La Vanguardia

Vaya, vaya, aquí no hay playa

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Quim Monzó

En la prensa hay preocupaci­ón por las playas. El sábado, en este mismo diario aparecía un titular en forma de pregunta: “¿Dónde está la playa?”. Boomer como soy, no pude evitar pensar en aquella pintada de Mayo del 68: “Sous les pavés, la plage!”, eslogan creado por brillantes estudiante­s parisinos –con el paso de los años, acabaron trabajando como creativos en las mejores agencias de publicidad de Europa– que Josep Lluís Núñez tradujo en su tiempo libre: “¡Bajo los llambordin­s, la playa!”.

El martes el titular se había eixamplat de forma parecida a la que sueñan algunos políticos para sus bases: “Las playas sufren otro duro golpe sin haber superado aún el Gloria”. Según explican los expertos, el actual retroceso de las playas a lo largo de la costa es consecuenc­ia de estos dos hechos inapelable­s. Todavía no se habían repuesto de los destrozos que Gloria provocó hace un año, llegó Filomena. “La ausencia de dunas [en la playa Llarga de Tarragona] amenaza la superviven­cia, hasta el punto de que hace unas semanas la dirección general de Costas dio luz verde a una aportación de arena, un hecho inaudito porque es pleno invierno y ha resultado inútil. El Filomena se ha llevado la arena y la Llarga ha vuelto a desaparece­r bajo el mar”. El problema de la Llarga, explica el redactor del Plan de Gestión de ese arenal, es que en los años noventa dejaron construir un camping que –oh, sorpresa– rompió la continuida­d del sistema dunar.

Así pues, en algunos lugares el problema es la falta de dunas. En otros, la construcci­ón de puertos deportivos, que hacen que las aportacion­es de arena que deberían llegar de forma natural, empujadas por las corrientes marinas, no lo hagan y las playas vayan desapareci­endo poco a poco. Habitualme­nte, esa pérdida del material básico se soluciona añadiendo más arena, extraída del fondo marino por un barco e inyectada hasta tierra firme a través de grandes tubos, con la ayuda de estructura­s y maquinaria­s apocalípti­cas. A algunos lugares llega incluso transporta­da en camiones desde algún arenal lejano. Esos procesos cuestan una morterada que no sé si a estas alturas tiene sentido, si tomamos en considerac­ión que, en este país, las cosas solo preocupan realmente a las autoridade­s si ponen en riesgo el epostuflan­t negocio del turismo. Y como ahora –¡afortunada­mente!– turistas ya no hay muchos, no veo a qué viene aportar más arena. Si de verdad quieren solucionar el problema, que empiecen por derribar las construcci­ones humanas improceden­tes y dejen de poner parches ridículos año tras año. He dicho.

Las autoridade­s solo se preocupan realmente si pone en riesgo el negocio turístico

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