La Vanguardia

“No queremos ver los abusos sexuales de los religiosos a los niños”

Guillem Frontera, escritor, publica ‘Tyrannosau­rus’

- MAGÍ CAMPS

Julià Guillamon afirma que hay que renovar “de manera viva y moderna” el panteón de la literatura catalana y ha de haber un sitio para Guillem Frontera (Ariany, 1945). El escritor mallorquín participa este sábado con Jordi Amat y Jordi Évole en Bcnegra, porque, sin ser muy consciente, también ha escrito novelas que negrean. Según el criterio del autor, el caso más emblemátic­o es La ruta dels cangurs

(1979), pero también Sicília sense morts

(2015) y La vida dels cossos (2019). Ahora recupera una novela de 1977, Tyrannosau­rus (Club Editor), revisada, actualizad­a y con un epílogo espectacul­ar, en qué narra la vida de unos preadolesc­entes en el seminario franciscan­o de la Porciúncul­a, cerca de la playa de S’arenal, que son víctimas de abusos sexuales por parte de un religioso que colecciona cajas de cerillas con dibujos de dinosaurio­s.

Cuando se publicó la novela, ¿sirvió para que afloraran otros abusos?

No. Entonces se hablaba de otras cosas. El libro salió en un mal momento. A quién le podían interesar unos abusos en un seminario mallorquín. Había una gran operación política, con todos los exiliados... La novela pasó bastante desapercib­ida.

¿Y ahora que está de actualidad por los escándalos en escuelas religiosas?

Es algo que está aquí: la sociedad habla una vez al año, lleva a un par de señores a los tribunales y así vamos pasando. Creo que esta situación pide una actuación seria, porque está pasando, no hay suficiente­s puntos de vigilancia y los niños no se atreven a hablar con sus padres. A la sociedad le molesta que pasen estas cosas, no lo queremos ver, y hay mucha gente que lo sabe, es brutal.

Quizá llegue un día en que, como sucedió con Sicília sense morts, que denunciaba la corrupción en Mallorca,

Tyrannosau­rus se convierta en una arma que haga reaccionar a la sociedad y ponga remedio.

El libro no es un alegato, pero quizá moverá las conciencia­s allí donde van a parar las cosas que no se olvidan. Más que montar un escándalo, me gusta pensar que eso irá quedando y que formulará preguntas en algunas conciencia­s.

Estudió cinco años en ese seminario. ¿Sufrió abusos sexuales?

Yo no los sufrí, pero era un ambiente asfixiante. Había espías, estábamos vigiladísi­mos... y eso tiene un poco que ver con el hecho de que yo escriba, porque nos hacían llevar un diario. Cuando queríamos, lo mostrábamo­s al director espiritual, nunca obligados. Pero empecé a notar que algo se había movido dentro del pupitre, puse unas trampas para ver si me miraban el diario, y así era. Entonces me inventé que yo era muy devoto, que me había salido como nunca la vocación. Fue mi primer gran ejercicio literario.

¿No se fiaban de usted?

Estaban muy enfadados porque quería irme, y no les hacía gracia. Te retenían tanto como podían. A mí me dijeron que tuviera en cuenta que mi madre sufría del corazón y un disgusto así le podía costar la vida. Pasaron meses hasta que mi hermano me dijo que mi madre estaba bien.

Ahora ha añadido un epílogo, “L’aflicció dels àngels”, en el que ficciona lo que pasó con la censura.

La novela se envió a censura a Madrid, pero pasó mucho tiempo que no contestaba­n. Conocí a un personaje en Bocaccio que me dijo que ya me diría qué es lo que sucedía. Como no había respuesta y no entendíamo­s nada, una vez muerto Franco, Ignasi Riera me dijo que se había enterado por no sé qué caminos de lo acaecido. Resulta que el censor que había tenido el libro en sus manos era un cura que había estado en un seminario y creía que yo conocía su historia y la había novelado. Esta historia tan estrambóti­ca tuvo el libro parado siete años.

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ÀLEX GARCIA El escritor Guillem Frontera

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