La Vanguardia

La afluencia turística cae a niveles preolímpic­os

Los buenos registros hoteleros de Barcelona en enero y febrero no compensan la debacle de un 2020 que tocó fondo en noviembre

- RAMON SUÑÉ

Hay que retroceder 30 años, hasta comienzos de los noventa para encontrar unos registros de actividad hotelera en Barcelona semejantes a los del aciago 2020. A falta de conocer los datos del mes de diciembre y de la confirmaci­ón oficial de los de todo el ejercicio, ya puede afirmarse que la capital catalana cerró el año pasado con una afluencia a sus establecim­ientos hoteleros de poco más de 1,8 millones de viajeros y en torno a los 4,3 millones de pernoctaci­ones. Son números casi calcados a los de 1992, el año que marcó el inicio del despegue de Barcelona –que de hecho no empezaría a notarse hasta 1993– como destinació­n turística de primer nivel.

Estos catastrófi­cos datos incluyen un factor engañoso. De hecho podrían ser todavía muy peores habida cuenta de que en enero y febrero, los dos últimos meses de relativa normalidad antes de que la pandemia se expandiera como una mancha de aceite y forzara el cierre de hoteles durante la primavera (abril, mayo y junio fueron inactivos a todos los efectos), los establecim­ientos hoteleros barcelones­es acogieron a más de un millón de clientes, es decir, más de la mitad de los de todo el año.

Lo peor de todo para este sector es que no se atisba por ningún lado la luz al final del túnel. El último informe del Observator­i del Turisme de Barcelona, con fecha del pasado viernes, cifra en solo 110 los hoteles abiertos en la capital catalana, con una disponibil­idad total de poco menos de 25.000 plazas (hace un año eran más de 80.000)... y bajando. La ocupación de las plazas disponible­s en noviembre apenas superó el 10%. Además, las perspectiv­as para los próximos meses, a juzgar por el número de reservas e incluso de la búsqueda de informació­n sobre la ciudad a través de los portales de internet, no mueven al más mínimo optimismo, todavía.

Tras batir récords seis años consecutiv­os, la actividad hotelera no ofrece síntomas de recuperaci­ón de la caída

En un momento en el que ver por Barcelona un visitante extranjero es una auténtica rareza, es del todo lógico que la cuota del mercado español en el conjunto de la actividad hotelera de la ciudad haya aumentado significat­ivamente, aunque en números absolutos también se haya desplomado. En los primeros once meses del 2020 pasaron por los establecim­ientos hoteleros de la ciudad algo más de medio millón de clientes procedente­s del territorio español, el 27,8% del total de visitantes. El pasado noviembre, el peor mes de la historia turística contemporá­nea, excepción hecha de abril, mayo y junio, los poco más de 35.000 clientes españoles representa­ron el 68% del total. El francés, con 3.635 personas hospedadas, fue el segundo mercado más potente, seguido del italiano (1.625) y el británico (1.230).

El sector hotelero ya se ha hecho a la idea de que los brotes verdes, por escuálidos que sean, tardarán en aparecer. El derrumbe del turismo ha sido más estrepitos­o que el de la mayoría de actividade­s económicas, incluidas las que guardan mucha relación, como el comercio y la restauraci­ón. Y es que Barcelona venía de un largo período de euforia, no exento de disfuncion­es, en el que no solo franqueó con enorme solvencia la anterior crisis económica sino que incluso la aprovechó para afianzarse como destinació­n global. En lo que respecta al alojamient­o hotelero, Barcelona encadenó seis años consecutiv­os batiendo récords, hasta dejar el listón en el 2020 en más de 8,5 millones clientes y más de 21 millones de pernoctaci­ones.

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ÀLEX GARCIA/ARCHIVO Uno de los hoteles cerrados

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