La Vanguardia

¿Qué estrella del pop era un as jugando al baloncesto con su 1,60 m de estatura?

- MARICEL CHAVARRÍA

Su don más grande fue el de la música. A los doce años supo que le dedicaría su vida. Había empezado a tocar el piano a los siete, en su Minneapoli­s natal, pero en el instituto demostró otra pasión: el baloncesto, un deporte en el que era un as a pesar de su corta estatura, por entonces metro cincuenta y ocho centímetro­s.

Jugó durante dos años en el equipo Central High School de Minneapoli­s. Su entrenador, Al Nuness, diría que “el problema es que sencillame­nte no creció”. Pero su rapidez y habilidad para lanzar el balón por las alturas más el volumen de su pelo a lo afro le hacían parecer de 1,80. “A la que le ponías un uniforme y le dabas un balón era otra persona. La gente no es consciente de lo buen jugador que era. No era un magnífico anotador pero su rapidez...”.

Sin embargo la excelencia no era suficiente en uno de los mejores equipos del estado Minnesota. Era necesaria una humanidad voluminosa. Ningún jugador de su altura había llegado nunca a la NBA, así que se olvidó del básquet, si bien siguió siendo un gran hincha toda su vida. Habrá que agradecer a su corta estatura que el mundo no perdiera a un músico mayúsculo que en muchos aspectos cambió la historia del pop en la segunda mitad del siglo XX. Visionario en lo musical, creó además toda una mitología alrededor de sí mismo, calibró el poder del misterio y el secreto, y jugó de manera subversiva con la ambigüedad del color de la piel (diría que su madre era italiana cuando en realidad era una jazzwoman afroameric­ana) o su orientació­n sexual... anticipand­o un futuro en el que los roles raciales, sexuales y los géneros musicales se hacían añicos. Y llegó a definirse como un símbolo que aunaba femenino y masculino. Un enigma... que hablaba abiertamen­te de sexo con un trasfondo espiritual muy católico o viceversa.

Se trata obviamente de Prince (1958-2016), el chico de Minneapoli­s cuya música era dinamita. Y cuyo baile, con el cuerpo más felino y liviano que se ha visto en la escena del pop, era imposible de imitar. La velocidad y un brutal dominio de su cuerpo tal vez no habían sido suficiente para convertirl­o en una estrella del baloncesto, pero en el escenario le elevaban a semi dios.

Siendo ya una estrella musical y un mito sexual, al autor de Purple

Rain y Sign ‘O’ The Times siempre le quedaba tiempo entre fiestas, giras mundiales y grabacione­s, para su otro amor, el baloncesto. Touré Neblett, escritor bostoniano, presentado­r de televisión y autor de una biografía de Prince –cuyo título evoca una de sus mejores canciones

I Would Die 4 U– cuenta la experienci­a de ser invitado a un partido de baloncesto por el artista.

“Se hizo con mi balón y me puso cara de ‘te voy a patear el culo’ –escribe Touré– y empezó a dominar por toda la cancha, moviéndose rápido, driblando con velocidad, metiéndose por debajo de mi brazo para robarme rebotes que tenía ya claro que eran míos”. Escurridiz­o y serpentean­te, resuelto y confiado, en la cancha o en el escenario...

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