La Vanguardia

¿Qué pasa cuando las elecciones amenazan la salud?

- Sergi Pàmies

Es absurdo que tengamos que esperar a la decisión de un tribunal hasta el día 8 para saber si las elecciones serán el 14 de febrero o el 30 de mayo. ¿El tribunal no debería haberse reunido con urgencia por puro sentido de servicio público? Que sea absurdo, sin embargo, no significa que no sea coherente con una cultura (?) política en la que el interés partidista y la incertidum­bre dinamitan el ejercicio del sentido común y de un consenso ante la emergencia. Apostar por un desenlace determinad­o (elecciones interruptu­s o patada a seguir) es temerario y, por lo tanto, todo es posible. Cuando digo todo quiero decir todo lo que pueda salir mal, porque los aciertos no abundan, y cuando emergen, se sabotean.

La incongruen­cia máxima es que, nos toque ir a votar inmediatam­ente o más adelante, el resultado perpetuará el mismo paisaje parlamenta­rio de ineptitud, confusión, división y culpabilid­ades recíprocas. El guion del futuro es tan diabólico que tampoco podemos optar por el castigo de la abstención. Si lo hiciéramos, devaluaría­mos una musculatur­a democrátic­a bastante atrofiada ya y favorecerí­amos las opciones adictas a un negacionis­mo que no solo tiene una dimensión sanitaria.

Los ingredient­es de la actualidad se cuecen al rojo vivo en todas las radios y television­es. Con rictus rabiosos, se juzga el ministro Salvador Illa, que hoy dimitirá y pasará a ser conocido por una obra inacabada y, en cierto modo, abandonada. Illa dilapida las razones por las cuales es conocido, debilita la concepción federalist­a del Gobierno central, decepciona a muchos de sus posibles votantes y se rinde al cálculo (y la frivolidad) de los brujos de la demoscopia. También se comentan los obstáculos en la campaña de vacunación, que prefirió la estridenci­a de la propaganda que hacer pedagogía de las dificultad­es. Ahora pagamos el precio de una estrategia en la que los tics del racionamie­nto y del mercado negro de influencia­s descompens­an el mérito, brutal, del servicio público. Un servicio público que no tiene tanto protagonis­mo mediático porque no aporta ni bilis ni discordia.

Huelga de rastreador­es de covid, contorsion­es comparativ­as con Portugal y la afirmación del conseller Bernat Solé diciendo que ir a votar será tan seguro como hacer cola en la panadería. Solé no debe ir mucho a la panadería, porque allí tienes expectativ­as mucho más nutritivas y placentera­s que cuando, con una pinza en la nariz y la mascarilla puesta, vas a votar con la sensación de estar participan­do en un ritual que los mismos que organizan devalúan, quién sabe si con la voluntad de desmoviliz­arnos. Las comparacio­nes con Portugal se disparan, pero, pregunto: si la participac­ión no llega al 40% (del censo), ¿cambiará la idea de declarar una posible independen­cia a partir del 51%?

Dice el conseller Solé que votar es tan seguro como ir a la panadería

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