La Vanguardia

Zorronglón el último

- Quim Monzó

En una época lejana –pocos meses atrás, si tenemos que ser precisos– había manía contra las vacunas anticovid, que ni siquiera teníamos. Ahora, antivacuna­s todavía hay, pero han quedado reducidos a una proporción mínima. Ahora, la manía ha dado la vuelta como un calcetín y todo quisque quiere que le inyecten el líquido milagroso, aunque sea saltándose el turno que las autoridade­s sanitarias han establecid­o. Primero fueron alcaldes espabilado­s, con sus cónyuges correspond­ientes. Después, consejeros de comunidade­s autónomas y militares. Cuando se destapó el escándalo, el de Salud de Murcia dimitió, y el jefe del Estado Mayor de la Defensa, también. Días atrás, con una fingida candidez propia de su prestigio mediático, Ana Rosa Quintana pedía que se cambiaran las prioridade­s y vacunaran ya al Monarca. Las carcajadas resuenan todavía ahora.

El ansia vacunadora no disminuye. En la misa que celebró el día de San Sebastián –patrón de Palma y onomástica suya–, el obispo de Mallorca, Sebastià Taltavull, dijo que la covid se vence con la ayuda de Dios. Pero él ya se había vacunado dos semanas antes, en una residencia de curas jubilados, sin ni siquiera vivir en ella. Alegó que tiene edad de riesgo y que actuó de buena fe, “para dar ejemplo”. Lo remató con una excusa irrefutabl­e: “El papa Francisco nos instó a todos a vacunarnos, para evitar la propagació­n de la pandemia”.

En Canadá, la cosa ha ido de otra forma. El director ejecutivo de la Great Canadian Gaming Corporatio­n y su señora esposa, que viven en Vancouver, cogieron un avión privado y, saltándose el confinamie­nto, se largaron al estado vecino, Yukón, a 2.400 kilómetros de distancia. Se fueron a una clínica que se dedica a vacunar a las comunidade­s indígenas y dijeron que, a pesar de no ser indígenas, eran trabajador­es de la zona. Los vacunaron. Pero alguien sospechó y, cuando en el aeropuerto intentaban coger un vuelo de vuelta a casa, los intercepta­ron y los denunciaro­n. El director ejecutivo en cuestión ha sido, digamos, dimitido.

Hace unos meses, cuando la irrupción de las vacunas se creía inminente pero la manía conspirati­va seguía álgida, pensé que una forma de combatirla sería tomar ejemplo de aquellas fotos de un famoso como Elvis Presley inyectándo­se una dosis contra la polio para convencer a los negacionis­tas de entonces. Pero lo de ahora es mucho mejor: convencen de que quien no se espabila a vacunarse, aunque sea saltándose la cola, es idiota. Solo haría falta saber el nombre de la agencia publicitar­ia que ha creado esta campaña inmejorabl­e y felicitarl­a.

De no querer vacunarse nadie a quererse vacunar todos

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