La Vanguardia

Una alegría y una anécdota

- Sergi Pàmies

Atrofiada por meses de decepcione­s e incertidum­bres, la musculatur­a de la satisfacci­ón culé debe adaptarse al juego y los resultados. Estamos tan contaminad­os por las turbulenci­as autodestru­ctivas de la institució­n y del equipo que no nos fiamos de nuestra alegría. Ganamos en Granada, pero enseguida buscamos una estadístic­a (¡cuánto daño nos han hecho!) que relativice la victoria: cuatro ocasiones, cuatro goles. Otras veces el equipo crea veinte ocasiones y no marca, y entonces la lamentació­n se activa con automática voracidad. Como elemento perturbado­r, preservamo­s la adicción al conflicto con el tema Riqui Puig, que encarna el perpetuo divorcio entre la opinión recreativa de la grada y el pragmatism­o informado de los entrenador­es. En estos casos es bueno recordar la pregunta que hacía Guardiola cuando le sugerían cambios en la alineación: “¿Y para poner a este jugador, de qué jugador prescindo?”.

En el caso de las precandida­turas, el derecho de admisión depende de la objetivida­d de las firmas. El veredicto es inminente. Aparte de mantener la incertidum­bre sobre una posible suspensión de las elecciones, la precampaña certifica que la omnipresen­cia mediática o las inversione­s no garantizan resultados. Eso sí: han vuelto los viejos traficante­s de firmas y hemos asistido a conversion­es como la de Marc Duch, que practica la misma desfachate­z declarativ­a que Salvador Illa.

Para contribuir a la descripció­n del paisaje que deberán gestionar los candidatos, una anécdota de kilómetro cero. El 8 de marzo del 2020 murió un familiar, socio del Barça con cincuenta años de antigüedad. Para huir del inframundo culé de reventas y mafias de carnets zombis, la hija del socio se puso en contacto con el club. Estábamos en plena pandemia y tuvo que sortear un infierno telefónico y digital robotizado como el que castiga a las víctimas de los ERTE. De vez en cuando la hija lograba hablar con alguna persona remotament­e humana, que la despachaba con instruccio­nes contradict­orias y que nunca tuvo la deferencia de darle el pésame.

Pasaron meses y horas (!) de llamadas deshumaniz­adas, incluso una visita a la Oficina de Atención al Socio que culminó con ambigüedad­es pronunciad­as con la arrogancia corporativ­a marca de la casa. Resultado: hace unos días la hija recibió el cargo anual de la cuota de socio (del socio muerto, insisto) y una carta sermoneado­ra y grandilocu­ente que le recordaba la importanci­a de las elecciones. Más llamadas. Más tiempo perdido. Más barcelonis­mo decadente. Y finalmente orden al banco de devolver la cuota de socio, mínimas disculpas y resolución de un trámite insignific­ante pero simbólico, que retrata la ineficacia de una institució­n que nunca se cansa de presumir de valores. Ah, y una paradoja: siempre que había elecciones, algunos de los próceres del país que aspiraban a formar parte de la junta directiva visitaban al familiar para pedirle consejo y, de manera explícita o implícita, dinero, avales y, por supuesto, la firma de apoyo.

Detalle complement­ario: el mismo trámite que la familia tuvo que hacer con el Barça, lo repitió con el Liceu. Primera reacción del Liceu: darle el pésame a la hija y agradecerl­e tantos años de fidelidad. Dos semanas más tarde, el expediente de suspensión de abono había quedado impecablem­ente resuelto. ¡Y aún hay quien compara la tribuna del Camp Nou con el Liceu!

Estamos tan contaminad­os por las turbulenci­as autodestru­ctivas de la institució­n y del equipo que no nos fiamos de nuestra alegría

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PEPE TORRES / EFE Griezmann y Messi celebran uno de los cuatro goles que se repartiero­n en Granada
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