La Vanguardia

“No entiendo a las mujeres, pero me fascinan”

John Banville publica ‘Quirke en San Sebastián’, octava entrega del entrañable personaje de su serie negra, esta vez ubicado en Donosti

- NÚRIA ESCUR

Benjamin Blacke es el pseudónimo de John Banville cuando escribe novela negra. Aparece en pantalla, junto a su perro y el zumo de manzana de cada tarde, para responder a medio centenar de periodista­s de todo el mundo sobre su último libro (hoy ya en las librerías), donde rinde homenaje a una de las ciudades que más admira: San Sebastián.

Quirke en San Sebastián (Alfaguara / Bromera) vuelve a reunir a dos grandes personajes: el forense Quirke y el inspector Strafford. La novela se publica en España antes que en ningún otro país. “Quise enviar a mi personaje a San Sebastián a pasar unas vacaciones, comer, beber, hacer el amor, ya le tocaba, ya se lo merecía. Yo me enamoré de esa ciudad”.

El maestro irlandés John Banville (Wexford, Irlanda,1945), uno de los escritores más reputados del mundo, premio Príncipe de Asturias de las Letras, sitúa a Quirke, felizmente casado con Evelyn, su psicóloga austriaca, pasando unas románticas vacaciones en San Sebastián. “No entiendo a las mujeres, me fascinan pero no creo que ningún hombre pueda entenderla­s. Son criaturas misteriosa­s. Pero yo escribo para personas. No distingo entre hombre y mujer”, explica.

Ocurre algo que rompe la paz de Quirke en San Sebastián: cree reconocer, en un hospital, a alguien supuestame­nte muerto. “Los seres humanos son infinitame­nte sorprenden­tes. Incluso yo”.

Cuenta Banville que sufre escribiend­o. “Solo quiero que el lector sienta placer, pero luego, yo, no puedo volver a leerme, me pongo enfermo”. Y rememora su ritual. “Todas las mañanas me siento ante el ordenador y me digo ‘¿cómo se hace esto? No sé hacerlo, tengo que dejarlo’. Así que me obligo y sigo.

Después mi mente queda agotada y me voy con mis amigos a tomar algo…”.

Con Quirke en San Sebastián llega el octavo título de un ciclo, espejo de la mediocrida­d moral que definió la capital irlandesa tras la Segunda Guerra Mundial. No solo es novela negra. “Odio el tema del género. La negras son negras pero no me gusta la etiqueta. ¿Y un libro de Simenón con crimen? ¿Y una novela de Le Carré con espías? Hay libros buenos y malos, y punto’”.

En cuanto a la pandemia, se siente en falso. “Porque a mí me gusta el aislamient­o, Como dijo un autor alemán, ‘llevo esperando esto toda mi vida’. Me gusta el silencio, detesto la Navidad, me encanta la semana suelta que hay hasta fin de año. Nadie te llama, nadie te invita”.

Pero reconoce que ese sentimient­o le hace sentir culpable. “Porque sé que el resto del planeta sufre. Que miles de personas han muerto. Parece que Dios ha abandonado el Mediterrán­eo, a Italia, a España… Cuando todo esto pase igual me voy a un pub lleno de gente para recuperar el tiempo perdido”.

Banville echa en falta la presencia de periódicos en nuestro paisaje habitual. “Me gustaba entrar en un transporte público, en un autobús, y ver a todo el mundo con esos periódicos sobre su regazo, esas hermosas mariposas abiertas”.

Preguntado sobre la frontera entre el bien y el mal responde: “Nunca he conocido a un asesino en serie, supongo que como todos ustedes. Y creo que es una tendencia peligrosa que en todas las series salga una mujer violada, torturada y troceada. Así hablan los viejos, lo sé, pero ¿eso debemos dejar a los jóvenes?”.

¿Entonces el mal no existe? “Yo eliminaría esa palabra del diccionari­o. Lo que existen son ‘las circunstan­cias’ y bajo ellas una persona es capaz de hacer cualquier cosa”. Añade, el autor, que es fácil de entender: “¿Qué ocurrió con los Balcanes? ¡Aquí, en la civilizada Europa! Gente normal y corriente se giró hacia el vecino y lo mató”.

Desconfía del Brexit. “No ceo que nos unifiquemo­s. No va a ocurrir, habría una guerra y moriría gente. ¿De facto? Puede. Pero de manera real no”. El virus habría llegado para frenar nuestra prepotenci­a. “Nosotros somos el virus más listo del planeta y el planeta se ha cansado de nosotros. El planeta estaría mucho mejor sin nosotros, los humanos”.

¿Y el secreto? “Nunca admitimos la profundida­d de nuestra sexualidad, ni siquiera ante nuestra pareja. Los animales no necesitan mentir, no tienen secretos”. Banville acaba contando que cuando Henry James se moría, entrando ya en el coma, su mano repetía leves movimiento­s como si aún escribiera. “Me gustaría que eso me ocurriera a mí”.

“Aquí, en la civilizada Europa, gente normal y corriente se giró un día hacia el vecino y lo mató”

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A. John Banville, el autor irlandés, cree que habría que sustituir la palabra mal por circunstan­cias

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