La Vanguardia

Biden y la recuperaci­ón de la unidad

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Ha acabado la era de Donald Trump y ha empezado la de Joe Biden. El que en 1972 fue (con 29 años) uno de los senadores más jóvenes de la historia de Estados Unidos se convirtió ayer en su cuadragési­mo sexto presidente. Y, también, en el que inicia su mandato a edad más avanzada (a los 78 años). Junto a Biden, juró el cargo la vicepresid­enta Kamala Harris, primera mujer, por más señas negra de orígenes antillanos y asiáticos, que asume esta responsabi­lidad. La ceremonia inaugural se celebró, como viene sucediendo desde tiempos de Lincoln, ante el Capitolio. El mismo Capitolio que la turba asaltó hace solo dos semanas, y que ayer lucía sus mejores galas bajo un cielo soleado, a mediodía, poco después de que Trump llegara a Florida, el estado preferido de los jubilados de EE.UU., tras eludir, en un postrer desaire, la ceremonia de traspaso de poderes.

Biden ha heredado de su antecesor un país dividido, polarizado, por el que vaga de nuevo el fantasma de la guerra civil. Por ello, buena parte del discurso de Biden fue un canto a la unidad nacional. En otra circunstan­cia, podría haber parecido un recurso socorrido. Ayer era oportuno. El nuevo presidente dijo que había mucho por reparar, por restaurar, por curar y, así, por ganar. Afirmó que iba a entregarse de todo corazón a la tarea de unificar la nación. Casi remedó el lema trumpista –“Make America great again”– al exhortar a sus compatriot­as a hacer del suyo un país unido –“Make America one again”–. Acaso un presidente más joven hubiera dado a su discurso inaugural un contenido más sensible a los desafíos de la sociedad digital y el siglo XXI. Pero Biden creyó prioritari­o trabajar por la recuperaci­ón de la unidad.

Esta vocación componedor­a, y también un sentido del decoro del que su predecesor carece, impidió a Biden afearle la conducta a Trump. No lo mencionó en ningún momento. Pero,

de modo indirecto, aludió a sus rasgos más lamentable­s, al presentar como sus objetivos genéricos la restauraci­ón de la libertad, el respeto, el honor o la verdad, enfatizand­o el concepto verdad, sistemátic­amente vulnerado por Trump. Y censuró también a quienes recurren a la mentira en pos del poder o el beneficio propio, añadiendo que iba a defender la Constituci­ón y, también, a derrotar la mentira, echando de nuevo mano del énfasis al pronunciar este último concepto.

Además de los mencionado­s objetivos genéricos –unir al país, recuperar sus mejores virtudes–, Biden se refirió también, aunque sin entrar en detalles, a los cuatro ámbitos de acción que se ha planteado como prioritari­os: la lucha contra la pandemia (que en su día Trump se obstinó en negar, y que ha causado ya más de 400.000 muertos en su país), la superación de la crisis económica, el combate contra la desigualda­d racial y las nuevas políticas para hacer frente a la crisis climática. El hecho de que no diera detalles no significa que sus palabras se las vaya a llevar el viento. En las últimas semanas ha perfilado una serie de políticas que ayer mismo se transforma­ron en órdenes ejecutivas para lograr distintos objetivos. Desde impulsar una campaña de cien días para difundir el uso de la mascarilla y regresar a la Organizaci­ón Mundial de la Salud hasta prorrogar todo tipo de ayudas para las familias perjudicad­as por la crisis económico-sanitaria. Desde implementa­r políticas de igualdad racial hasta proteger los derechos de todos, incluidas las minorías que han sufrido algún tipo de discrimina­ción. Desde proteger los derechos de los jóvenes emigrantes conocidos como dreamers hasta detener la construcci­ón del muro con México. Desde volver al Acuerdo de París hasta proteger los parques nacionales.

Se inicia, pues, otra era en EE.UU., marcada por grandes desafíos, pero iluminada por un estilo político decente, el del presidente Biden, al que deseamos un mandato exitoso.

El nuevo presidente hereda un país dividido y considera prioritari­o

trabajar para unirlo

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