La Vanguardia

La invasión del ‘ejército rojo’

Los cangrejos rey procedente­s de Rusia se han establecid­o en Noruega y avanzan hacia el sur

- RAFAEL RAMOS Bugoynes (Noruega)

En la pequeña isla noruega de Vardo, una estación de radar financiada por Estados Unidos vigila todos los movimiento­s en el mar de Barents y la península de Kola, en especial los de la Flota del Norte de la marina rusa. Con el calentamie­nto global, la apertura de nuevas rutas marítimas y el más fácil acceso a los recursos naturales, el Ártico ha adquirido una importanci­a estratégic­a clave.

Los noruegos están tan recelosos de una hipotética invasión por parte de Rusia para hacerse con su petróleo y gas natural (el argumento de Occupied, una serie de televisión que ya lleva varias temporadas) que de tanto en tanto, como elemento disuasorio, invita a tropas de EE.UU. a realizar maniobras en la provincia septentrio­nal de Finnmark, algo que irrita terribleme­nte a Moscú. Ese ataque, por el momento, es cosa de política-ficción.

La que sí se ha producido en cambio es la invasión del llamado ejército rojo de Stalin, hordas de cangrejos rey, gigantes de ocho patas, con un diámetro de hasta dos metros y quince kilos de peso, y el aspecto de arañas gigantes diseñadas por el productor de una película de serie B, un manjar tan caro como el caviar o las angulas, que se vende a más de cien euros por ración en los restaurant­es de Oslo, Tokio y Nueva York. Y respecto a esta invasión, los noruegos están divididos entre quienes reciben con los brazos abiertos a los inmigrante­s, y quienes preferiría­n que se volvieran a su casa.

El cangrejo rey es una especie invasiva originaria de la región rusa de Kamchatka, en el extremo oriental de Siberia, que científico­s soviéticos exportaron a Murmansk y la península de Kola en los años sesenta a modo de experiment­o. Al principio pensaron que no había arraigado, pero hoy no solo está en Rusia sino también en la vecina Noruega, ha dado la vuelta al Cabo Norte y ha descendido por la costa hasta las islas Lofoten, a una velocidad de 50 kilómetros al año. Se estima que en una década habrán llegado hasta Bergen, donde las aguas son ya más calientes, y la cuestión es si ahí establecer­án su frontera o se aclimatará­n y seguirán hacia el sur.

Hasta hace poco Bugoynes, en el fiordo de Varanger, era una localidad pesquera deprimida, con casitas diseminada­s por la tundra, por donde pasaban sin parar los turistas que en verano, con 24 horas de luz, van de madrugada a ver la puesta e inmediata salida del sol a pocos metros de distancia en el horizonte ártico. La invasión rusa ha cambiado la vida a sus habitantes, que ahora se hacen de oro capturando sin esfuerzo los cangrejos, que venden a cinco dólares el kilo (los restaurant­es cobran hasta veinte veces más).

Pero no todo el mundo está tan contento. Los pescadores de bacalao y arenque, porque los gigantesco­s cangrejos rompen las redes con sus afiladas garras, capaces de cortar de un tajo el dedo de una personas, y de paso se comen los demás peces. En Bugoynes, casi 500 kilómetros al norte del círculo polar, no importa demasiado porque no hay pesca a escala industrial, pero sí, por ejemplo, en las islas Lofoten.

Y los defensores del medio ambiente se quejan de que los invasores, depredador­es naturales que se agrupan en colonias de hasta diez mil ejemplares, están desequilib­rando el ecosistema, comiéndose los mejillones, las almejas, el plancton y las larvas que pueblan el fondo marino que son su hábitat, y que ahora parece el desierto del Sáhara.

Tanto Noruega como Rusia (y Alaska) imponen cuotas anuales a la captura de los cangrejos, a fin de no saturar el mercado, y solo autorizan la pesca de los machos, obligando a devolver las hembras y las crías al agua (no todo el mundo lo hace, y se queda las huevas como caviar). Pero se han convertido en un negocio tan fabuloso que el país escandinav­o ha empezado a criarlos en piscifacto­rías, y el año pasado los exportó por valor de diez millones de euros. En diez años su precio se ha triplicado.

Treinta enormes tanques redondos con mil cangrejos cada uno –la pesca de un solo día por los locales– se han añadido al paisaje de Bugoynes. Cada varios días se presentan en la remota localidad ártica camiones refrigerad­os que los transporta­n hasta Oslo, 1.800 kilómetros al sur, y de ahí al aeropuerto camino de Japón, Londres, Dubái, Los Ángeles, Kuala Lumpur...

Los alemanes ocuparon Noruega en la Segunda Guerra Mundial, y los rusos efectuaron incursione­s de hasta cien kilómetros en una zona territoria­l en disputa hasta que se delimitó la frontera . Pero nada como la invasión de los diez millones de cangrejos rey, el ejército rojo de Stalin.

Son tan cotizados como el caviar o las angulas, pero rompen las redes de los pescadores y amenazan el ecosistema

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FINNBARR WEBSTER / GETTY

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