Illa, los reproches y la remodelación
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, presentó ayer por la tarde al Rey los cambios en el Ejecutivo. El más destacado afecta al Ministerio de Sanidad, donde Carolina Darias sustituye a Salvador Illa, que a partir del viernes se zambullirá en la campaña electoral catalana del 14-F, donde competirá como candidato socialista a la presidencia de la Generalitat. El anterior puesto de Carolina Darias, hasta ahora ministra de Política Territorial y Función Pública, lo ocupa Miquel Iceta, primer secretario del PSC y líder de esta formación en el Parlament durante los convulsos años del procés.
La salida de Illa de Sanidad ha desatado la penúltima tormenta en el borrascoso panorama político español. El lunes, en el Congreso de los Diputados, y con la excepción del socialista, todos los grupos parlamentarios coincidieron en su severa crítica a Illa por dejar Sanidad en un momento muy delicado de la pandemia. Le reprocharon, además de esto, que pasara de ministro a candidato –pese a que hay casos en otras formaciones de políticos que ostentan cargos de rango similar y van en las listas– o que eludiera su última comparecencia parlamentaria, mañana, para dar cuentas de su gestión.
Es indiscutible que, en estos momentos, la pandemia registra en nuestro país cifras muy preocupantes. Abandonar el ministerio en esta circunstancia es algo difícil de explicar y deja margen para la crítica. El Gobierno quizás haya calculado los tempos con criterio partidista, y en todo caso inadecuadamente, lo cual ha obrado al fin en contra de Illa. Pero también es cierto que la inminencia del 14-F y el llamado efecto Illa, que hace temer a los demás contendientes en las autonómicas catalanas que el socialista obtenga un buen resultado, han alineado a partidos por lo general irreconciliables. Desde Unidas Podemos (UP) hasta Vox, pasando por el PP o los independentistas catalanes –corresponsables, por cierto, de la gestión de la pandemia–, todas las fuerzas han presentado a Illa como el capitán que salta del barco en plena galerna.
En defensa de Illa podría decirse que en el año que ha ejercido como ministro ha comparecido una veintena de veces ante el Congreso para rendir cuentas de su gestión. También, que no hay gobierno occidental que escape a las críticas por su gestión ante una pandemia imprevisible, cuya evolución sigue fuera de control. Podría añadirse que España, aunque escasa de dosis por los fallos de suministro, es uno de los países europeos –el cuarto, tras el Reino Unido, Alemania e Italia– que de la mano de las autonomías más vacunas ha inyectado... Pero nada de eso basta para frenar el descontento popular o los excesos partidistas cuando la pandemia sigue avanzando y casi todas las formaciones políticas parecen dedicar el grueso de sus energías a erosionar al candidato socialista del 14-F. Cuesta, por último, comprender tantas críticas a Illa por dejar el ministerio cuando quienes las formulan le acusaban a diario de incapacidad.
Más allá de Illa, esta remodelación gubernamental nos sugiere otras dos reflexiones. La primera es que se ha perdido la ocasión para darle mayor alcance. El ministro de Cultura, por ejemplo, ha exhibido escasa empatía con el sector al que debe atender y se ha hecho acreedor de las suficientes críticas como para considerarle, a estas alturas, amortizado. La segunda reflexión, aun considerando los desajustes que comporta todo gobierno de coalición, nos lleva a afirmar que UP, en su deseo de definir un perfil propio, ha obrado con escasa lealtad hacia su socio gubernamental. No solo Illa ha recibido sus dardos. También ministros como José Luis Escrivá, de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, o Nadia Calviño, de Asuntos Económicos y vicepresidenta del Gobierno, han estado en la diana de los de Pablo Iglesias, que de este modo han conseguido algo probablemente absurdo: debilitar el gabinete de coalición que deben sostener.
El tempo para el adiós del ministro no es oportuno, pero ciertas críticas recibidas son excesivas