La Vanguardia

Cuando todo pase, nos abrazaremo­s

- José R. Ubieto Psicoanali­sta y profesor de la Universita­t Oberta de Catalunya @joubpa

Esta es la frase con la que Lucía despide sus encuentros presencial­es o virtuales. Los que tiene a diario con su hija, con la voluntaria que la acompaña al médico o las videollama­das con sus nietos. Para ella –me explica– “abrazar es sentir que hay alguien a quien le importo”. Le recuerda los brazos del padre, que la cogía de pequeña y la zarandeaba un rato, y el abrazo largo y sentido de la madre cuando se despidió de los padres, antes de emigrar a la ciudad en los años sesenta.

El duelo por los abrazos no dados o no recibidos es uno de los duelos más difíciles de la pandemia. Para nosotros, más que para otras culturas como las orientales, la distancia social es un problema en las interaccio­nes personales, a diferencia de esas otras culturas donde es un protocolo de cortesía. El antropólog­o estadounid­ense Edward T. Hall acuñó el término proxemia para definir el uso del espacio en las interaccio­nes humanas. Esa distancia que cada uno interpone frente al otro para no sentirse invadido y que, obviamente, difiere entre sujetos, pero también entre culturas.

En los países mediterrán­eos, la gente se suele sentir más cómoda con las distancias cortas que en el norte y el centro de Europa o en Norteaméri­ca, donde aproximars­e demasiado, y ser muy efusivo en el contacto, puede provocar incomodida­d o incluso ansiedad.

El abrazo es un gesto que trata de suplir lo que no alcanza la palabra, las insuficien­cias del lenguaje. Tocar escribe en la superficie del cuerpo otro texto, no verbal pero expresivo, y abrazarse es un gesto que rodea, con los brazos abiertos y en fusión con el otro, ese vacío con el que cada uno lidia, como les ocurre ahora, más que nunca, a las personas que, como Lucía, viven solas.

Al igual que hablamos y escribimos, intentando decir lo que de todas maneras el lenguaje no alcanza, los abrazos cubren la soledad y nos permiten la ilusión del amor, necesaria para mantener los lazos de pareja, familiares o sociales. El éxito de los encuentros alrededor de mesas redondas o círculos de conversaci­ón –como en muchos grupos de autoayuda o terapéutic­os– radica en que son otra forma de rodear el agujero central que se ha reabierto, con la pandemia, en nuestras vidas.

Mientras esos abrazos llegan, nos quedan otros saludos corporales, la palabra (voz) y la mirada que, como decía Freud, alarga el tacto, ahora prohibido. La mirada, y eso incluye la sonrisa y otros gestos del rostro, es el abrazo virtual que tenemos a nuestra disposició­n. Hasta que, como dice Lucía, todo esto pase y volvamos a abrazarnos.

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