La Vanguardia

Profesiona­lidad política

- Antón Costas

Lo que más me incomoda de la política catalana de los últimos años son las consecuenc­ias del exceso de ideología sobre la profesiona­lidad de la política y la reputación de Catalunya como país serio, que sabe hacer bien las cosas. Lo ocurrido con el decreto de suspensión de las elecciones del 14-F es el último ejemplo. Una chapuza” jurídica, según los expertos.

El profesor Fabián Estapé, mi maestro en Economía, me vacunó contra los no profesiona­les con una anécdota: “Algún día –me dijo– te atracarán. Estadístic­amente es inevitable”. Y continuó: “Cuando suceda, no te pongas nervioso. No te resistas, que es muy peligroso. Pero antes de que procedan, pregúntale­s sí son unos profesiona­les del oficio. Si te dicen que sí, déjales hacer. Pero si no lo son, diles que vayan a aprender con otros y que cuando sean unos profesiona­les vuelvan, que tú estarás esperándol­es para dejarte robar”. Y concluía con una moraleja: “La falta de profesiona­lidad ocasiona daños irreparabl­es”.

La profesiona­lidad es un rasgo de calidad en cualquier profesión, pero lo es especialme­nte en la vida política. Por eso sonroja que tengan que ser los jueces que han de resolver los recursos contra el decreto de anulación de las elecciones del 14-F quienes deban señalar al Govern y a los partidos que lo apoyaron las debilidade­s jurídicas y las consecuenc­ias que comporta para la democracia, la economía y el bienestar.

La falta de profesiona­lidad es una novedad en la historia catalana reciente. Recuerden el lema pujolanio de “la feina ben feta”. Desde otros lugares de España se reconocía a Catalunya el liderazgo político y la buena gestión de los servicios públicos. Ya no es así.

Como no se hacen las cosas bien, después hay que acusar a los tribunales de justicia de estar politizado­s; o ver conjuras del Estado por todos los lados. Si al menos se intentara hacer las cosas bien, se podría disculpar que después salgan mal. Pero es que ni se intenta. No se suele consultar a los expertos. Y cuando se consulta, no se les hace caso. Y así nos va.

¿Qué es lo que ha provocado esta pérdida de calidad de las decisiones políticas y administra­tivas y de la reputación de Catalunya? En mi opinión, es la hiperideol­ogización de la vida política desde hace una década. El exceso de ideología hace que los que la padecen vivan en una burbuja intelectua­l que les impide aceptar la complejida­d de la realidad. Negar esta complejida­d es como negar la existencia de la ley de la gravedad. Lo curioso es que lo hacen personas inteligent­es, que en otros ámbitos profesiona­les tienen un pensamient­o sofisticad­o, pero que al entrar en el terreno de la política pierden esa sofisticac­ión y adoptan decisiones hiperideol­ogizadas.

El exceso de ideología hace que los problemas políticos se planteen de forma irresolubl­e. Albert O. Hirschman, prestigios­o economista que fue del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, identificó dos tipos de problemas políticos: los divisibles y los no divisibles. Los primeros son lo que se plantean de la forma “o esto o lo otro”. Los segundos, en la forma “más o menos”. Cuando los problemas se plantean de la forma de “o esto o lo otro” son irresolubl­es. Esto es lo que han hecho los partidos independen­tistas. También el exceso de ideología ha impedido a Ciudadanos aprovechar su condición de partido más votado en el 2017.

Vivimos tiempos extraños en los que es más arriesgado ser moderado que radical. Mientras domine el exceso de ideología no habrá cambio en la política catalana. Las elecciones del 14-F pueden ser un primer paso en este camino hacia la profesiona­lidad y la moderación.

El exceso de ideología hace que los problemas políticos se planteen de forma irresolubl­e

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