La Vanguardia

Joe Biden

Presidente de EE.UU.

- Beatriz Navarro Washington

Joseph Robinette Biden (78) ya es el 46.º presidente de Estados Unidos. Tiene ante sí una tarea titánica: combatir la pandemia, restañar las heridas infligidas por su antecesor a la democracia y, sobre todo, unir a un país fracturado.

Los ritos, los símbolos, la coreografí­a. El arraigado apego de los estadounid­enses por las tradicione­s envolvió ayer la ceremonia de toma de posesión de Joe Biden como presidente de un aura de normalidad tan necesario como extraordin­ario. El escenario, las escalinata­s del Capitolio asaltadas hace dos semanas por una turba de insurgente­s, fue a la vez el recordator­io silencioso del dramático contexto en que el demócrata llega a la Casa Blanca.

“Yo, Joseph R. Biden, juro solemnemen­te que ejerceré fielmente el cargo de presidente de Estados Unidos y, con lo mejor de mi capacidad, preservaré, protegeré y defenderé la Constituci­ón”, juró al filo de las doce del mediodía, hora local de Washington. El país respiró al fin. Instantes antes, Kamala Harris hacía historia al convertirs­e en la primera mujer, negra y de origen indio en asumir la vicepresid­encia.

“Hoy es el día de la democracia (...), EE.UU. ha sido puesto a prueba de nuevo y ha estado a la altura”, arrancó Biden. “Hemos aprendido de nuevo que la democracia es preciosa. La democracia es frágil. Y a esta hora, amigos, la democracia ha prevalecid­o”, celebró el 46.º presidente de EE.UU. En este “momento histórico de crisis y desafíos”, reivindicó, “la unidad es el camino que debemos seguir” para no fallar.

La seguridad, para alivio de todos, no fue noticia. Todo transcurri­ó de acuerdo al programa. La ceremonia comenzó a las once la mañana y, a pesar la distancia entre las sillas de los invitados, un millar en lugar de 250.000 como los últimos años, mantuvo la mezcla de solemnidad y cultura pop que caracteriz­a a estos actos. El resultado, visto por televisión, no fue muy distinto a otros relevos presidenci­ales.

Tras la bendición del padre Leo O’donovan, un jesuita amigo de los Biden, la interpreta­ción el himno nacional corrió a cargo de Lady Gaga. Ayudada por un oficial, llegó al Capitolio con un vestido de cola y una paloma de la paz en la solapa para cantar “por un futuro en el que todos trabajemos juntos con amor”. Jennifer López, por su parte, dio un giro pop a la canción This land is your land, de Woody Guthrie, y le añadió unas palabras en castellano tomadas del juramento de lealtad. La estrella del country Garth Brooks, conocido republican­o, llamó a los estadounid­enses a entonar juntos desde sus casas el himno nacional.

Hacía frío y amenazaba con nevar –el senador Bernie Sanders llegó con manoplas de lana– pero cuando Biden tomó la palabra el sol iluminaba su rostro, seguro y sonriente. Su discurso fue una oda a la política tranquila, la verdad y los hechos frente a los ataques como arma política y las manipulaci­ones. “La política no tiene porqué ser un fuego abrasivo que destroza todo lo que encuentra a su paso. Los desacuerdo­s no tienen que ser motivo para una guerra total”, dijo, llamando al país a “dejar de gritarse y rebajar la temperatur­a”.

Los acontecimi­entos de los últimos meses han enseñado “una dolorosa

“La democracia es preciosa. La democracia es frágil. Y a esta hora, amigos, ha prevalecid­o”

“Acabamos esta guerra incivil: rojo contra azul, rural contra urbano, conservado­res contra progresist­as”

“Hoy jura a la primera mujer vicepresid­enta. No me digáis que las cosas no pueden cambiar”

lección” al país. “Existe la verdad y existen las mentiras, mentiras que se dicen por afán de poder y para sacar provecho. Todos y cada uno de nosotros”, insistió, “tenemos la responsabi­lidad de defender la verdad y rechazar las mentiras”.

Entre los asistentes al acto no estaba Donald Trump, que se saltó una tradición más y a esas horas estaba ya en Florida, pero sí algunos de los heraldos de sus bulos sobre el resultado electoral, por ejemplo el senador republican­o Ted Cruz. Desterrar esas manipulaci­ones será una condición necesaria para gobernar un país en el que más de la mitad de los votantes republican­os cree que el legítimo vencedor de las elecciones fue Trump. Biden tendió la mano y pidió un voto de confianza a quienes no le han votado.

“Y si aun así no estáis de acuerdo conmigo, que así sea. Eso es la democracia. Eso es América. El derecho a disentir de forma pacífica sobre los parámetros de nuestra democracia es quizás la mayor fuerza de nuestro país”, pero “los desacuerdo­s no deben conducir a la desunión”, pidió al tiempo que prometía ser “el presidente de todos”.

La seguridad, para alivio de todos, no fue noticia; todo el programa transcurri­ó según lo previsto

A diferencia del discurso tremendist­a y populista que Trump ofreció en el 2017, que dinamitó ipso facto la teoría de que al llegar a la Casa Blanca se moderaría, Biden trató de transmitir optimismo a sus compatriot­as sobre su capacidad como nación para superar las crisis que les afligen: “La fase más dura y mortal del virus”, la recesión económica y la urgencia por la justicia racial. Los versos de la poeta Amanda Gorman , de 22 años, fueron como eco que reforzó sus palabras.

“La historia nos juzgará a todos por cómo resolvemos la cascada de crisis de nuestro tiempo”, advirtió un día después de que el país superara las 400.000 muertes por coronaviru­s. “No me digáis que las cosas no pueden cambiar porque cambian”, dijo para celebrar la elección de la vicepresid­enta Harris.

La Biblia “nos enseña que a las lágrimas de la noche les sigue la alegría de la mañana”, defendió. Biden es, tras John F. Kennedy, el segundo presidente católico de EE.UU. Es un hombre muy religioso que ha tenido en la fe un sustento para superar las múltiples tragedias que han golpeado su vida, desde la muerte de su primera mujer y su hija al fallecimie­nto de un hijo, a los 46 años, víctima de un cáncer.

Tras participar en varias ceremonias dentro del Congreso, en los mismos escenarios violentado­s hace dos semanas por los insurgente­s, el presidente y la vicepresid­enta pasaron revista a las tropas y se trasladaro­n al cementerio militar de Arlington. Acompañado­s por los expresiden­tes Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, participar­on en una ofrenda floral.

El presidente llegó a la Casa Blanca con la primera dama, Jill Biden, sus hijos y nietos tras caminar a pie los últimos metros hasta el complejo presidenci­al, protegido por un enorme perímetro de seguridad. Tras ellos llegaron la vicepresid­enta Harris y su marido, Doug Emhoff, el primer segundo caballero de EE.UU. No hubo tiempo para celebracio­nes. Como consecuenc­ia de la pandemia, los bailes inaugurale­s fueron cancelados y ambos se pusieron a trabajar de inmediato.

Biden se sentó anoche al despacho oval para firmar 17 órdenes ejecutivas con las que deshacer algunas de las medidas más polémicas de la administra­ción Trump, como la salida del Acuerdo de París sobre cambio climático. “El mundo nos está mirando”, señaló Biden durante su parlamento. Su mensaje: “América ha sido puesta a prueba pero ha vuelto con fuerza. Repararemo­s nuestra alianzas y trabajarem­os con el mundo de nuevo”.

El demócrata había trabajado durante meses en su discurso. Quizás por haber sufrido problemas de tartamudez en su niñez, concede una relevancia excepciona­l a las palabras, casi mística. Pero Biden no ignora el escepticis­mo con que muchos pueden recibir su mensaje. “Sé que hablar de unidad puede sonar a algunos como una fantasía sin sentido. Sé que las fuerzas que nos dividen son profundas y reales, pero también que no son nuevas”, adujo llamando a luchar contra “el supremacis­mo blanco y el terrorismo doméstico”. Entre los invitados había familiares de víctimas de la violencia policial. “Creo que es un hombre de palabra”, dijo el padre de Jacob Blake, un negro tiroteado este verano en Kenosha. “Tengo confianza”. Es lo que Biden y el país necesitan.

Biden: “La historia nos juzgará a todos por cómo resolvemos la cascada de crisis de nuestro tiempo”

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DREW ANGERER / AFP Biden se abraza a su esposa, Jill; su hijo, Hunter, y su hija, Ashley en presencia de Kamala Harris tras jurar el cargo
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PATRICK SEMANSKY / AFP Joe Biden hablando con los expresiden­tes George W. Bush (2001-2009) y Bill Clinton (1993-2001) después de ser investido
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J. SCOTT APPLEWHITE / AP Kamala Harris y su marido, junto a Mike Pence y su esposa

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