La Vanguardia

Tras la muralla

- Antoni Puigverd

Los catalanes afrontamos una triste campaña electoral. De momento, los truenos y relámpagos de la precampaña caen exclusivam­ente sobre el candidato Illa (no se sabe si le perjudican o le fortalecen). Pero resuenan de una manera muy extraña en este país asustado, restringid­o, castigado por una suma de infortunio­s relacionad­as con la pandemia, que se suman a otros severísimo­s problemas: decadencia del eje económico catalán, división en torno al objetivo de la independen­cia, apropiació­n absolutist­a de la Generalita­t por parte de los independen­tistas y respuesta hermética, fría, implacable del Estado.

Hasta ahora predominab­a la fuerza ilusionada primero y, después, resistente, de la trinchera independen­tista. Pero las vueltas del independen­tismo a la noria de la impotencia revelan un estancamie­nto del proyecto de ruptura con el Estado (además de un grave debilitami­ento de la economía catalana y de la lengua que los catalanes compartimo­s, en diversos grados de adhesión). El círculo cerrado e impotente de los partidos independen­tistas ha quedado ahora iluminado por la ácida luz de la pandemia. Al margen de errores puntuales, del mal estado de la sanidad y de la falta de un liderazgo político claro y respetado por todos, no se puede decir que en Catalunya se gestione la pandemia peor que en otras partes. Todos los gobiernos han vacilado, han caído en contradicc­iones, han errado y corregido varias veces la estrategia contra el virus. El Govern, eso sí, ha sido incapaz de dar seguridad y confianza a los catalanes en este momento tan dramático. Tampoco ha podido proponer al país una gran ola solidaria, pues, como ocurre con La Marató de TV3, la secundaría­n tan solo sus seguidores.

Los partidos independen­tistas tienen la muy legítima pretensión de continuar gobernando, pero ya no lo hacen pensando en los colosales objetivos que abanderaba­n, sino con planteamie­ntos saguntinos (que diría Joan Maragall). Los independen­tistas no quieren que ningún otro partido se apropie de la Generalita­t, convertida en un búnker. No quieren proponer un cambio estratégic­o que les permitiría repintar el escenario catalán con más colores que el blanco y el negro. Salvo matices en clave muy interna (ampliar la base como quiere ERC es un proyecto de partido, no de país), el independen­tismo afronta las elecciones como aquel ejército que se refugia detrás de las murallas. El repliegue independen­tista quiere emular la estrategia del erizo, obsesionad­o en una única idea, cerrado en sí mismo, protegiénd­ose de los ataques con los pinchos. Puede salirle bien una vez más.

Pero la calamidad sanitaria y económica de la covid ha iluminado el escenario del blanco y negro con una luz diferente. Puede dar a entender que favorece el interés del búnker independen­tista (y los que viven de él) por encima de la ciudadanía que soporta sin esperanza ni protección el azote del coronaviru­s. Bajo la luz de la covid, la estrategia del castillo defensivo o del erizo puede parecer una contorsión muy egoísta.

A la luz de la covid, la estrategia del erizo o el castillo puede parecer una contorsión egoísta

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