Un periodista diésel
PRIMO GONZÁLEZ (1947-2021) Pionero de la prensa económica y financiera
El corazón de una de las mentes más lúcidas de la prensa española en el análisis de la evolución de los mercados financieros ha dejado de latir. Primo González Ortiz, pionero del periodismo económico y financiero de este país, fiel colaborador de las páginas de Economía de La Vanguardia desde 1979, falleció en Madrid en la madrugada del pasado viernes. Horas antes aún tuvo tiempo de enviar su última información bursátil, que se publicó el domingo en el suplemento Dinero.
En los últimos 42 años Primo González ha sido un excepcional amigo y compañero de todos los que hemos formado parte de la sección de Economía y un trabajador incansable al servicio de la mejor información económica y financiera para los lectores de La Vanguardia. Pionero también del teletrabajo en España, como recientemente le gustaba recordar, desde el otro lado del teléfono, en su domicilio de Madrid, siempre ha estado dispuesto a informar, colaborar y ayudar en todo lo que la actualidad requería. Nunca tuvo un no cuando se trataba de trabajar, fuera la hora que fuera, con un gran entusiasmo y entrega.
Decía que consideraba a la sección de Economía de La Vanguardia como parte de su familia porque prácticamente, durante esos 42 años, hemos sido inseparables. Su esposa Marisol y sus hijos Marta, Virginia y José, al comunicarnos la triste noticia, recordaban que ya desde muy joven quería trabajar en La Vanguardia y que le hubiera gustado incluso vivir en Barcelona. Seguía muy de cerca la actualidad catalana.
Primo González era asturiano, nació en Oviedo el 8 de marzo de 1947, y amaba mucho su tierra natal, hacia la que escapaba siempre que tenía vacaciones. Cursó periodismo y economía en la Universidad de Navarra y empezó a trabajar muy joven, siempre que sus estudios se lo permitían. Su primer empleo como periodista fue en La Voz de Avilés, a los diecisiete años, y posteriormente estuvo en La Voz de Asturias. De allí, luego, se trasladó a Bilbao para trabajar en La Gaceta del Norte y después dio el salto a Madrid. Trabajó, sucesivamente, en el diario Arriba, en la agencia Colpisa, la agencia Efe, Diario 16 y El País. Fue cofundador también de la revista económica Doblón, junto con otros compañeros periodistas.
Le apasionaba la economía, la estudiaba a fondo y disponía de un enorme archivo en su despacho del que salían todo tipo de comparaciones históricas cuando no había internet. Los análisis que publicaba en La Vanguardia sobre la evolución del producto interior bruto, los precios y la producción industrial, la balanza de pagos, el IPC, el comercio exterior, la encuesta de población activa, las diversas estadísticas del Banco de España, los mercados de deuda pública y la evolución de la bolsa, entre muchos otros asuntos, eran tan buenos que incluso servían de guía a los servicios de estudio de bancos y empresas en la época en que se inició la transición hacia la modernización económica de este país. Fue también un pionero del análisis de los fondos de inversión en prensa, tarea en la que se especializó prácticamente en los últimos años, como los lectores han podido comprobar en el suplemento Dinero. Su otra gran especialización, en los últimos años, era el cuidado y amor por sus nietos –Diego, Jaime, Uxue y Unai–,de los que siempre contaba cosas y anécdotas.
A Primo González se le puede calificar como un periodista diésel ya que, como esos motores, era un periodista seguro, constante, permanente y potente, como lo ha bautizado un compañero. Esa solidez profesional, avalada por un gran rigor y conocimiento, daba seguridad y garantía a todos los que trabajábamos con él. Era discreto, modesto, ecuánime y reservado. Tanto es así que pocos sabían que llegó a asesorar a algunas grandes empresas e incluso a presidentes de gobierno, como sucedió en el caso de Leopoldo Calvo Sotelo.
Pese a tener una gran vocación por el periodismo, sin embargo, Primo González, por su carácter reservado, huyó pronto de las redacciones, de los cargos y de los honores, y se independizó como periodista y colaborador independiente. Hizo de su casa y de su despacho su propia redacción y, desde allí, distribuía sus artículos y trabajaba para La Vanguardia. De ahí que dijera que fue un pionero del teletrabajo. También se le puede calificar como un luchador porque no es fácil ser un lobo solitario del periodismo. Su esposa Marisol y sus hijas, sin embargo, han estado siempre a su lado apoyándole en todo y, desde aquí, les acompañamos en el sentimiento.
La Vanguardia, en suma, pierde una de esas grandes personas que, desde la discreción, la modestia y el servicio han contribuido con su trabajo a que sea uno de los grandes diarios del país.