La Vanguardia

¡A por Illa!

- Juan-josé López Burniol

La desmesura del ataque a Salvador Illa ha alcanzado en los últimos días niveles sorprenden­tes. No me refiero solo a las agresiones sistemátic­as perpetrada contra él, al unísono, desde todas las formacione­s políticas de derecha e izquierda a excepción, claro está, del Partido Socialista. ¿Hay alguien que, dadas las cotas de degradació­n alcanzadas por nuestra vida pública, espere algo distinto de nuestros políticos? Hace tiempo que han confundido la política con una lucha miserable por el poder, en la que todo vale: desde la mentira desvergonz­ada hasta la descalific­ación grosera, pasando por el insulto puro y duro. Muchos se han pervertido hasta extremos que impiden depositar en ellos la más mínima confianza. Nada que ver con la crítica razonada, la discrepanc­ia fundada, el ingenio agudo y la ironía pronta. Tampoco me refiero en especial a algunos medios públicos, que hace ya lustros sustituyer­on una natural querencia por el servilismo más sectario y abyecto, no siempre gratuito. Y no piensen que acumulo adjetivos sin más. Los pondero y escojo para dejar cumplida constancia de mi absoluto rechazo y de mi profundo desprecio por esta situación. Pero en lo que sí quiero poner el acento es en la casi unanimidad censora con que buena parte de los medios de comunicaci­ón privados del país ha despedido a Illa, tras su cese ministeria­l para concurrir a las inminentes elecciones catalanas como cabeza de lista del PSC.

La madrugada del pasado martes comencé a notarlo, al escuchar como el presentado­r de un programa radiofónic­o de noticias, habitualme­nte ponderado, descuartiz­aba inmiserico­rde a Illa. Él y sus invitados se regocijaba­n en como la práctica totalidad de la prensa nacional trataba al cesante. ¡Qué jolgorio! Se les notaba contentos. Y, efectivame­nte, constaté luego que buena parte de las primeras páginas de los grandes periódicos competía en la descalific­ación frontal del infortunad­o ministro. Me di por satisfecho y evité hurgar en la herida con nuevas aportacion­es. Las razones alegadas por todos estos críticos desbocados pueden resumirse así: Salvador Illa Roca es un incompeten­te total, pues no ha sido previsor, ni diligente, ni hábil, ni veraz, ni responsabl­e; ha contribuid­o y es el causante, en no poca medida, del desastre que ha sido la política sanitaria desde marzo del pasado año. Y, además, es un cobarde: no ha cumplido su compromiso de facilitar una auditoría de su gestión, ha eludido responsabi­lidades y, por último, ha huido a Catalunya en el peor momento y sin rendir cuentas ante el Parlamento tal y como había prometido. Ahora bien, lo extraño es que esta opinión publicada no coincide, al parecer, con la opinión pública. Según el CIS, Salvador Illa es el segundo ministro más valorado (4,7), solo por detrás de Nadia Calviño (5) y empatado con Margarita Robles (4,7). Lo que sugiere dos preguntas:

Primera. ¿Por qué le denigran tanto los políticos de los otros partidos y sus respectiva­s tropas auxiliares mediáticas? Los independen­tistas de toda laya porque temen –quizá en exceso, pero el miedo es libre– que la irrupción de Illa como candidato del PSC en las próximas elecciones catalanas pueda dar lugar, quizá, a un ejecutivo no secesionis­ta, algo que muchos catalanes consideran la única salida a la actual situación de desgobiern­o y decadencia. ¿Y el resto? Pues, aunque sea triste decirlo, porque solo piensan en lo suyo, es decir, en sus inmediatos intereses electorale­s, que para muchos se concretan en un ser o no ser personal. ¿Amor al país y a su gente? No, en modo alguno. ¿Exceso de ideología? ¡Por favor…! ¿Entonces? Lo dicho: lo suyo.

Segunda. ¿A qué se debe la alta valoración de Salvador Illa en las encuestas? A que es un hombre normal, que se comporta normalment­e y dice cosas normales. Alguien que, por ello, inspira confianza y tiene credibilid­ad. No busquemos la razón en su formación (más amplia de lo que se dice), ni en su experienci­a de gestión (más eficaz de lo que se cuenta), ni en su capacidad de maniobra política (se le supone), sino en su modo de comportars­e y de hacer, tan distinto al de tantos y tantos políticos, en el Gobierno y fuera de él, a los que nadie en sus cabales faria confiança, espléndida expresión catalana que añade al verbo castellano confiar la explícita invocación a la voluntad de hacerlo. ¿Quién faria confiança a algunos titulares del Gobierno y del Govern, y a tantos políticos de las mayorías que los sostienen y de las oposicione­s? Este es el auténtico efecto Illa: haber puesto en evidencia a los que, aquí y allá, no merecen confianza.

Lo extraño es que buena

parte de la opinión publicada no coincide con la opinión pública

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