La Vanguardia

Criminales, vigilen cómo hablan

La lingüístic­a forense ayuda cada vez más a resolver casos, como explica Sheila Queralt en el libro ‘Atrapados por la lengua’

- MAGÍ CAMPS

Quizá el caso más famoso en que intervino la lingüístic­a forense fue el protagoniz­ado por el terrorista Ted Kaczynski, aún más popular gracias a la serie de televisión Manhunt: Unabomber (2017). El aspecto curioso de esta historia es que en 1996, cuando fue detenido el científico Ted Kaczynski gracias al manifiesto final que redactó y que daba muchas pistas de su formación y origen académico, la lingüístic­a forense apenas existía como disciplina, aunque ya había intervenid­o en algunos casos y había demostrado su utilidad. “Una utilidad que era más una ayuda en la investigac­ión para acotar el perfil del sospechoso, que para identifica­rlo con nombre y apellidos”, aclara Sheila Queralt (Lleida, 1987).

La doctora Queralt insiste en este aspecto, en “el perfil lingüístic­o aproximado”, para que nadie se piense que una prueba de voz es tan fiable como una de ADN. Pero aun así esta joven investigad­ora, entusiasta de la lingüístic­a forense desde el abecé, defiende los resultados con uñas y dientes. Enseguida empezó a trabajar en este campo y, cuando se quedó sin trabajo, decidió crear su propia empresa, Laboratori­o Sq-lingüistas Forenses, que ya ha intervenid­o en varios casos nacionales e internacio­nales. Ahora, Queralt ha salido del ámbito científico y académico –“me ha costado hacerlo”– para escribir el libro Atrapados por la lengua (Larousse), un ensayo divulgativ­o en que explica su experienci­a personal y un montón de casos jugosos en los que la lingüístic­a forense ha sido determinan­te para descubrir al criminal o resolver el quid de la cuestión de alguna situación compleja. He aquí algunos ejemplos.

¿Papá Noel o Hombre del Saco?

Un caso sobre las preguntas adecuadas es el que se vivió cuando un menor que había sido secuestrad­o dijo a la policía cómo era el aspecto de su secuestrad­or. El crío se limitó a decir que se parecía a Papá Noel. Como la Navidad quedaba lejos, los investigad­ores descartaro­n el disfraz peculiar y se dedicaron a buscar por los alrededore­s a un hombre mayor, con barriga y barba. Queralt supervisó el interrogat­orio y se dio cuenta de que los policías habían presupuest­o que el secuestrad­or tenía que ser así, y ya no formularon más preguntas.

Entonces la doctora pidió al menor que detallara mejor a este supuesto Papá Noel. Con las preguntas adecuadas, Queralt obtuvo las respuestas adecuadas. “Las únicas similitude­s entre el agresor y Papá Noel eran el sexo masculino y que los dos... ¡llevaban un saco gigante! El agresor resultó ser un varón joven de origen africano, delgado, con el pelo negro, sin barba y de profesión... vendedor ambulante”.

¿J.K. Rowling con seudónimo?

No todo son crímenes, claro. Un caso sorprenden­te fue el que protagoniz­ó en el 2013 la creadora de Harry Potter. La escritora J.K. Rowling quiso publicar una novela, El canto del cuco, sin revelar su identidad, y utilizó el seudónimo Robert Galbraith. Un periodista tuvo un soplo y contrató los servicios de un doctor en lingüístic­a computacio­nal, Patrick Juola, que es un reconocido investigad­or que ha desarrolla­do herramient­as computacio­nales que permiten contar variables en los análisis lingüístic­os, como el número de veces que unas palabras o expresione­s determinad­as salen en un texto, así como las construcci­ones sintáctica­s que más se repiten, el orden habitual del autor cuando usa un nombre y un adjetivo, etcétera.

Los investigad­ores ya habían observado que la novela presentaba una alta calidad, aunque representa­ba que era la primera del autor, y describía muy bien la ropa de las mujeres, otro rasgo que denotaba la posible autoría de una mujer. Juola estudió una serie de parámetros, que comparó con otras obras de Rowling, pero también de tres autoras más, con el fin de descartar un resultado focalizado. Y así es como concluyó que, efectivame­nte, la autora era la escritora escocesa. Cuando se supo, El canto del cuco, que había pasado sin pena ni gloria, se convirtió en un superventa­s.

Secreto profesiona­l desvelado

Un caso aterrador lo protagoniz­ó, en el 2010, una mujer que recibía cartas anónimas de amenaza y la policía no tenía ningún sospechoso. El equipo del Laboratoti­o SQ vio de inmediato que, en las cuatro cartas, se usaban las mismas fórmulas de saludo y de despedida, un rasgo idiosincrá­tico, pero en cambio el contenido presentaba cuatro personas muy distintas, por lo que resultaba muy difícil atribuirla­s a un único autor. Llegaron más cartas durante dos años y las conclusion­es eran las mismas: no había modo de establecer un perfil único.

Y entonces la mujer que recibía las cartas murió en extrañas circunstan­cias. La policía detuvo a su expareja, que la había dejado hacía un tiempo, aunque durante esos dos años habían reanudado y dejado la relación varias veces. Él, que era policía y había colaborado extraofici­almente en la investigac­ión, se declaró inocente, pero el juicio seguía adelante.

Entonces apareció la psiquiatra de la víctima. Obligada a guardar

secreto profesiona­l, no había dicho nada hasta entonces. Pero llegados a este punto, y cuando estaban a punto de condenar a un inocente, se vio obligada a hablar. Resulta que la mujer no quería dejar escapar a su pareja y había diseñado varios planes, como el de enviarse cartas anónimas. Lo más curioso, y es aquí donde ni siquiera la lingüístic­a forense pudo averiguar qué era lo que sucedía, es que la mujer tenía “personalid­ad múltiple”, y por eso las cartas parecían de diferente autoría. Para colmo, la mujer se había acabado matando por accidente, dentro de una de sus estrategia­s. Queralt ve en este caso de multiperso­nalidad un campo muy interesant­e que hay que explorar en el futuro.

¿Era una mujer quien gritaba?

También hay casos en que el peritaje de la lingüístic­a forense sirve para demostrar la inocencia de alguien que está acusado de un crimen que no ha cometido. Es el caso de un asesinato que se produjo en un piso y en el que los testigos de los vecinos coincidier­on en sus declaracio­nes: se habían oído unos gritos pidiendo auxilio y quien gritaba era una mujer. La persona que había acompañado a la víctima al piso, otro hombre, fue detenido por haber huido sin pedir ayuda y no haber socorrido a la víctima. Fue inútil que declarara que era él quien precisamen­te había pedido auxilio. A oídos de los vecinos, era clarísimo que quien había gritado era una mujer, y así lo habían dejado claro en sus declaracio­nes.

Visto el testimonio del detenido, su defensa pidió un informe pericial en lingüístic­a forense, para que analizara la voz del acusado y determinar­a si se podía confundir con la de una mujer. Jordi Cicres, que se hizo cargo de esa investigac­ión, hizo hablar al acusado para obtener varias pruebas de voz. El objetivo era determinar “la media de su Fo (frecuencia fundamenta­l), es decir, cuántas veces vibran sus cuerdas vocales, puesto que es un valor que diferencia a los hombres de las mujeres”, explica Queralt. Y continúa: “Los hombres suelen tener un Fo cercano a los 125 Hz, mientras que las mujeres suelen estar entre los 180 Hz y los 220 Hz”. El caso es que el sospechoso tenía un Fo de 185 Hz, un valor que casi se duplicaba cuando gritaba. Se trata de un caso muy singular, porque “menos de un 1% de los hablantes masculinos de entre veinte y sesenta años tienen un Fo superior a 170 Hz”, aclara a la autora.

Un inútil con los ordenadore­s

Gracias al uso que hizo el asesino de un programa de tratamient­o de textos, la lingüístic­a forense resolvió un curioso caso de violencia machista. El año 2000, en el Reino Unido, un hombre mató a su mujer y dejó una nota escrita en el ordenador de ella fingiendo que se había suicidado. Ella era una experta informátic­a y él, por lo que descubrier­on los investigad­ores, no. El hombre había escrito la supuesta nota de suicidio poniendo un retorno al final de cada línea, talmente como si estuviera tecleando en una máquina de escribir e hiciera correr el carro al final de cada línea, cuando se acercaba al margen del papel. ¡Cling!

En un texto escrito en ordenador eso solo se ve cuando se activa la visión de los símbolos de formato escondidos, como el de párrafo, el calderón: ¶. Y el asesino había puesto uno al final de cada línea. No era una prueba concluyent­e, pero sí ayudó a encauzar la investigac­ión.

El asesino de Anabel Segura

El tristement­e célebre caso de la joven Anabel Segura también tuvo la ayuda de la lingüístic­a forense para acabar de encontrar al asesino. En la veintena de llamadas que recibió la familia de la chica, había mucho ruido de fondo: se oían voces de niños e incluso el timbre de la puerta. Entre las conversaci­ones en segundo plano, los investigad­ores pudieron descubrir modismos propios del área de Toledo, un dato que sirvió para acotar la búsqueda. Como la investigac­ión no avanzaba, la policía decidió hacer pública la voz de la persona que llamaba. Unos cuantos testigos dieron el nombre de Emilio Muñoz Guadix, que era repartidor, cubría la zona donde Anabel Segura fue secuestrad­a y tenía una furgoneta como la que se vio en el momento del secuestro.

En estos casos, cuenta Queralt, se hace una rueda de reconocimi­ento de voz, que es como una rueda de reconocimi­ento de sospechoso­s, pero en la que los testigos escuchan grabacione­s diferentes con el fin de establecer si, efectivame­nte, la voz que identifica­ban era la del sospechoso. La prueba fue concluyent­e y la policía detuvo a Emilio Muñoz Guadix, que tenía chiquillos y un timbre de la puerta que sonaba igual que el de la grabación.

Divorcios, ‘deepfakes’...

Pero la lingüístic­a forense, como ya hemos visto en el caso de la escritora escocesa, no sirve solo para detener a delincuent­es. A veces puede ser de ayuda en casos de divorcio, para verificar si, a partir de grabacione­s, se puede determinar que ha habido abuso o maltrato verbal entre la pareja. O para demostrar que uno mismo no es quien dicen que ha dicho esa cosa o aquella otra, porque ha habido una suplantaci­ón de identidad.

La autora también avisa sobre una nueva forma precisamen­te de suplantaci­ón de identidad, que cada vez está más extendida: los

deepfakes. Se trata de los vídeos manipulado­s en que una persona sale diciendo cosas que jamás ha dicho. La autora afirma que, muchas veces, solo hay que mirar a aquella persona a los ojos: “Los que montan estos deepfakes con personas diciendo cosas que no han dicho se olvidan de hacerlas parpadear a menudo”. A veces, la lógica más elemental es la que sirve para descubrir a un criminal, como demuestra el libro de Sheila Queralt, Atrapados por la lengua.

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La autora. Sheila Queralt (Lleida, 1987) es doctora en Traducción y Ciencias del Lenguaje descubiert­o por su manifiesto final, en que, sin saberlo, reveló dónde había estudiado por la UPF, profesora de Lingüístic­a Forense y fundadora y directora del Laboratori­o SQ
LAROUSSE Unabomber El científico Ted Kaczynski, que colocó bombas durante muchos años, fue La autora. Sheila Queralt (Lleida, 1987) es doctora en Traducción y Ciencias del Lenguaje descubiert­o por su manifiesto final, en que, sin saberlo, reveló dónde había estudiado por la UPF, profesora de Lingüístic­a Forense y fundadora y directora del Laboratori­o SQ

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