Illa: vuelve el tecnócrata

Catalunya a veces despista o se despista, pero sigue siendo el canario en la mina de España. Y ahora un nuevo canario catalán anticipa un cambio de estilo en los liderazgos políticos, porque tiene una dicción balbuceante, titubea; y, como si tuviera miedo a que le adivinaras sus intenciones, no suele mirar de frente; pero sabe disimular sus ambiciones personales bajo el manto neutro de las estadísticas oficiales. Es un tecnócrata pixafreda de manual.

A Illa el carisma se le supone, porque no se le ve por ningún lado. No hubiera ganado unas primarias hace una década, pero están cambiando los tiempos –ese es el gran aviso de su candidatura– y esa carencia resulta ahora su mayor virtud. Su promesa de fría gestión –tan catalana– de los números ya supone una enmienda a los carismas gesticuladores y emprenyats de la última década, que, después de tantas emociones y tan pocos resultados, cada vez más electores resignats van dando, poco a poco, por perdida.

Esa resignación ha devaluado a quienes ponían las emociones de las gestas históricas por encima de la gestión del progreso cotidiano. Hemos bajado de piso en la pirámide de Maslow, donde solo subes al piso del narcisismo colectivo cuando tienes cubiertas las necesidades básicas, como la salud personal.

Y es que solemos preferir la vida propia a la eterna de la patria. Y la gestión de Illa será tan discutible como quieran y quizá no resistiría un escrutinio riguroso; pero sus oponentes, tan rápidos con el clic, no se molestarán en hacerlo; porque sería tan lento, farragoso e incierto como la propia gestión del ministro.

Y como nuestras propias vidas: hoy pequeñas, disminuidas y desanimadas. Pero ciertas. Lo único cierto que tenemos.