La Vanguardia

Pandemia: año II

- Susana Quadrado

No resulta fácil llevarse bien con las noticias cuando en el tablero de juego el primero en mover ficha y descolocar­te las piezas es un virus muy traidor.

La sección de Sociedad de este diario, un equipazo por cierto, entra en faena cada día a primera hora con la firme intención de dar buenas noticias. La realidad, sin embargo, parece tan tozuda como el virus y se empeña en dinamitar expectativ­as.

Basta con que un miércoles veamos una jugada clara al bajar las hospitaliz­aciones en Catalunya, para que el jueves se dé por hecho que la variante británica predominar­á en marzo, lo que significa que el virus puede volver a llenar hospitales que ahora se están vaciando. Y otra vez en jaque.

Hay noches que cerramos la jornada y el diario con una sensación de mareo. Querríamos habernos comido el mundo. Y lo que nos viene en gana a esa hora es vomitarlo. Querríamos ponerle una música bailable a la sucesión de acontecimi­entos del día. Y nos sale una marcha lúgubre. Antes sabíamos menos y reíamos más.

La pandemia entra en su año II, mañana es su cumpleaños. El 31 de enero de2020 se confirmaba el primer caso de Covid-19 en España. El alemán de La Gomera. El tiempo ha corrido rápido, aunque tanto o más el virus. Hoy el país contabiliz­a más de 2,7 millones de contagios y casi 58.000 muertos. La curva de la epidemia, más que dientes de sierra, describe el movimiento de un yoyó. Tal cual nuestras emociones: ahora estoy triste, ahora me enfado, ahora estoy alegre. Un sube y baja en el que transitamo­s del miedo a la resignació­n, la decepción y luego la rabia, y aquí nos hemos plantado.

Viene lo peor y lo mejor. Se lo oí decir a un colega de la competenci­a en la radio este miércoles, en pleno estallido de la crisis de las vacunas y la bronca de Europa con las farmacéuti­cas. Lo peor, por nuestro cansancio. Lo mejor, porque la rabia suele acortar plazos. La rabia hoy consiste en resistir y aguantar hasta hundir la transmisió­n del virus y esperar a que se produzca algo tan lógico como una vacunación 24 horas siete días a la semana. Mientras, no queda otra que aprender a vivir sin saber qué nos espera.

De este año de pandemia recordarem­os una especie de ansiedad continua. Que la vida no da prórroga, ni concede plazos y que, encima, está llena de imprevisto­s. Pero también lo recordarem­os como una época de la que supimos salir, porque de esta sí saldremos en algún momento. La suerte es que la memoria trabaja para lapidar lo triste. Puede que tenga razón el catedrátic­o de Yale Nicholas Christakis y cuando acabe todo esto nos esperen otros “locos años veinte” aun sin la banda sonora del Charleston.

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Shamaila ha conocido a su bebé, que parió enferma en la uci: Ana Macpherson se la encontró por casualidad y escribió la historia. Astrazenec­a recorta dosis pero no tantas. Los políticos dimiten por saltarse el turno de vacuna. Una parte de la juventud ve un horizonte aunque sea fuera del país. A mi amiga, la quimio le alivia el dolor. Paula ha encontrado trabajo. Mi vecina vuelve a cuidar a su nieto. El propietari­o del bar de la avenida ha sabido buscarse la vida online. Mis hijas quieren que hagamos planes juntas.

Háganse un favor y busquen las buenas noticias porque las hay. A veces están detrás de las malas... o ante nuestras narices.

Cuesta creerlo ahora, pero recordarem­os estos tiempos como una época de la que supimos salir

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