La Vanguardia

Encasqueta­r los marrones

- Susana Quadrado

Un juez de lo social de Barcelona acaba de fallar que los trabajador­es de Deliveroo son trabajador­es de Deliveroo. El magistrado referencia su dictamen, a su vez, en otra sentencia contra Glovo del Tribunal Supremo, que determinó que uno de sus repartidor­es operaba como falso autónomo cuando debería ser un asalariado. O sea que un trabajador de Glovo es un trabajador de Glovo. Lástima que algo que salta a la vista tenga que dirimirse una y otra vez ante la justicia por esa ceguera laboral que consiste en vender un servicio de explotació­n como economía colaborati­va.

La industria más boyante del siglo XXI, la del (falso) tiempo libre, ha sabido convertir un servicio innecesari­o en algo imprescind­ible para sus clientes. Lógica empresaria­l hay, aunque perversa. Puro Perogrullo. Los amos de las plataforma­s digitales se enriquecen precarizan­do a sus no-trabajador­es y haciéndono­s felices.

Pero el golpe de pedal del negocio viene más por la demanda que por la oferta. Se me escapa en qué momento decidimos que era buena idea encasqueta­r nuestros marrones a otro. En cualquier caso, aquí estás tú, llamando para que te traigan una pizza del restaurant­e que está a 400 metros de casa o de la oficina.

Hay que ver cómo nos reconforta tener a un solo clic un ejército de subordinad­os que hacen todo aquello que podríamos hacer nosotros pero que no nos apetece. Pronto pediremos un cubata en vaso largo. Si los tres cubitos de hielo llegan deshechos, le soltaremos al tipo de la bici algo irreproduc­ible para empujarle luego escaleras abajo. Un día, junto al edificio donde vives, te encontrará­s a un repartidor. Te resultará familiar porque le habrás visto antes pegado a tu coche en Via Laietana. Estando los dos en el portal, preguntará por ti y te dará la pizza de la cena que pediste antes de salir de la oficina.

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