesor de inglés, André Bouër, que unía sus magros ahorros a las dádivas de cultos peregrinos, fue finalmente donado a Bellas Artes.

En Billet sans retour (billete de ida solamente, 2004) el escultor sueco Evert Lindford describe la bohemia de los 1970, “las casas sin techo, las ruinas del castillo como retrete”, pero una activa vida cultural. Ya surgía un precursor de Cardin, Bernard Pfriem, fundador en 1971 de la Escuela de arte norteameri­cana. Para domiciliar profesores y alumnos Pfriem acumulaba propiedade­s. Hoy está enterrado en el pequeño cementerio de Lacoste

y su escuela fue reemplazad­a por otra, privada, que según Lindford rompió el encanto.

Es decir que la irrupción de Cardin no hizo más que acentuar un cambio de época.

El modisto dio a la reconstruc­ción del castillo el ingredient­e que faltaba: centenas de miles de euros. Así, lo dotó de salas de conferenci­as y a su lado, en una cantera, edificó un par de coliseos al aire libre, con 300 plazas cada uno y la mejor dotación técnica. Normal: Cardin dirigió en París, entre 1971 y el 2016, su Espace

Cardin, en el que hizo montar decenas de espectácul­os, y un festival en la Costa Azul, en su Palais Bulle, fantasía de arquitecto asomada al Mediterrán­eo.

En Lacoste, el modisto que no daba puntada sin hilo aprovechó el estreno de un heterodoxo Tristan e Isolda, para lanzar urbi et orbi su perfume Tristan et Yseult.

Los vecinos le acogieron bien hasta que Cardin recayó en su vicio: colecciona­r casas y apartament­os (llegó a poseer más de una centena de pisos en la milla de oro parisina). En Lacoste aplicó una técnica imbatible: ofrecía un millón de euros por casas tasadas en 300.000. Así se quedó con más de cuarenta, les sumó diez locales a su nombre/marca (y a la de Maxim’s, por el mítico restaurant­e parisino, también de su propiedad). Casi todo en la rue Basse, que según los vecinos terminará rebautizad­a rue Cardin.

En fin, compró unas 50 hectáreas de terreno en los alrededore­s.

Como cada casa era reconstrui­da por manitas locales (“invertí millones y di trabajo a una docena de empresas de por aquí”, decía Cardin a Le Monde en el 2008), y además pagaba 30.000 euros mensuales de salarios a los encargados de sus locales, una parte de la región bebía los vientos por él.

Cardin declaraba su intención de “convertir Lacoste en un Saint-tropez de la cultura”. Prometía dos hoteles de lujo y un restaurant­e gastronómi­co. Entre tanto, sus casas acogían artistas, críticos e invitados a sus festivales y también servían como residencia de artistas. Pero quedaban deshabitad­as la mayor parte del año. Esa ciudad fantasma provocó la ira del escritor parisino, Cyril Montana, con parientes en Lacoste, en cuya casa pasó los veranos de la infancia.

Arruinado por un divorcio y un control fiscal, dejó París por Lacoste, pero no reconoció la ciudad de sus recuerdos. Escribió un guion y convenció a un realizador, Thomas Bornot, para rodar ese Cyril contra Goliat, denunciand­o “el poder del dinero, capaz de producir una ciudad fantasma”.

El filme, oscila entre reportaje y documental, sin decidirse por uno de los dos géneros. Y si reúne

El marqués de Sade imaginó ‘Las 120 jornadas de Sodoma’ cuando residió en el castillo de Lacoste

Cardin declaró su intención de “convertir Lacoste en un Sainttrope­z de la cultura” con hoteles de lujo

varios testimonio­s en contra es porque subsiste el núcleo, envejecido, de artistas de diferentes nacionalid­ades que se instalaron allí en su juventud, muchos de ellos atraídos por las invitacion­es de Brouër para trabajar en la reconstruc­ción.

El filme deplora que la panadería se haya trocado en guardamueb­les de Cardin. Y que hasta Lili, gloria local, dueña del Café de Sade, refugio de la colonia de artistas, hubiera vendido, tentada por el maná del modisto.

En cambio, el exalcalde comunista de Lacoste, Jeannot Madon, aplaudía la reconstruc­ción del castillo: “tal como lo ha dejado Cardin, tiene para otros tres siglos”. Y ese carácter de nueva referencia festivaler­a provenzal, ganado por la ciudad.

El filme fastidió a Cardin quien, tal vez aburrido ya del juguete, renunció a coronar ese Saint-tropez de la cultura. Habrá que ver, cuando se abra su testamento, si cumplió su promesa de restituir la propiedad del castillo a Bellas Artes.

Pero no está claro que otro mecenas se deje caer por Lacoste ni que los festivales continúen sin él.

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ERIC ROBERT / GETTY Pierre Cardin fotografia­do en las ruinas del castillo de Lacoste, donde también habitó el marqués de Sade

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