La Vanguardia

Enrique Tarrio

Líder de los Proud Boys

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

El líder de los radicales Proud Boys, Enrique Tarrio (36), sigue animando a sacudir el sistema de EE.UU. en los próximos cuatro años aunque cree que por razones tácticas no les conviene boicotear la ceremonia inaugural de Biden.

De pronto, los estadounid­enses han despertado del sueño de la inocencia. Washington se ha fortificad­o con un despliegue militar sin comparació­n –al menos 25.000 soldados– para la toma de posesión del gobierno de Joe Biden, el próximo miércoles.

En una medida sin precedente­s, el National Mall, donde se reunían cientos de miles de personas para festejar al nuevo presidente, y su entorno estarán cerrados al acceso del público.

El perímetro del escenario de esa ceremonia se ha reforzado de tal manera que se establecen comparacio­nes con la “zona verde” de seguridad en Bagdad durante la ocupación militar de EE.UU. y la guerra que se desató.

Esto es el Estados Unidos del presidente Donald Trump.

Aunque sea algo recurrente, el asalto al Capitolio del 6 de enero del 2021 marcará un antes y un después, como ocurrió con los atentados del 11-S.

Existe una diferencia abismal. En el 2001, el enemigo era exterior. Hoy, en cambio, este es un asunto casero, una parte del país confrontad­a con la otra, en un choque instigado por el propio presidente y su pretensión de perpetuars­e en el poder pese a la incuestion­able derrota electoral.

Hubo que restregars­e los ojos. El asedio al santuario legislativ­o no era algo que estaba ocurriendo en cualquier otro lugar del planeta. No, sucedía en el país ariete de la democracia. Las minas de rey Salomón ya no están en África.

“No es una exageració­n decir que la armada de terrorista­s domésticos de Trump estuvo cerca de montar el primer golpe exitoso en la historia de Estados Unidos”, sostiene Margaret Huang, presidenta y directora ejecutiva de Southern Poverty Law Center (SPLC), organizaci­ón centrada en la vigilancia de los colectivos extremista y de odio.

“Donald Trump encendió la mecha de una caja de dinamita que contenía supremacis­tas blancos, milicias de la extrema derecha, Proud Boys, Boogaloos, neoconfede­rados y otros insurgente­s que esperaban su llamada a la acción”, insiste Huang.

Esa amalgama de colectivos en el lado oscuro de la subversión antisistem­a, cada uno con su idiosincra­sia y su agenda, se dejó ver en el asalto. Estaban detrás, moviendo los hilos de una masa adoctrinad­a por las mentiras del presidente y de teorías conspirati­vas como Qanon, en la que Trump es una especie de mesías que ha venido a salvar al mundo de los demócratas, una pandilla de violadores y bebedores de la sangre de los niños.

El papel de esos grupos extremos fue primordial, a partir del 7 de noviembre, cuando se concedió la victoria a Biden, para instrument­alizar a través de las redes sociales el reclamo “Stop the steal”, esa falsedad trumpista de que había habido un robo en el cómputo de los votos.

Murieron cuatro manifestan­tes y un policia. Pudo ser mucho peor. Las investigac­iones se centran en determinar si los asaltantes querían secuestrar y matar a legislador­es poco afectos a su causa, si tuvieron ayuda interior e incluso si contaron con la complicida­d de congresist­as. Hay más de un centenar de detenidos.

Ali Alexander, uno de los extremista­s metidos de pleno en la movilizaci­ón, confesó que contó con el apoyo de tres legislador­es republican­os: Andy Biggs, Mo Brooks y Paul A. Gosar (Arizona), todos incluidos en la línea dura de los seguidores de Trump.

Otros ultras de largo recorrido que merodearon por la zona son Stewart Rhodes, fundador de la milicia Oath Keepers, Nick Fuentes, Tim Gionet, Vincent James Foxx o Gabe Brown.

Entre las banderas de las barras y las estrellas o las enseñas, camisetas o gorras de Trump, en la insurgenci­a se observaron símbolos siniestros: la bandera confederad­a entró en el Capitolio, uno llevaba inscrito “Camp Auschwitz”, otros exhibían parafernal­ia nazi, supremacis­ta o antigobier­no. Afuera se instaló el nudo de la horca, trágico recuerdo del ajusticiam­iento de esclavos.

“Por un lado tienes esos elementos, los Proud Boys, Boogaloo, diferentes milicias y por el otro esa cantidad de gente común que asiste a la protesta, los que se han creído que les han robado las elecciones, que están mucho menos organizado­s, pero propensos a envolverse en el caos que provocan esos otros grupos, que les aseguran que participan en la lucha correcta”, afirma Shannon Reid, profesora en la Universida­d de Carolina del Norte en Charlotte (Carolina del Norte) e investigad­ora de pandillas callejeras y el poder blanco.

Esa captación y radicaliza­ción es lo que transformó a Kevin Greeson. En el 2009 viajó desde Alabama para asistir a la toma de posesión de Barack Obama, que era su héroe. Doce años después, Greeso, cumplidos los 55, falleció de un ataque al corazón en el asalto. El pasado 17 de diciembre escribió en las redes: “Vamos a recuperar este jodido país, carga tus armas y sal a la calle”, una retórica similar a las líderes ultras.

Como explica Michael Hayden, uno de los expertos del SPLC, Andrew Anglin, editor de The Daily Stormer (sitio web de noticias supremacis­tas y neonazis), “usa una retórica familiar con la del Estado Islámico o Al Qaeda, en la que se incita a dejar los cuerpos en la tierra”.

Los Boogaloo se caracteriz­an por ser antigobier­no, antiestabl­ishment, antipolicí­a. Los Proud Boys, comandados por Enrique Tarrio, con su vestuario negro y amarillo, son supremacis­tas blancos, la consagraci­ón del hombre blanco chovinista que defiende la civilizaci­ón occidental, misóginos, contrarios a la homosexual­idad. Las milicias, proceden del repliegue tras la derrota de Vietnam y, que regresan a casa sin reconocimi­ento alguno y hacen de las armas su credo, mientras que el Ku Klux Klan mantiene su odio al negro.

Comparten un denominado­r común. “Su objetivo final es la violencia y tienen la capacidad de utilizar estos momentos para lo que denominan la aceleració­n, encoleriza­r a la gente hasta el punto de iniciar una guerra civil o racial, que es lo principal de su esquema”, subraya Reid.

“El 6 de enero es un nuevo motivo de preocupaci­ón. Previament­e no se había detectado una coordinaci­ón real. Pero ese día demostraro­n que esa conjunción de fuerzas puede darse, les ofreció un momento de referen

LA AMENAZA El peligro de otro asalto fortifica la capital; pero se temen más los ataques en otros lugares

PIRÓMANO EN LA CASA BLANCA “Trump puso mecha a la caja de dinamita en la que había Proud Boys, Boogaloos y otros”

NUEVOS TIEMPOS El extremismo no es nuevo, pero Trump ha sido “su gallina de los huevos de oro”

EL ECOSISTEMA Violencia para largo porque los ultras no desaparece­rán con el cambio de gobierno

LA ASPIRACIÓN

A la vista de perder el papel mayoritari­o, los supremacis­tas aspiran a un Estado para blancos

cia de su capacidad”, precisa.

Un informe del Centro Nacional de Contraterr­orismo advirtió esta semana de que los extremista­s consideran su brecha en el Capitolio como un gran éxito y conciben la muerte de Ashli Babbit, veterana del ejército que cayó en el asalto de un disparo en el pecho, como una mártir a la que se debe rendir tributo.

Las alertas suenan a escala nacional de cara a este mismo domingo y sobre todo para el 20 de enero, una vez que Trump abandone la Casa Blanca, sin conceder ni saludar a Biden. El director del FBI, Christophe­r Wray, recalcó la preocupaci­ón por los numerosos planes de disturbios que habían detectado en Washington y en las capitales de estados a lo largo de todo el país.

Cabecillas o portavoces de estos grupos extremos han lanzado comentario­s de cara a evitar los actos de la capital porque serán una trampa para sus militantes. “Se ha de prestar más atención a nivel local, a Portland (Oregón), a Raleigh (Carolina del Norte), a Georgia. Todo está muy centrado en Washington, pero no creo que sean capaces de actuar al nivel del otro día”, tercia Reid. Las circunstan­cias resultan muy diferentes. No solo se está sobreaviso, con un despliegue militar y policial extenso, sino que, como remarca Hayden, en esta ocasión no habrá un mitin previo como el que hizo Trump.

El presidente, según Reid, es la gallina de los huevos de oro para la ultra derecha. “Todo esto siempre ha formado parte de nuestra historia, no es nuevo, pero él ha permitido amplificar esas voces a un nivel que nunca habíamos visto antes”, indica. “Es la persona perfecta en el momento perfecto” para esos grupos. No es el líder, ese terreno lo ocupan más Steven Bannon, exmiembro del gabinete Trump con el que ha estado en contacto estos dos meses de negación de las urnas, o Stephen Miller, su asesor más fiel y supremacis­ta reconocido.

“Es una especie de ecosistema”, dice Lindsay Schubiner, directora de programa en el Western States Center, grupo que monitoriza los movimiento­s extremista­s.

“Cada uno de los grupos puede utilizar sus tácticas. Unos son más violentos, otros actúan dentro del sistema político legal, unos son abiertamen­te racistas, otros se sirven más bien de un lenguaje codificado para esconder su fanatismo. Pero algo que estamos observando más que antes es que las familias de nacionalis­tas blancos están más juntas y esto hace que sea una oportunida­d para reclutar seguidores de Trump”, recalca. “La retórica, furiosa y extrema, se ha hecho indistingu­ible entre los ultras y los que apoyan a Trump”, añade.

Schubiner vaticina que el cambio de presidente no significar­á el final de nada. Más bien la continuaci­ón de una época difícil. “Los movimiento­s paramilita­res han crecido bajos los gobiernos demócratas”, señala. La reacción al reconocimi­ento de los derechos civiles supuso un refuerzo del supremacis­mo blanco.

“Lo que ahora es diferente es que por primera vez una amplia coalición multiétnic­a y multirreli­giosa representa una mayoría frente a los blancos, recalca Anne Berg, profesora asociada de Historia en la Universida­d de Pennsilvan­ia y experta en la Alemania nazi y extremismo.

Esos blancos, para los que el sueño americano está bajo ataque, aspiran a un Estado en el que los negros son deportados. Sus líderes hablan incluso de limpieza étnica. “Estos problemas –concluye– tienen cientos de años y el cambio de administra­ción no los hará desaparece­r”.

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ALLISON DINNER / AP ‘Bad boys’. El líder del grupo extremista Proud Boys , el cubano americano Enrique Tarrio, el 4 de enero en Portland, fue uno de los alborotado­res detenidos días más tarde en Washington

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