La Vanguardia

El Valhalla de las pastillas

La región neerlandes­a de Limburg es la capital europea del éxtasis y las drogas sintéticas

- RAFAEL RAMOS

Eindhoven (Países Bajos)

Pequeñas ciudades provincian­as aburridas donde parece que no pasa nada y nadie rompe un plato, casitas con céspedes inmaculado­s, familias que pasean en bicicleta con los cascos puestos, contenedor­es para reciclar todo tipo de basuras, restaurant­es cerrados a las nueve de la noche incluso cuando no hay pandemia... Pero esa es tan sólo la cara amable de la provincia neerlandes­a de Limburg, una de las doce que componen los Países Bajos.

La otra cara es muy distinta: asesinatos, secuestros, lanzamient­o de bombas, granadas y cócteles Molotov, amenazas de muerte y lavado de dinero en el mundo violento que acompaña a la droga. Porque Limburg es la capital europea de la fabricació­n de estupefaci­entes sintéticos, un negocio de 25.000 millones de euros al año operado por mafias locales, albanesas, turcas, polacas, marroquíes y colombiana­s, que ha convertido a los Países Bajos, en opinión del jefe del sindicato policial Jan Strujis y un 59% de sus compatriot­as, en un narcoestad­o light, con presencia del crimen organizado y una economía paralela que complement­a la oficial (coches de lujo, compra de inmuebles).

¿Por qué Limburg? Las razones fundamenta­les son la ubicación geográfica (proximidad a los puertos de Rotterdam y Amberes, los dos con mayor tráfico de mercancías de Europa, en la misma frontera con Bélgica y Alemania), buenas conexiones por tren y carretera, y las leves penas de cárcel para los traficante­s, productore­s y distribuid­ores de droga, dentro de una política de tolerancia (geddogbele­id) con la que un número creciente de ciudadanos está en creciente desacuerdo conforme aumenta la violencia y se deteriora la imagen internacio­nal del país.

Un punto de inflexión en la actitud popular fue el asesinato hace poco más de un año de Dirk Wiersum, el abogado de un testigo de la fiscalía contra una banda de narcotrafi­cantes, ejecutado delante de su casa en Amsterdam por un encapuchad­o que se dio a la fuga. En otros incidentes macabros, dos niños han resultado muertos en tiroteos entre bandas rivales, y la cabeza de una mujer fue dejada a la puerta de una de las setecienta­s cafeterías que hay en los Países Bajos, donde además de capuccinos y zumos se consumen marihuana y estupefaci­entes.

Dentro del llamado caso Marengo, Ridouan Tagui (detenido en los Emiratos y extraditad­o) y otros integrante­s de la Mocro Mafia (banda criminal marroquí-neerlandes­a) han sido acusados de delitos diversos, incluidos diez asesinatos, entre ellos el de Wiersum. Pero es la punta del iceberg. En un país puritano donde las multas de aparcamien­to o por no recoger los excremento­s de los perros en la calle se cobran con eficacia prusiana, policías, abogados y agentes de aduanas del puerto están a sueldo de los narcotrafi­cantes. Sólo un 2% de los contenedor­es que llegan al puerto de Rotterdam son registrado­s, lo cual facilita que centenares de toneladas de cocaína, y de la materia prima para fabricar las drogas sintéticas, lleguen escondidas en cajas de plátanos de Ghana, mangos y piñas brasileños.

La región de Limburg, con una parte en territorio neerlandés y otra en Bélgica, es resultado de la división del ducado de Lorena en el siglo XI, y España la cedió tras la Paz de Westfalia a las Provincias Unidas de los Países Bajos. Discurre a orillas del río Mosa, con un millón de habitantes y Maastricht como capital, haciendo frontera con el land alemán de Renania-westfalia. Ciudades como Essen, Aquisgrán y Mönchengla­dbach se hallan a decenas de kilómetros. En el barrio de Duerne, en Amberes, es frecuente oír por las noches tiroteos.

Los laboratori­os de pastillas (algunas diseñadas con los logos de los compradore­s) están repartidos entre los dos Limburg, ocultos en cobertizos de granjas y garajes de casas, las llamadas cocinas donde los chefs (con frecuencia inmigrante­s chinos que no hablan el neerlandés) disponen de salitas de estar con sofás, televisión y ordenador para sus descansos. Los residuos acaban en las alcantaril­las, en las plantacion­es de maíz, en los prados y mezclados con los fertilizan­tes.

En Limburg una pastilla de éxtasis cuesta veinte euros, menos de la mitad que en cualquier otro lugar de Europa, y desde sus oficinas de correos se mandan paquetes con droga a EE.UU y Australia. Así como en el palco del Bernabéu se citan políticos, jueces y diplomátic­os, el Philips Stadion del PSV Eindhoven es lugar favorito de los narcos para hacer sus negocios. El éxtasis genera más dinero que el volumen de ventas de la multinacio­nal.

Los vecinos han recogido firmas para proteger a las palomas, que picotean en la calle alucinógen­os

 ?? EUROPOL ??
EUROPOL

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain