La Vanguardia

Las restriccio­nes contra la pandemia dividen la sociedad neerlandes­a

Tercera noche consecutiv­a de violencia en los Países Bajos, con 184 detenidos

- RAFAEL RAMOS

Una tercera noche consecutiv­a de violencia para protestar contra las restriccio­nes de la pandemia, con casi doscientos detenidos, ha sacudido los cimientos de la sociedad neerlandes­a. Los habitantes de los Países Bajos se preguntan qué ha sido de aquella nación con fama de estable, aburrida, decente e intelectua­lmente tolerante, a pesar del avance en los últimos años de fuerzas xenófobas populistas de extrema derecha contrarias al islam y a la inmigració­n en general.

Los sucesos del domingo por la noche volvieron a repetirse veinticuat­ro horas después en localidade­s grandes y pequeñas de todo el país (Rotterdam, Amsterdam, Haarlem, La Haya, Den Bosch, Helmond, Alphen, Amersfoot...), donde grupos de manifestan­tes predominan­temente (pero no solo) jóvenes rompieron escaparate­s, destrozaro­n coches, saquearon un supermerca­do, arrojaron piedras y lanzaron fuegos de artificio, lo cual desembocó en enfrentami­entos con la policía y 184 arrestos.

Aunque el Gobierno insiste en que se trata de “simples delincuent­es y alteradore­s del orden a quienes hay que tratar como tales”, el trasfondo es más complicado, y las razones del descontent­o tienen que ver con las medidas para combatir la pandemia (la ciudadanía nunca había sido sometida a un toque de queda desde la ocupación nazi en la II Guerra Mundial), pero van más allá. El impacto de la globalizac­ión, igual que en Estados Unidos o Gran Bretaña, ha alterado una sociedad que era étnicament­e homogénea y con una profunda base religiosa (tanto protestant­e como católica), provocando una fisura entre quienes hacen del liberalism­o y el multicultu­ralismo su seña de identidad, y quienes se sienten abandonado­s y traicionad­os por la tecnología, el secularism­o, el estancamie­nto económico, la austeridad, la inmigració­n, el Islam y la llegada de refugiados, haciendo de todo ello un mismo paquete. En este sentido, los habitantes de regiones como Brabant y Limburg (de donde procede el líder ultraderec­hista Geert Wilders), rurales y con ciudades pequeñas que no llegan a los cien mil habitantes, no son tan distintos de los pescadores ingleses pro Brexit de Devon y Cornualles, o de los fanáticos trumpistas de Ohio.

Los Países Bajos tienen una tradición libertaria que se remonta al siglo XVI y la época de las Provincias Unidas, de mercantili­smo, tolerancia religiosa y de todo tipo (abrió las puertas a Descartes, a los judíos, a los hugonotes franceses y a quienes huían de la persecució­n en Inglaterra), autonomía local, descentral­ización, gobierno limitado y Estado pequeño, que aún hoy se refleja en la crítica a los “derrochado­res” países meridional­es. La imposición de un toque de queda de nueve de la noche a cuatro de la madrugada, la obligación de quedarse en casa y la imposición de multas de hasta 95 euros (cobradas con eficacia prusiana) a quienes incumplan las normas van en contra de ese espíritu y enfrentan a los jóvenes y libertario­s con quienes tienen tanto miedo que están dispuestos a otorgar poderes sin precedente­s a las autoridade­s.

En los últimos meses ha habido en los Países Bajos protestas contra

Los jóvenes (y no tan jóvenes) se rebelan contra el primer toque de queda desde la ocupación alemana

la pandemia, y también a favor del Black Lives Matter, pero ninguna tan violenta como la de las dos últimas noches. Un Estado que históricam­ente ha concedido a sus súbditos libertades que otros negaban a los suyos ha tomado medidas drásticas para intentar controlar el virus. Y al hacerlo, ha exacerbado tensiones que estaban latentes.

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PETER DEJONG / AP Un bombero de Rotterdam apagando un container ardiendo la noche del lunes

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