La Vanguardia

La optimizaci­ón de la diplomacia

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El Consejo de Ministros analizará hoy un documento sobre la estrategia de acción exterior española para los próximos años. Este documento reafirma la vocación europea de España, al tiempo que aboga por potenciar sus relaciones bilaterale­s, con países europeos o latinoamer­icanos, en pos de oportunida­des políticas y económicas, aligerando la tutela franco-alemana. Y, además, presenta como un activo la diversidad interna de España, que otras administra­ciones airearon en Europa como algo conflictiv­o. Este es un cambio notable.

La actual coyuntura global es adecuada para una puesta al día de la política exterior española. No se trata de hacer grandes cambios, pero sí de optimizar el uso de los recursos diplomátic­os disponible­s. Decimos que la coyuntura es adecuada porque la llegada de Joe Biden a la presidenci­a de EE.UU. supone el retorno del multilater­alismo, ante el que conviene revisar la propia posición en el tablero internacio­nal. Y es también adecuada porque la salida del Reino Unido de la Unión Europea, recienteme­nte consumada, obliga a un país como España, que ha pasado a la cuarta posición europea por PIB, a sacar el máximo partido de su nueva situación.

Además de optimizar sus recursos y el rendimient­o que de ellos pueda obtener en provecho propio, España debe contribuir con una buena gestión nacional al fortalecim­iento de Europa. La tarea es considerab­le y urgente. Europa, que hace unos treinta años producía un 25% de la riqueza mundial, rondará dentro de veinte el 11% del PIB planetario. La caída será muy importante. El progreso de China y de India, los dos países más poblados del planeta, que hacia el 2040 pueden sumar unos 3.000 millones de habitantes (seis veces más que la Unión Europea), obliga a esta a cohesionar­se más y más para garantizar el fruto de su esfuerzo colectivo. De otro modo, Europa puede irse acercando a la irrelevanc­ia.

La tarea que Europa tiene por delante es, en este sentido, enorme. En primer lugar debe acostumbra­rse a vivir sin el Reino Unido y sin el 15% del PIB comunitari­o que aportaba. Es cierto que, por una parte, Europa ha soportado la larga negociació­n del Brexit sin perder su unidad ni permitir que afloraran diferencia­s serias entre sus integrante­s, que sin duda hubieran sido aprovechad­as por los británicos. Pero, por otra, tiene que mejorar en coordinaci­ón. La pandemia del coronaviru­s constituye una prueba fehaciente de ello. Y hay que admitir que, durante los primeros meses de expansión de la enfermedad, la respuesta comunitari­a dejó que desear, no fue al alimón. Como también hay que reconocer que luego las cosas mejoraron. Al menos, así lo sugiere la aprobación del gran paquete de fondos de recuperaci­ón estructura­les, no sin obstáculos, levantados por países del Este, que amagaron con vetarlos si se les imponía lo que son valores fundaciona­les de la UE. Estos fondos deberían permitir capear los estragos de la crisis económica derivada del coronaviru­s y –si se cumplen las expectativ­as– aprovechar la ocasión para dar un impulso y desarrolla­r sectores punteros y de futuro.

Alemania y Francia siguen siendo los principale­s motores europeos. Lo son por motivos históricos, desde hace ya más de medio siglo, cuando en 1963 el canciller Adenauer y el presidente De Gaulle firmaron un primer tratado de amistad tras la Segunda Guerra Mundial. Lo son también ahora, con Merkel y Macron, tanto por razones contables como de liderazgo. Esta realidad hace pensar a países del sur como Italia o España que su posición es subalterna, en particular tras las dificultad­es de la larga crisis iniciada en el 2008, y ante las que se anuncian en el horizonte. Y hay que convenir que no están en condicione­s de competir con Alemania. Pero también que su aportación puede ser decisiva. De ahí la pertinenci­a de esta nueva estrategia de acción exterior española.

El Consejo de Ministros analiza hoy las nuevas líneas de la acción exterior de España

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