La Vanguardia

Las perdices de Picasso

- Julià Guillamon

Una de las –ya se puede decir– putadas del Any Perucho ha sido no haberse podido sentar en la mesa como dios manda. A Perucho le gustaba comer y beber y lo revestía todo de un gran ceremonial. De no ser por la covid, amigos y admiradore­s nos hubiéramos reunido a hablar de sus libros comiendo y tomando vino. Teníamos pensadas unas noches Perucho en las jornadas gastronómi­cas de la trufa negra en Morella y en las del cordero en Gandesa. También pensábamos ir a la Fonda Alcalá de Calaceite. En los años sesenta, Perucho acompañaba a allí a sus amigos de la cultura.

En su época de director de la Biblioteca de Arte Hispánico de la editorial Polígrafa, Perucho editó el libro Picasso a Catalunya de Josep Palau i Fabre. En noviembre de 1966 fueron a ofrecerlo al artista en Mougins. Picasso, que era de vida, le dijo: “Sé que usted también escribe de gastronomí­a: ¿ha probado el ajoblanco?” A partir de ahí habló de las butifarras y el pan de higos que comía en Horta de Sant Joan y explicó que la madre de su amigo Pallarés les daba aceitunas de postre. Al día siguiente, Picasso les volvió a recibir, y Perucho contó que habían almorzado en La colombe d’or, de Saint-paul de Vence, uno de los restaurant­es preferidos de Picasso. Pensemos que, en aquella época, Palau i Fabre vivía muy modestamen­te. Para poder ver a Picasso se privaba de muchas cosas. Palau y Perucho tenían dos temperamen­tos completame­nte distintos.

En una nota de su libro Estimat Picasso, Palau explica que en septiembre de 1967, al visitar a Picasso para ofrecerle la edición catalana de Picasso

a Catalunya, que acababa de salir, resultó que Picasso ya lo tenía. Palau sospechaba que se lo había llevado Perucho, sin decirle nada. En esta visita semisecret­a debió producirse la anécdota que demuestra el estilo charmant del autor de Les històries naturals. Fue a la Fonda Alcalá de Calaceite y contó que se iba a Mougins. El caso es que su amigo Enrique Alcalá ordenó unas perdices estofadas que envasó en una lata, para que las llevara a Picasso. Las cocinó primorosam­ente la esposa de Enrique Alcalá, Adoración. Qué manera de saber meterse a la gente en el bolsillo: vas a ver a Picasso ¡y le llevas las perdices que comía a los dieciocho años!

Cuando trabajaba en la biografía de Perucho iba encontrand­o cartas en las que, entre cuestiones literarias y artísticas, aparecía la comida. Hay una muy buena de Miquel Martí i Pol. Perucho le pidió que buscara una chica de confianza en Roda de Ter para tenerla de servicio en casa (los Perucho tenían cuatro hijos). Dice Martí i Pol: “Us envio la llonganiss­a i els versos tal com us vaig prometre. Posats a garantir us garanteixo la qualitat dels dos productes. A la botiga on l’hem comprada (la llonganiss­a, és clar), s’han sentit afalagats de saber que l’havíeu elogiada amb tant d’entusiasme”. Me imagino a Perucho sosteniend­o una loncha de salchichón, entre dos dedos, con cuidado, mordiéndol­a delicadame­nte, y zapateando entusiasma­do. Que tipo tan divertido.

Su amigo Enrique Alcalá ordenó envasar en lata unas perdices estofadas para que las llevara al artista

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