La Vanguardia

La historia de dos mujeres

- Quim Monzó

Hasta ahora, lo que sabíamos es que el marido y los siete sobrinos de Rogelia Blanco se pasaron diez días llorando su muerte. La mujer, de 85 años, pilló la covid en diciembre. Vivía en un geriátrico de Xove, en Lugo, junto con su querido esposo, y la empresa decidió trasladarl­a a otro donde tienen a los contagiado­s. Está a 220 kilómetros: Residencia Os Gozos (“misa todos los domingos a las 12.00 h”). En el viaje llevaron a dos personas: la mencionada Rogelia y otra anciana llamada Conchita, que también había dado positivo. Para acabar de complicar las cosas, a medio trayecto tuvieron que cambiar de ambulancia, porque aquella con la que habían empezado se averió.

El 13 de enero telefonear­on a su familia para decirles que había muerto. Hay que suponer que llamarían a los sobrinos porque no parece muy lógico que telefonear­an a su marido. Si vivía en la misma residencia, lo más sensato era hacer lo que hicieron: ir a su habitación y decírselo cara a cara:

–Hola, Ramón. Eh..., que venimos a decirle que su mujer ha muerto.

Pasaron diez días de duelo. A la mujer la habían enterrado al día siguiente de los hechos, en un féretro sellado, tal y como disponen las normas anticovid.

Pero entonces, en un giro inesperado de los acontecimi­entos, uno de los sobrinos recibió una llamada del geriátrico. El País la transcribe:

–Tu tía Rogelia está aquí.

El cerebro del sobrino se aceleró: –Entonces, ¿a quién enterramos el otro día?

Ahora, un cambio de paisaje como los de las teleseries de intriga. En un plano general descubrimo­s a Don Maximino Arias, de camino hacia Xove para ver a su hermana Conchita –sí, la antes mencionada–, que vive en la residencia y a quien no había podido ver desde hacía mucho a causa de las restriccio­nes pandémicas. Le han notificado que ya se ha repuesto de la covid y camina contento porque por fin la podrá ver y explicarle muchas cosas, entre ellas que días atrás, a consecuenc­ia del hielo provocado por la borrasca Filomena, resbaló y se rompió dos costillas.

Pero cuando llega le dicen que Conchita no solo no está curada sino que está muerta y enterrada desde hace diez días. Con toda la razón del mundo, Don Maximino se cabrea. Según

La Voz de Asturias, añade un razonamien­to que me gustaría ver como frase final de un capítulo de Fargo: “Me dicen que ahora tengo que pagar yo el entierro, que se lo han cobrado a los otros. Pues eso lo decidirán los jueces”. Y entonces los títulos de crédito finales y a esperar el capítulo siguiente.

Esta es una historia real; los hechos descritos ocurrieron hace unas semanas

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