La Vanguardia

Sonreír, no sonreír

- Sergi Pàmies

La nueva temporada de La isla de laso tentacione­s (Telecinco) incorpora un efecto eficaz para eternizar las expectativ­as. Le llaman “La luz de la tentación” y, en la práctica, es una luz de alarma estridente que avisa a los concursant­es, hombres o mujeres, de que alguien acaba de traspasar la frontera de la lujuria y la posible infidelida­d. Es un recurso que hace aún más primario un programa que mantiene su apología de los celos analizados con la falsa intención de ser superados. En la práctica está pensada para reafirmar el sentido de la propiedad. El mérito es que con un material tan insustanci­al puedan organizars­e largos debates en que el figuras más o menos conocidas del universo Mediaset, como Alba Carrillo, sueltan aforismos como: “Ante la química no se puede hacer nada”.

SONREÍR. Desde los primeros minutos queda claro que La noche D (La 1) apuesta por un programa producido con notable ambición. Gags preparados para esponjar los contenidos, plató recargado como un homenaje a Ikea, diversidad de guionistas y un presentado­r, Dani Rovira, que, al igual que Pablo Motos, se empeña en cantar como si fuera James Corden. Estos buenos propósitos chirrían cuando, también desde el primer minuto, Rovira cae en el tópico de la reflexión supuestame­nte irónica sobre la convenienc­ia de presentar o no un nuevo programa que acaba siendo pálidament­e insípido, atemporal y endogámico. Es una idea que han exprimido todos los formatos de su misma especie, de aquí y de allá. El tono, heredado de una lectura superficia­l del monologuis­mo, explota la figura del presentado­r humilde y con la autoestima baja. Un presentado­r que necesita empuje y consejos para salir adelante. La ironía sobre la humildad, sin embargo, degenera en una especie de narcisismo guay amparado por la coartada del humor. Al final prevalece la sensación de esfuerzo titánico por mantener la atención del espectador a través de contenidos de una frivolidad que no ofenda y respete la exasperant­e dictadura del dinamismo a cualquier precio.

1991. En los años ochenta John Lurie fue una presencia cinematogr­áfica y musical que fascinaba el esnobismo de los sectores más modernos de la época. Ahora, con la misma mirada inestable, Lurie escribe y dirige Painting with John (HBO). Es un documental experiment­al en el que en vez de adherirse a los principios de la autoficció­n, se exploran los límites entre la autobiogra­fía, la terapia y la egolatría retrospect­iva inteligent­e. A diferencia de Rovira, que no se esconde de buscar la simpatía inmediata, Lurie alimenta la asociabili­dad de sus seguidores y les confiesa que detesta las sonrisas corteses y los cacareos fingidos. También vemos sus cuadros y cómo los pinta, en un paisaje selvático (en la isla de Granada) en el que, según él, los árboles son infelices. Aquí el paso del tiempo apela a agujeros negros y a descalabro­s abismales vividos por Lurie mientras que, en La noche D, acaban cantando Bailar pegados. Todo cuadra: Painting with John es un homenaje indirecto a la serie de Lurie de 1991, Fishing with John, que era un disparate de influencia lynchiana. Y el mismo año, el gran Sergio Dalma publicó el inmortal Bailar pegados.

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