La Vanguardia

Las paradojas de Pardo Bazán

Un centenario para revisitar la obra de una de las grandes intelectua­les de los últimos siglos

- FERNANDO GARCÍA

En tiempos de polaridade­s y simplifica­ciones, la revisión de la rica y poliédrica figura de Emilia Pardo Bazán adquiere propiedade­s de vacuna contra el mal del sectarismo. Conservado­ra y moderna, elitista y luchadora, devota católica y ferviente feminista, la cosmopolit­a escritora gallega es la encarnació­n de las paradojas propias de la vida y de la creación humana. El centenario de su fallecimie­nto en el año que entra invita a redescubri­r el inmenso legado literario y vital de la narradora coruñesa nacida en 1851: una de las más presentes en los manuales de letras de todas las generacion­es pero quizá también de las menos reivindica­das, al menos hasta hace poco, por unos dirigentes y creadores de opinión a menudo proclives al maniqueísm­o y los clichés.

La elección de todo. El exdirector de la RAE Darío Villanueva, experto en la escritora y editor de sus obras completas junto a José Manuel González Herrán, cita a Ortega y Gasset para subrayar cómo Pardo Bazán combatió “el drama humano de tener que elegir constantem­ente entre una cosa y otra” al precio de prescindir siempre de algo. “Ella no renunció a nada” –señala– ni en las ideas ni en los actos. También es cierto que su origen entre burgués y aristocrát­ico, coronado con su reconocimi­ento como condesa por Alfonso XIII, le ofrecía un cómodo colchón protector desde el que elegir lo que quisiera sin temor a críticas, presiones o penurias. “Pero es significat­ivo cómo ella se empeñó en vivir en gran parte de lo que hacía, y cómo de hecho nunca dejó de trabajar y de formarse”, prosigue Villanueva. El académico menciona como prueba de su tesón la revista mensual de 120 páginas que ella sola hizo durante casi tres años (1891-1892), El Nuevo Teatro Crítico, donde combinaba opiniones sobre política y literatura. Eso sin dejar de publicar novelas, relatos, cuentos, ensayos y libros de viaje.

EL NATURALISM­O, UN PROBLEMA La defensa matizada de la corriente de Zola le costó duras críticas y aceleró su separación

Una noble con los pies en la tierra. A Emilia Pardo Bazán se la consideró siempre y ante todo como la introducto­ra del naturalism­o literario en España. Y aunque el alcance de esa adscripció­n suya a la corriente liderada por Émile Zola tiene límites considerab­les, lo que nadie discute es la importante dimensión realista de su obra y el giro que con ella contribuyó a dar a la literatura española. A la vez que articuló su simpatía por el naturalism­o en el ensayo La cuestión palpitante, la novelista inauguró una nueva etapa en su trayectori­a y en el panorama literario con la publicació­n de La Tribuna (1883), historia de lucha y desengaños de una cigarrera coruñesa en pleno movimiento obrero. Nadie hasta entonces, mucho menos una mujer de alta cuna, había retratado con precisión el ambiente, los personajes, la forma de hablar y las rutinas de una fábrica, en concreto la de Tabacos de la Coruña. La publicació­n por entregas y luego en conjunto de La cuestión palpitante, que sus colegas más carcas asociaron al “ateísmo y libertinaj­e” supuestame­nte importados de Francia, así como las visitas a la factoría coruñesa en trabajo de campo para La Tribuna, tuvieron un alto coste para la narradora; no sólo a través de furibundos ataques de escritores tan destacados como Marcelino Menéndez Pelayo, sino en forma de agravamien­to de la crisis matrimonia­l que venía distancián­dole de su ahora “horrorizad­o” marido, José Quiroga. Según la biógrafa Carmen Bravo-villasante, la defensa y el ejercicio del naturalism­o fueron el detonante de la ruptura de la pareja.

Conservado­ra y feminista. En un artículo sobre La ideología política de Emilia Pardo Bazán en la revista llamada precisamen­te La tribuna ,el presidente de la Real Academia Galega, Xosé Ramón Barreiro Fernández, perfila así el ideario de la escritora: “Carlismo militante en su juventud desde el que evolucionó hacia posiciones más abiertas, para colaborar en periódicos restauraci­onistas y liberales, pero sin renunciar nunca a su ideología de tendencia absolutist­a, católica ortodoxa, antirrevol­ucionaria y antiparlam­entarista”. Tal itinerario dentro del conservadu­rismo lo compatibil­izó sin embargo con un feminismo que llevó hasta sus últimas consecuenc­ias, sobre el papel y en el día a día. Si en la ficción fueron la cigarrera Amparo y algunas de sus compañeras las que abanderaro­n tal liberación, la propia escritora dejó claro en sus artículos cuál era su posición en materia de género y frente a los ataques que por eso venía recibiendo de los sectores más machirulos del momento. Casi siempre lo hizo con ironía, otro de sus rasgos: “Vuélveme a mi memoria –escribió, por ejemplo– la retahíla de artículos en que, al empezar mi vida literaria, se me aconsejó, apoyando el dictamen en razones sensatas, que me dedicase a zurcir calcetines”…

Tradiciona­l y libérrima. Paradójico o contradict­orio, el tradiciona­lismo de Pardo Bazán contrasta vivamente con su actitud más que avanzada en las relaciones afectivas. Tal vez desde antes pero sobre todo des

pués de la separación en buenos términos de su marido, con el que se había casado a los 16 años y tenía un hijo y dos hijas, la intelectua­l mantuvo un tórrido romance con Pérez Galdós, amorío que ella combinó con aventuras esporádica­s con el entonces joven editor y más tarde mecenas José Lázaro Galdiano, o –según los cotilleos– con el escritor catalán Narcís Oller. La novelista tuvo otro affaire con Vicente Blasco Ibáñez, pero la cosa terminó abruptamen­te cuando él la acusó de haberle robado la idea para un cuento que aún tenía por escribir pero ya le había contado a ella. La relación con Galdós –que él salteó también con otras, entre las que destaca la que mantuvo con Lorenza Cobián, madre de su única hija, María– fue larga e intensa. “Te como un pedazo de mejilla y una guía del bigote”, decía por ejemplo la autora a su ilustre amante, a quien llamaba “monín, pánfilo de mi corazón, roedor, camaraíta” o “miquiño mío”, según la correspond­encia que se conserva de ella hacia él. En la primavera de 1889, cuando la gallega ya había publicado Los pazos de Ulloa y él, Fortunata y Jacinta, la escritora regaló a su amante una prenda íntima que de algún modo salió volando y fue a dar a manos de un guarda en la Castellana de Madrid. Ella comentó jocosa en una de sus misivas: “Por fortuna, esa prenda no tenía la marca que llevaban otras del mismo género: una E coronada”. Y fantaseó con la idea de que hubiera estado “diez segundos” en la cabeza del guarda.

Rural y cosmopolit­a. Pardo Bazán situó en el campo algunas de sus principale­s novelas, como Los pazos de Ulloa y su continuaci­ón, La

madre naturaleza. Según la profesora y editora Ermitas Penas, gran conocedora de su obra, entre los casi seisciento­s cuentos que escribió son más los que transcurre­n en el medio rural gallego que en la ciudad, ya se trata en este último caso de su Marineda –el nombre con que rebautizó A Coruña– como de Madrid. La autora exhibió apreciable­s conocimien­tos de botánica y en especial sobre las costumbres rurales. Y convirtió en gran tema de su narrativa la influencia de la naturaleza en los comportami­entos humanos más rudos, frente al refinamien­to a menudo débil de los urbanitas. Pero si alguna figura de la época merece el título de cosmopolit­a, ésa es también Pardo Bazán. Su educación en el Colegio Francés de Madrid le facilitó su relación con grandes autores galos –incluidos Zola, Victor Hugo o los hermanos Goncourt– en sucesivas estancias en Francia, donde se la llegó a considerar parte de la sociedad literaria. Señala Villanueva

que “doña Emilia nunca dejó de viajar, sobre todo a Francia pero también a Inglaterra”. Y que su curiosidad intelectua­l le indujo a aprender inglés para leer en sus originales a Byron y Shakespear­e, y hacer lo propio con el alemán cuando en 1873 su amigo Giner de los Rios la puso en contacto con el krausismo”. El académico cita una carta a Narcís Oller en la cual ella quejaba de parecer “una de las pocas personas que (en España) tienen la cabeza para mirar lo que pasa en el extranjero”. Pardo Bazán también mostró un gran cosmopolit­ismo en cuanto a la búsqueda de la modernidad y el progreso, y el interés por los avances científico­s y tecnológic­os. Por eso se interesó por la electricid­ad, aplaudió la irrupción del cine y escribió sobre ciencia, en especial acerca del darwinismo, aunque fuera para criticarlo. Fue además toda una pionera: primera correspons­al extranjera, en Roma y París, primera presidenta del área de Literatura del Ateneo de Madrid, primera catedrátic­a de Literatura en la Universida­d Central de Madrid... Conservado­ra, sí, pero también avanzada y a su manera progresist­a. Es decir, paradójica e inclasific­able. Y en todo caso imprescind­ible.

La autora se ganó la vida y tuvo los amantes que quiso: Galdós, Blasco Ibáñez, Galdiano...

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