La Vanguardia

El mercadeo de las vacunas

- Susana Quadrado

Parece que a los gerifaltes de la Comisión Europea se les había olvidado que las multinacio­nales farmacéuti­cas no han venido a este mundo a hacer de madre Teresa de Calcuta. Tenemos aún fresco en la memoria, y a nadie sorprendió demasiado, que a mediados de noviembre el CEO de Pfizer se embolsara 4,7 millones de euros al vender acciones de su empresa el día que anunciaba avances en su vacuna. ¿Una operación legal? Sí. ¿Ética? Júzguenlo ustedes.

Siendo aquello del CEO muy pero que muy feo, no deja de suponer una anécdota ante lo que la Comisión Europea está sugiriendo ahora acerca de la actuación de las farmacéuti­cas, de las que dependen literalmen­te millones de vidas. Que la Comisión haya decidido dar un golpe sobre la mesa y enseñar los dientes, más que un gesto de autoridad, es una muestra de desesperac­ión.

Bruselas observa con impotencia cómo llega sin fuelle a la campaña de vacunación y arrastrand­o los pies por su lenta política de aprobación de vacunas. Peligran todos sus cálculos de que un 70% de europeos esté inmunizado en verano y además se suma la incógnita de la voraz variante británica. Demasiados imprevisto­s cabalgando a lomos de un virus solo domable con la vacuna.

Aunque Pfizer también ha alterado el plan de reparto, en el epicentro de la ira de la Comisión se sitúa Astrazenec­a, cuya cartera de vacunas la UE ha reservado y pagado de forma anticipada, como el resto hasta 2.700 millones de euros. Que Astrazenec­a anunciara el viernes que no podrá cumplir con el calendario de entrega y que recortará en un 60% los pedidos de este trimestre previstos para los Veintisiet­e (si se esperaban unos 80 millones de dosis de un total de 400 millones reservadas, solo llegarán 31) ha crispado a la CE hasta tal punto que Ursula von der Leyen se ha visto en la necesidad de imponer a todos los laboratori­os un férreo control sobre las exportacio­nes.

¿Qué significa eso? De entrada, que los Veintisiet­e no se fían un pelo de Astrazenec­a: quieren saber cuántas dosis se han producido, dónde, si han sido entregadas y a quién. En el fondo, ese control sobrevenid­o sobre la farmacéuti­ca hace emerger con cierto escándalo que Astrazenec­a pueda estar dando prioridad en su línea de producción a terceros países, que estarían pagando un precio superior al europeo. Fíjense solo en la velocidad con la que ha salido el Reino Unido a quejarse de la decisión de Von der Leyen.

A todo esto habría que añadirle la opacidad de los contratos negociados con las farmacéuti­cas contra los que ahora, tarde, demasiado tarde, clama la Unión Europea. El precio y el calendario exacto de entregas está protegido por la confidenci­alidad de los contratos firmados. ¿Legal? Sí. ¿Etico? Júzguenlo ustedes.

El plan de vacunas de la UE basado en lograr dosis a un bajo costo –y rodeado de ingenuidad– puede pasar una factura muy elevada a los Veintisiet­e. No hablamos solo de la ralentizac­ión de la vacunación cuando deberíamos estar acelerando sino de más desconfian­za hacia Europa como institució­n y más desmotivac­ión social. Los numerosos vericuetos legales de lo firmado por la Comisión con las farmacéuti­cas aparecen en estos momentos como un muro infranquea­ble tras el cual ya no se esconde el negocio de una industria a la que se ha dejado total libertad de acción para irse con el mejor postor.

La CE sospecha que Astrazenec­a está dando prioridad a terceros países que pagan más por dosis

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