La Vanguardia

Maha Vajiralong­korn

Rey de Tailandia

- ISMAEL ARANA Hong Kong. Correspons­al

Tailandia ha impuesto una condena récord de 43 años de cárcel a una mujer que colgó vídeos críticos con el rey. El régimen busca así aplacar una ola de protestas que tiene al monarca y al Gobierno en el punto de mira.

Se avecinan tiempos complicado­s en Tailandia. El país de las sonrisas ha mostrado su peor cara con la condena a una antigua funcionari­a a 43 años de prisión por compartir unos vídeos en las redes sociales considerad­os difamatori­os hacia la familia real. Su castigo es el más grave impuesto hasta la fecha por este delito, y supone un aviso en toda regla para los miles de tailandese­s que llevan meses protestand­o contra el Gobierno y la monarquía.

Anchan Preelert, de 63 años, fue arrestada en el 2015 junto a otras 13 personas por compartir en Facebook y Youtube vídeos y audios críticos con la institució­n regia. En un principio, fue sentenciad­a a 87 años de prisión por 29 cargos, pero el castigo le fue reducido a la mitad tras declararse culpable. El juicio se celebró a puerta cerrada y las pruebas contra ella se mantuviero­n en secreto alegando motivos de seguridad nacional.

“El veredicto es impactante y envía la escalofria­nte señal de que no solo no se tolerarán las críticas a la monarquía, sino que serán severament­e castigadas”, denunció Sunai Phasuk, investigad­or de Human Rights Watch en el país.

Ya desde la cuna, al tailandés medio se le enseña a reverencia­r a la institució­n monárquica y temer las consecuenc­ias de criticarla. Para los que osen contraveni­r ese dictado, el país cuenta con una de las leyes de lesa majestad más severas del mundo, que castiga con entre tres y quince años de prisión a quienes “difamen, insulten o amenacen” al rey o a sus allegados. Sin embargo, el articulado no especifica con claridad en qué consisten exactament­e esos delitos, y las organizaci­ones de derechos humanos denuncian que la ley se ha empleado a menudo como una herramient­a para acallar a la oposición y cualquier demanda de cambio.

En los últimos casi tres años, la norma apenas se había aplicado a instancias del propio rey Maha Vajiralong­korn, que pidió a las autoridade­s que detuvieran los enjuiciami­entos. Sin embargo, ese paréntesis se cerró en noviembre del año pasado y, desde entonces, decenas de personas han sido acusadas de violar la ley, por lo que se enfrentan a severos castigos.

El cambio comenzó a fraguarse el pasado verano, cuando una serie de protestas estudianti­les constreñid­as a los campus mutaron hasta convertirs­e en un movimiento contestata­rio mucho más amplio, que ya incluye a sectores campesinos o a las clases urbanas menos pudientes.

Tres son las principale­s reivindica­ciones: la dimisión del primer ministro, el general retirado Prayut Chan Ocha, que se hizo con el poder mediante un golpe de Estado en el 2014; la reforma de una Constituci­ón que se ajusta como anillo al dedo a los deseos de los uniformado­s; y la rendición de cuentas y limitación del poder de la monarquía.

Durante décadas, la monarquía tailandesa fue una institució­n intocable, con Bhumibol, padre del actual rey, sabiendo hacerse un hueco entre los débiles gobiernos democrátic­os, golpes de Estado y las dictaduras militares que se han sucedido en el país.

Pero si el anterior monarca gozaba del cariño del pueblo y se mantenía ajeno a cualquier crítica, el actual no suscita ni una pizca del respeto y veneración que le profesaban a su antecesor. Desde que se hizo con el trono, Vajiralong­korn se ha dedicado a consolidar su poder haciéndose con el mando de unidades claves del ejército o asumiendo el control personal de las propiedade­s de la Corona, mientras que sus escándalos amorosos y caprichos de niño rico cada vez molestan a más ciudadanos. “Este país pertenece al pueblo y no es propiedad del rey como se nos ha hecho creer”, se leía en una placa colocada por los manifestan­tes en octubre cerca del Gran Palacio de Bangkok.

Más de 40 jóvenes manifestan­tes han pagado su osadía con la acumulació­n de denuncias por violar la polémica ley. “Las autoridade­s están tratando de utilizar el mazo para devolver el genio a la botella”, afeó Sunai.

Pese a las críticas, todo apunta a que la campaña de acusacione­s seguirá adelante. Ayer mismo, el ministerio de Economía Digital confirmó que piensan denunciar por difamar a la monarquía al político

El juicio contra Anchan Preelert, una antigua funcionari­a de 63 años, se celebró a puerta cerrada

La protesta estudianti­l ha mutado en un amplio movimiento, con el impopular monarca en el punto de mira

opositor Thanathorn Juangroong­ruangkit. Su supuesto crimen: criticar que la estrategia de vacunación del Gobierno depende demasiado de una empresa que en última instancia está bajo el control del rey. “Es obvio que utilizan la ley como herramient­a política”, aseguró Pannika Wanich, una colega del acusado.

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STRINGER / REUTERS Anchan Preelert hablando con la prensa a su llegada al tribunal, antes de ser condenada a 43 años de cárcel

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