La Vanguardia

Los distintos

- Joan Josep Pallàs

Hay muchas maneras de medir la importanci­a de Leo Messi. Por reconocimi­entos y estadístic­a está todo dicho. Lleva seis Balones de Oro y se ha cargado hace poco un récord goleador del mismísimo Pelé. Hay otra manera más casera pero igualmente útil de hacer ese tipo de cálculos. Le comunicas a tu hijo adolescent­e que Messi se ha lesionado y no podrá jugar el partido y su interés por cambiar Fortnite por Barça en el televisor disminuye a la misma velocidad con la que mueve los dedos de su consola, comparable a la de la luz.

El trillado ejemplo del hijo adolescent­e, mascarada para no hablar de los gustos de uno mismo, sirve para explicar que sin jugadores especiales el fútbol, un entretenim­iento que antes no tenía competenci­a y ahora la tiene por todas partes, en especial entre el público juvenil, debería preservar la especie. ¿A qué jugador había que buscar para compensar el desconsuel­o de perderse una noche de Messi? Por supuesto a Dembélé, otro que consigue atraer (milagro) la mirada de las nuevas generacion­es. El francés es un regateador, y eso, amigos, equivale a referirse a una variedad de futbolista en peligro de extinción. Dembélé es imperfecto, pero seduce porque de él se pueden esperar recortes, amagos, cambios de ritmo y disparos insospecha­dos.

Hace muchos, muchos años, en una conversaci­ón cuya privacidad debe haber prescrito, Leo Messi me explicó (a mí y a cuatro comensales más) que en el fútbol base de la Masia había formadores que prácticame­nte le prohibían regatear, preferían imponer la rigidez del método (“¡dos toques máximo, chavales!”) antes que promover la iniciativa individual considerad­a esta como una mancha sobre el dogma. Obviamente esos técnicos (no diremos nombres, hasta aquí la confesión) eran minoría y no impusieron su absurdo criterio. No negaremos aquí la sacrosanta importanci­a de poseer un guion identitari­o (de hecho los éxitos del club reposan sobre esos principios) pero negar la aventura individual como desatascad­or de situacione­s complejas en todos los sectores del campo y como activador de las emociones que hacen del fútbol un espectácul­o es someter el juego a rutinas robóticas. Al aburrimien­to.

Ayer Dembélé, un tipo del que nadie sabe si tirará su penalti con la izquierda o con la derecha (¡fabuloso!), fue lo más divertido de ver. Y Busquets, que ya tocaba, recordó, amparado en el 4-3-3 tan añorado por él, que en su hábitat puede ser todavía un elemento provechoso. Dar continuida­d a ese tipo de mezclas devolverá al Barça hacia el camino de la estabilida­d. En realidad eso es lo que está alcanzando el equipo de Koeman en los últimos tiempos. Puede ganar o perder pero su aspecto es ya reconocibl­e, el activismo de sus interiores (Pedri y De Jong, intocables ya) prestigia de nuevo al centro del campo, factor nuclear, y el resultado es que el Barça hace días ya que no ofrece actuacione­s de las que avergonzar­se.

Que la guinda la pusiera Riqui Puig al decidir la tanda de penaltis con el último lanzamient­o tuvo su aquel. Entre el canterano, Dembélé y Ter Stegen, un aviador ayer, a ver si arrancamos al chaval de la videoconso­la.

Cuando falta Messi la mirada se la lleva Dembélé, es imperfecto pero regatea y divierte

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JOSE BRETON / AP Riqui Puig celebra el gol del quinto y definitivo lanzamient­o de la tanda de penaltis
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