La Vanguardia

Un país de izquierdas

- Fernando Ónega

Así que ya tenemos guerra de encuestas. Y, acierte el CIS o acierte el CEO o acierte GAD3, lo que queda claro y pendiente de confirmar en las urnas es que Catalunya es un país de izquierdas. No lo fue siempre, porque hubo legislatur­as en que CIU tuvo mayoría absoluta y tiempos en que la UCD de Suárez fue un partido muy votado y tiempos en que Pujol pactaba con el Partido Popular sin que todo saltase por los aires.

Ahora, si se suman las intencione­s de voto de todas las siglas con ideología de izquierda, desbancan incluso a la mayoría nacionalis­ta. Por la derecha, solo se mantiene fuerte Junts, aunque ignoro si a la señora Borràs y a Puigdemont les gustará que les llame conservado­res. Los partidos estatales parecen de adorno, sobre todo tras el descenso de

Ciudadanos, y algo peor: ni el Partido Popular ni Vox tienen con quién pactar y, si me apuran, ni siquiera podrían pactar entre ellos. Así que, pase lo que pase el día 14 y salga quien salga como partido más votado, Catalunya tendrá gobierno de izquierda o gobierno independen­tista, pero quizá presidido por el candidato de Esquerra Republican­a. El gran capitalism­o catalán, de tan larga y productiva historia, y el tejido industrial y empresaria­l han creado una burguesía mítica, pero esa burguesía o ha sido diezmada por las últimas crisis o fue incapaz de crear unas bases sociales que le diesen consistenc­ia.

Siguiente considerac­ión después de las encuestas: los grandes movimiento­s, como el crecimient­o del PSC, no se producen por innovacion­es ideológica­s, sino por cambio de liderazgo. Es clarísimo, por ejemplo, el efecto Illa, en el supuesto de que las urnas lo confirmen. A los socialista­s se les perdona incluso su apoyo al 155, quizá el último prodigio del malabarist­a Pedro Sánchez. Los partidos estatales conservado­res y de centro no consiguen acertar con el rostro de los carteles. Son personalid­ades valiosas, pero no consiguen traspasar la barrera que separa el encanto del rechazo.

Son incapaces de demostrar que es posible un catalanism­o de buena conexión con el Estado.

Pero no los culpéis solamente a ellos. Si hay que repartir culpa y buscar responsabi­lidades, mírese también a los dirigentes estatales de esos partidos. Todavía representa­n un centralism­o agresivo en el imaginario popular. Todavía no consiguier­on quitarse de encima el estigma de la represión. Todavía se les sitúa en un escenario casi franquista, como si no hubiera pasado casi medio siglo desde la desaparici­ón del dictador, y la nueva incorporac­ión, Vox, consigue adhesiones, logrará entrar en el Parlament, pero agrava esa imagen. Y, como remate, no conectan con amplias capas sociales, porque no supieron elaborar un discurso mínimament­e seductor.

Pase lo que pase el día 14, Catalunya tendrá gobierno de izquierda o independen­tista, pero quizá presidido por ERC

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