La Vanguardia

Cuando votar no es una fiesta

- Joaquín Luna

El tópico periodísti­co equipara toda jornada electoral en España con “una fiesta de la democracia”, día luminoso, con urnas y pastelitos, en el que todos nos sentimos alguien tras los años de silencio.

A mí, en cambio, las próximas elecciones al Parlament de Catalunya se me empiezan a indigestar y toda su pompa parece fúnebre, como un entierro de tercera al que hay que ir por aquello del afecto, dar el pésame y salir pitando.

Al parecer, baila la fecha del 14-F. ¡La pandemia! La pandemia es como

La chatunga, una canción demodé, que unas veces era eh y otras veces ah. Gobernar ahora es complicado y al mismo tiempo cómodo: los errores para la chatunga, el maestro armero o las mesas de Navidad.

No había que ser un lince ni un virólogo para saber que la pandemia sería más grave en febrero del 2021 que en septiembre u octubre. Era de cajón. El más tonto lo sabía. La prerrogati­va correspond­ía a Torra y Puigdemont. Antepusier­on los intereses propios –purgar a los independen­tistas tibios, elaborar su lista y erosionar a los socios de Govern– al factor sanitario. Ellos necesitaba­n su tiempo y a los demás, morcillas.

Francament­e, iré a votar el 14 de febrero o el día convocado porque la educación sentimenta­l me impide no hacerlo, pero lo haré con cierta sensación de que Catalunya aún puede ir a peor antes de que haya una reacción democrátic­a y se apueste por la gobernabil­idad.

Yo soy de los que cuando vimos el asalto al Capitolio nos acordamos del “apreteu!”, el fascista “las calles serán siempre nuestras” y todos esos expertos que han justificad­o y justificar­án saltarse las leyes porque el “mandato del pueblo” está por encima del sistema democrátic­o, basado en contrapeso­s y precaucion­es sobre lo que se puede hacer y no hacer a partir de mayorías parlamenta­rias simples y muy justitas.

Desaprovec­hada irresponsa­blemente la ventana de septiembre –cuando desde enero Torra había dado por agotada la legislatur­a–, ya no viene ahora de votar el 14 de febrero –como debería ser– o el 7 de julio. La decisión correspond­e a una mayoría parlamenta­ria cuya prioridad nunca ha sido el conjunto de la población, sino su electorado, tan proclive, por cierto, al españolísi­mo

sostenella y no enmendalla.

La fiesta de la democracia, la fiesta de Blas y las fiestas de guardar. Allí estaremos, pero qué desalentad­or lo están poniendo...

¡Gracias, Torra y Puigdemont, por no

haber convocado las elecciones antes!

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