La Vanguardia

La Cañada Real y otras ciudades

- Silvia Angulo

Hace unos días The New York Times recogía el drama en el que viven los vecinos de la Cañada Real, un asentamien­to de chabolas habitado por 8.000 personas que se prolonga durante 15 kilómetros junto a la M-50 y la A-3 al sudeste de Madrid. Sin electricid­ad, agua ni calefacció­n, han sufrido las peores consecuenc­ias de las nevadas que trajo consigo el temporal Filomena. Temperatur­as bajo cero durante semanas en uno de los poblados ilegales más grandes de Europa y cuyo futuro está sujeto a unos acuerdos convertido­s en papel mojado. Más de quince oenegés trabajan sobre el terreno para intentar mejorar la situación de estas familias –la mayoría, con menores a su cargo– que viven en condicione­s infrahuman­as y a las que ya se compara con las de un “campo de refugiados en Bosnia”.

A menor escala, lo que ocurre en la Cañada Real puede verse en la mayoría de las grandes ciudades, agravado ahora, en tiempos de la covid. Los asentamien­tos en fábricas y solares abandonado­s de Badalona, València, Barcelona, Madrid cada vez están más presentes en las calles. Un fenómeno que se pensó casi extinguido y que está convirtien­do las ciudades en nuevos escenarios de pobreza sin que las urbes sepan muy bien cómo atajar y resolver esta situación cuando no cuentan con recursos ni competenci­as suficiente­s. Y tal y como evoluciona la pandemia, todo indica que va a ir a más en los próximos años.

Las calles son escenario de la pobreza, y las urbes, sin recursos ni competenci­as, no saben cómo atajar el problema

Las perspectiv­as no son nada halagüeñas. El nuevo informe sobre desigualda­des presentado esta semana por Oxfam no da lugar a la esperanza. Arroja unas cifras dramáticas y estima que la actual crisis incrementa­rá la tasa de pobreza severa. Hablamos de aquellas personas que disponen de menos de 16 euros para pasar el día, sin trabajo y sin un lugar en el que poder vivir, ya que con estos ingresos es imposible mantener una familia o una casa. Esto representa que en España 790.000 personas están abocadas a la pobreza. Para que se hagan una idea de la dimensión, sería la mitad de la población de Barcelona o todos los vecinos de l’hospitalet, Cornellà, Badalona, Santa Coloma y Sant Adrià de Besòs juntos. Esta sería la fotografía para el 2021.

La desigualda­d y la pobreza son problemas estructura­les que necesitan grandes reformas. Los servicios sociales de las ciudades están atendiendo a más gente que nunca, también las entidades sociales, que se ven incapaces de llegar a todos. Las ciudades no podrán revertir la situación por sí solas sin la complicida­d de las regiones y del Estado. Ahora no sirven políticas de austeridad, y parte de las esperanzas están puestas en los fondos Next Generation, que pueden ser una oportunida­d para garantizar un empleo a aquellos que peor lo están pasando. Será necesaria una gestión colosal con el fin de distribuir­los de forma efectiva, algo en lo que la Administra­ción española no es muy hábil, y solo hace falta recordar el fracaso del Plan E de Zapatero. Esperemos que se haya aprendido algo de anteriores crisis y que la lluvia de millones sea beneficios­a para todos y no solo para unos pocos.

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