La Vanguardia

“Quiero que cada columna sea una bofetada”

Tengo 57 años. Soy de Girona. Estoy casado con Eva, y tenemos un hijo, Ernest (11), y tengo otros tres hijos: Adrià (26) y Roger (25), de una madre, y Elena (20), de otra. ¿Política? Como Julio Camba, soy anarcoaris­tócrata. ¿Religión? Johan Cruyff. Yo no

- Víctor-m. Amela – Ima Sanchís – Lluís Amiguet Víctor-m. Amela

Que busca como columnista? Collonar a los protagonis­tas de la ópera bufa del procés. Collonar? Es un término ampurdanés, payés, planiano: puede usted traducirlo por “quedarme con ellos”.

¿Qué le han hecho?

¿A mí? Divertirme. Pero no les perdono que destierren el sentido del humor, la ironía y el sarcasmo, valores que tan catalanes fueron.

¿Ya no?

Se ponen graves: si te ríes te lo afean escudados en los llamados “presos políticos”...

Hacer humor a costa de un preso.

A costa de todo, y siempre. A políticos así se les embreaba y emplumaba y sacaba del pueblo, pero aquí se les vuelve a votar.

Cada voto es sagrado.

Pero últimament­e se ha votado mucho menos con la cabeza que con el estómago.

¿Qué vota usted?

La última vez que voté fue al delegado de mi clase de COU.

Si no vota, no se queje.

No me quejo, me río. De esos políticos y de periodista­s que amplificar­on su fantasía. Perro no come perro, recuerde.

No haber dudado de los buhoneros de la Dinamarca del Sur y no haberles repregunta­do, ¿ha sido ser periodista? No: eso es otra cosa.

¿Siempre quiso ser periodista?

Primero futbolista.

¿Fino estilista o leñero?

Yo me veía fino estilista y los demás me veían leñero. Igual me pasa en el columnismo.

¿Quién es su referente en columnismo?

Estudié Derecho, pero adoraba más leer a Pla, Camba, Gaziel, Xammar... ¡Camba, sobre todo Camba! Qué ironía, que bisturí...

¿Hay alguien más?

La neoyorkina Dorothy Parker, ¡tan cáustica! Y la california­na Molly Ivins, tan irreverent­e que su catecismo es mi evangelio.

A ver, ¿se lo sabe?

“Lucha por la libertad y la justicia, pero nunca olvides divertirte haciéndolo. ¡Que tu risa resuene! Sé escandalos­o. Ridiculiza a los gatitos y regocíjate en las rarezas que la libertad engendra. Y tras patear traseros y festejar una buena pelea, no olvides contarles a los que vengan lo divertido que fue”.

¿Nunca se autocensur­a, usted?

Procuro no recurrir a insultos por escrito. ¿Y cuál es el límite de la irreverenc­ia?

“No respeta usted nada ni a nadie”, me escribio una indignada lectora. Máximo elogio. Quiero que cada columna sea una bofetada.

¿Todas contra el independen­tismo?

No, respeto a quien tenga ideas independen­tistas. No respeto, claro, a los farsantes que a su antojo vuelcan el tablero de juego.

¿Lo dice por el referéndum del 1-O?

Fue una farsa ilegal, y la ley condena a los farsantes. A nadie se condena en España por sus ideas, ¿o acaso no ve TV3?: políticos y periodista­s difunden ideas independen­tistas.

¿Las emisiones de TV3 probarían, entonces, que España es muy democrátic­a?

En Turquía no duraría un día, seguro. En España solo se penan los actos tipificado­s en el Código Penal, que es modificabl­e mediante acuerdos democrátic­os, por supuesto.

¿Es usted un apologeta de España?

Lo soy de la democracia y sus leyes, única protección del débil frente al poderoso. No de España, esa abstracció­n igual de indiferent­e para mí que Catalunya. Yo no tengo bandera, yo tengo esposa, hijos y amigos, y hasta ahí llegan mis lealtades.

¿Le enfada que le llamen botifler?

No. Me honra. Me lo dicen los que saben que el catalán que escribo es mucho mejor que el suyo. Eso jode, claro. Y les joden mis ocho apellidos catalanes (como mínimo).

¿Cómo empezó usted en prensa?

Me presenté a los veintipoco­s en la redacción de El Punt, me ofrecí... y fui correspons­al en Banyoles. Allí entré un día en el Museu Darder y vi en la mesa de su director un sobre, y lo abrí, y leí aquella carta...

¡Eso no se hace!

Ya. La carta era de un señor de Tarragona, un tal doctor Arcelín: denunciaba la exhibición en aquel museo de un negro disecado.

¡Destapó el caso del negro de Banyoles!

Sí, lo publique, y la que se lió. Recuerdo de aquellos días al colega Carles Puigdemont.

¿Trabajaron juntos?

Sí, y en la redacción me advirtiero­n “no dejes sonar más de tres timbrazos el teléfono, al cuarto se enfada”. ¿Y si el procés se debe a que un día sonó un telefonazo de más?

¿No se toma nada en serio, usted?

No me sale. Luego muchos se me acercan y por lo bajini me susurran, como si comprasen farlopa “me gusta lo que escribes”.

Ah, pues bien, ¿no?

“Pero no me atrevo a ponerte likes”, confiesan. Lo entiendo, les perjudicar­ía. Y nuestros líderes, para seguir viviendo del cuento, no les confiesan que el procés ha muerto.

¿No percibe usted represión alguna?

A mi hijo pequeño yo le señalo los chalets con su cochazo y su gran lazo amarillo, y le instruyo: “Si te aplicas, hijo mío, de mayor podrás ser un oprimido como estos”.

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ANA JIMÉNEZ
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