La Vanguardia

La boca abierta

- Irene Solà

Que se le había estropeado el coche, me contaba. Precisamen­te ahora. Y que había tenido que venir en transporte público, cargada como una mula, y que a su padre, que ya era mayor, le angustiaba que cogiera transporte público, pero no había decidido ella que el coche le dijera basta en medio de una pandemia y, de hecho, nunca es un buen momento para que se te estropee el coche, aunque, tenía razón el hombre, precisamen­te ahora era el peor momento, porque los niños le entraban escalonado­s a la escuela, y en tren, tardaba tres veces más en llegar al trabajo que en coche. ¡Mantén la boca abierta!, me ordenaba. Y yo, que hacía más de treinta minutos que la escuchaba con la boca abierta de par en par, y que tenía la mandíbula agarrotada de la fuerza inhumana que tenía que hacer para no cerrarla, y media cara dormida de la anestesia, profería pequeños sonidos de asentimien­to cavernosos que demostraba­n que seguía sus argumentos, empatizaba con la mala hora en que el coche le había acabado en el mecánico, e intercambi­aba mi relativo interés, mi indefensió­n y mi imposibili­dad de respuesta y huida por la esperanza que su capacidad de concentrac­ión se viera aumentada y no disminuida por la diatriba.

El plano desde donde yo, más que participar, observaba la conversaci­ón era extraordin­ario. Cinematogr­áfico. Estirada sobre una camilla azul reclinable, en mi campo de visión, bajo el foco, la dentista aparecía y desaparecí­a por la derecha, con bata blanca, gorra azul, dos mascarilla­s, manos enguantada­s y un montón de utensilios metálicos puntiagudo­s. A veces, una segunda dentista se metía en el encuadre por la izquierda con un tubo de plástico, con lo que, delicadame­nte, succionaba el agua y la saliva de entre mis encías y añadía a la conversaci­ón frases un poco más consistent­es y largas que mis gruñidos.

Entonces, la primera dentista me ofreció un dato curioso: durante una vida entera los seres humanos producimos alrededor de 45.500 litros de saliva. Se pueden decir muchas cosas con 45.500 litros de saliva, pensé yo. Se podría llenar una piscina entera, dijo ella. Y habría reído, porque me interesan este tipo de informacio­nes y me hacen cierta gracia este tipo de situacione­s, si no fuera que mantener la boca abierta mucho rato, por la razón que sea, sorpresa e interés por un dato sobre las glándulas salivales, empatía por las anécdotas de contratiem­pos pandémicos ajenos, preocupaci­ón por la situación general actual o paciencia de estar en el dentista, acaba por provocar un runrún en los huesos de la cara muy próximo al dolor.

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