Los partidos abren fuego con más vetos que posibles pactos
Los candidatos marcan líneas rojas para pactar en el eje nacional y el ideológico
Hechas las presentaciones, no se tardó ni un segundo en poner sobre la mesa el gran tema de discusión: los pactos postelectorales. Los partidos asumen que nadie alcanzará una mayoría incontestable –ni tan siquiera se acercará–, por lo que en el primer debate de campaña dedicaron los esfuerzos a marcar sus trincheras para el día después del 14-F. Y no solo proyectando vetos irreconciliables con las fuerzas antagónicas, sino también atando en corto a los enemigos íntimos con los que se aspira a pactar.
Cs abrió el debate y ya movió ficha, tratando de arrinconar al PSC con repetidas preguntas de Carlos Carrizosa sobre una eventual entente de los socialistas con ERC, a lo que Salvador Illa replicó garantizando que si gana las elecciones se presentará a la investidura –remarcando la diferencia con Cs en el 2017–. Carrizosa no cejó en su empeño hasta que el candidato socialista fue tajante: “No gobernaré con el independentismo, no gobernaré con ERC”. A partir de aquí, Cs propuso un gobierno “moderado” de las fuerzas constitucionalistas, pero el PP levantó la mano para presionar a Cs con su misma receta: “No se dejen engañar de nuevo”, avisó su candidato, Alejandro Fernández, en referencia al giro pactista de los naranjas con el PSOE desde la llegada de Inés Arrimadas a su timón.
Illa también recibió desde la otra orilla, especialmente por parte de la presidenciable de Junts, Laura Borràs, muy crítica con los socialistas. Así, los de Carles Puigdemont, que volvieron a reivindicar “un govern nítidamente independentista”, no solo ponen tierra de por medio con el PSC, también marcan perfil ante ERC frente a la sombra de un tripartito que sigue planeando pese a que todos lo niegan. A excepción de En Comú Podem, con una Jéssica Albiach que instó a ERC a romper con Junts y apostar por un ejecutivo “íntegramente de izquierdas”. Desde el PSC alimentan la opción de trasladar la fórmula de la Moncloa.
Quizás la apuesta más ambiciosa, aunque también quimérica, fue la de Esquerra. Pere Aragonès volvió a tender la mano a un “frente amplio con las cinco fuerzas soberanistas”, mirando a Jxcat, comunes, el PDECAT y la CUP, pero la negativa fue inmediata, con varios vetos cruzados. A los ya comentados de Jxcat y En Comú se suman los de PDECAT y la CUP. Posconvergentes y anticapitalistas reclaman la llave de la gobernabilidad para arrastrar el Govern hacia sus políticas, aunque ni unos ni otros se comprometen a compartir Consell Executiu con Junts y ERC si no hay cambios.
Quien no planteó ningún pacto fue Vox, que tras desdecirse de su oferta de facilitar una investidura del PSC para evitar una Generalitat independentista, apuesta por hacerse fuerte desde la oposición.
sa de la escuela concertada y el derecho a elegir de las familias, donde encontrarían el apoyo del PP y el PDECAT, valedores igualmente de la iniciativa privada. En cuestiones económicas, como se vio en el debate a la hora de exponer sus respectivos planes de ayudas a los autónomos, a los comerciantes y a las empresas o de protección a los propietarios frente a las ocupaciones ilegales de viviendas, el consenso tampoco sería inviable entre los miembros de este singular cuatripartito.
Tampoco ERC y el PSC estarían muy lejos en ese ideal mundo sin fronteras nacionales, y si los republicanos expresan con su “frente amplio” la voluntad de “poner las soluciones en el centro y a las personas por delante”, los socialistas quieren gobernar “para todos los catalanes”, incluso para los que no los votaron antes ni los votarán después del 14-F, la fecha en la que sitúan el “reencuentro”.
Y en ese ancho surco socialdemócrata que recela de la doctrina liberal, no sería improbable que confluyeran por un lado los comunes y por el otro la CUP, que postulan en diferente grado de modulación anticapitalista la preeminencia del sector público sobre las leyes del mercado.