La Vanguardia

Las lágrimas de Gergiev

- Maricel Chavarría

Es difícil predecir si lo que en la Europa continenta­l se conoce ahora por el heroísmo cultural español tendrá un final feliz en el que seguiremos siendo un modelo o acabará tornándose en contra en cuanto los índices de contagio de la covid vayan a peor.

Este fin de semana la prensa internacio­nal abordaba la “excepción cultural española en plena pandemia” sin atreverse a tildar de locura el hecho de tener las salas abiertas, pero dejando que fueran los artistas quienes lo calificara­n de “heroico”. Ya se sabe: una cosa es el mundo de la cultura, que en todas partes nos envidia, y otra es la opinión pública, que lo único que percibe es que la pandemia se dispara mientras la gente sigue yendo al teatro. Está demostrado, sí, que museos, teatros, auditorios y cines son inofensivo­s –suponiendo que no vendan palomitas en los últimos– y, de hecho, a los gobiernos reticentes a abrir lo que les preocupa es la movilidad y conversaci­ón que genera. Pero es cuestión de imagen; sobre todo si en el norte ya nos perciben como país de cachondeo y pandereta.

El argumento en todo caso no puede seguir siendo que en España al sector no le queda otra que abrir porque el Gobierno no puede costear su salvación: eso solo empeora la imagen de imprudente­s. Además, la responsabi­lidad de abrir no la tiene la cultura solo con sus artistas, sino con la ciudadanía, que acusa depresión. Para muestra, el entusiasmo con el que el público recibía ayer a la soprano Anna Netrebko en el Liceu o con el que disfrutó la semana pasada en L’auditori de la insólita gira de la orquesta del Mariinsky. La gente derramaba lágrimas al son de Rajmáninov, abandonaba la armadura tras meses de tensión. Incluso el maestro Valery Gergiev no pudo evitar emocionars­e en el camerino tras el largo aplauso. Son conciertos curativos que ahorrarán lo suyo a la sanidad.

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