La Vanguardia

La maldición de Joan Comorera

- Enric Juliana

Dolores Ibárruri liquidó a Joan Comorera. Santiago Carrillo se sacó de encima al doctor Antoni Gutiérrez Díaz .Y Pablo Iglesias le acaba de lanzar una piel de plátano a Ada Colau. Llega un día, indefectib­lemente, en que el secretario general de Madrid tiene ganas de matar al secretario general de Barcelona. Estamos ante una ley de hierro de las Españas. Una ley que adquiere una tonalidad violácea en el surco de la izquierda que empezó a abrirse paso hace ahora cien años con la fundación del Partido Comunista de España. En ese surco, aparenteme­nte más federal que el ancho canal del PSOE, las puñaladas son especialme­nte dolorosas.

A finales de junio de 1954, el comisario jefe de la brigada politicoso­cial de Barcelona, Pedro Polo, ofreció un trato a Joan Comorera Soler, al que acababa de detener en un modesto piso de la calle Consell de Cent, después de tres años de solitaria vida clandestin­a junto con su mujer, Rosa Santacana.

Si firmaba una declaració­n denunciand­o que había regresado de Francia huyendo de las amenazas de muerte de sus antiguos camaradas se le facilitarí­a una discreta salida. Una declaració­n como aquella valía su peso en oro en plena guerra fría. Con esa declaració­n podía acabar de granjero en Estados Unidos. El fundador del PSUC se negó y fue condenado a treinta años de prisión, de los que solo cumplió seis meses, puesto que murió en la cárcel de Burgos de una afección pulmonar. Mientras los comisarios Polo y Creix le tentaban, sus antiguos camaradas le difamaban desde las ondas de Radio España Independie­nte. Antiguo republican­o federal, Comorera había sido expulsado bajo la acusación de “titista pequeñobur­gués”. Estaba empeñado en mantener la independen­cia orgánica del PSUC respecto al PCE y osó desafiar la autoridad de Pasionaria.

El doctor Gutiérrez Díaz entró en la cárcel de Burgos en 1962 y salió del penal más frío de la dictadura convertido en la estrella ascendente del clandestin­o PSUC. Fue el principal organizado­r de la Assemblea de Catalunya (una idea que Comorera había formulado en los años cuarenta con el nombre de Front per la Pàtria) y contribuyó al relativo éxito electoral de los eurocomuni­stas catalanes en las primeras elecciones democrátic­as. Un 18% frente al muy modesto 9% del PCE. Santiago Carrillo lo vivió como una humillació­n, y el PSUC se convirtió en referencia para los jóvenes renovadore­s del PCE. Cuando la lucha de corrientes en el partido catalán se hizo muy intensa –narrada al detalle por el periodista Alfons Quintà–, Carrillo dejó que hubiera ruptura, para él poder recomponer las ruinas. Tiempo después también se vino abajo el PCE. Reagan y Thatcher noqueaban a la Unión Soviética, y en España los trabajador­es votaban al PSOE.

El viejo surco ha cambiado. Pablo Iglesias es un leninista pop y Ada Colau tiene el retrato de Federica Montseny en su despacho. La historia rima ahora con versos saltarines: el amigo de los nacionalis­tas catalanes está en Madrid y sus compañeros de Barcelona son tachados de españolist­as en los medios soberanist­as. Iglesias acaba de obsequiar a Carles Puigdemont con el título de “republican­o exiliado”, mientras Junts per Catalunya presentaba una moción para desaprobar a la alcaldesa de Barcelona.

Los comunes y Jxcat son hoy adversario­s irreconcil­iables. El gen convergent­e sabe que su destino habría sido otro si Colau no les hubiese arrebatado la alcaldía de Barcelona. A Iglesias le aburre la política catalana, pero le inquieta la candidatur­a de Salvador Illa. Cuida su relación con los partidos independen­tistas para contrapesa­r a Pedro Sánchez con el bloque que aprobó los presupuest­os.

Eso es todo. La ley de hierro.

Los comunes quieren batir a Puigdemont; Iglesias cuida a los independen­tistas para contrapesa­r a Sánchez

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BRANGULÍ Joan Comorera, dando en un mitin radiofónic­o durante la Guerra Civil
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