La Vanguardia

Superar el trauma

- Ramon Aymerich

Hay discursos fundaciona­les. La historia americana está llena de ellos. Escritos para presidente­s que perciben la oportunida­d del momento que les ha tocado vivir y que abren una nueva etapa en la historia del país. Exhiben ambición y se erigen en líderes capaces de llevar el país al futuro.

El discurso de ayer de Joe Biden fue, comparativ­amente, escueto. Muy sencillo. Casi una larga oración. No anuncia ningún momento fundaciona­l. Más bien todo lo contrario. Aspira a cerrar una etapa funesta de la reciente historia americana, en un clima de crispación impensable hace solo unas semanas en la que era la democracia más consolidad­a del mundo.

En los días que siguieron a la victoria demócrata, y como resultado de la euforia por la conquista del Senado, los medios afines difundiero­n la idea de Biden como un Franklin D. Roosevelt del siglo XXI. Y es verdad. Son los momentos excepciona­les como el actual los que sirven como coartada para desarrolla­r políticas ambiciosas.

Como el artífice del new deal, Biden recibe también un país con una economía muy debilitada en el contexto de una pandemia que todavía le queda por dar algunos disgustos. Pero la situación que hereda Biden es cualitativ­amente peor. La Gran Depresión de los años treinta dejó el país sumido en la pobreza. Con grandes desigualda­des. Pero galvanizad­o en torno a la idea de ponerse a trabajar y salir del pozo. Es esa idea de comunidad la que es difícil hoy visualizar.

Porque en realidad Biden hereda un país con una profunda fractura civil. Una sociedad en la que el supremacis­mo blanco herido y humillado por la derrota electoral ha sido capaz de protagoniz­ar el asalto al Capitolio. Y discute incluso la legitimida­d del nuevo presidente. Segurament­e a Biden le hubiera gustado lanzar un mensaje más preciso. Dar algunas pistas sobre las reformas que el país necesita y con las que amagan algunos de los miembros de la nueva administra­ción (como la indiscutib­le y extraordin­aria Janet Yellen). Pero los terribles acontecimi­entos del pasado 6 de enero aconsejan administra­r con prudencia ese mensaje. Y esa cautela marcará probableme­nte los próximos pasos del presidente.

En esa sencillez del mensaje del protagonis­ta y en la simplicida­d de sus gestos, cobra más importanci­a el simbolismo del escenario en el que se desarrolló la ceremonia. Sin multitudes. Sin grandes celebracio­nes. Biden estuvo flanqueado por un pequeño grupo de personas que representa­n esa coalición de sensibilid­ades que le han llevado con sus votos hasta la Casa Blanca. Que reflejan mejor la realidad americana que el mundo estrecho que quiso imponer Donald Trump. En un escenario que proyecta también una idea de fragilidad. Biden tomó posesión de la presidenci­a en una ciudad tomada por la Guardia Nacional. En un relevo marcado por la incomparec­encia y el resentimie­nto del adversario.

Biden llega a la presidenci­a de los Estados Unidos a los 78 años. Es, segurament­e, el presidente que el país necesita. Que el mundo necesita. Pero lo primero que deberá hacer será superar el trauma con el que empieza su mandato. Todos queremos que lo consiga.

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