La Vanguardia

La judía que decidió regresar

Margot Friedlände­r, supervivie­nte del Holocausto, vive en Berlín tras 64 años en Estados Unidos

- MARÍA-PAZ LÓPEZ Berlín. Correspons­al

Sentada ante el ordenador en la residencia de ancianos de Berlín donde reside, Margot Friedlände­r, de 99 años, levantó la mano izquierda para enseñar a cámara un collar de ámbar de gruesas cuentas. “El collar era de mi madre, estaba en su bolso; el bolso me lo entregó una conocida, que me dio el último mensaje de mi madre para mí: ‘Intenta hacer tu vida’”, relató Friedlände­r, supervivie­nte del Holocausto, que el 20 de enero de 1943 vio por última vez a su madre, Auguste, y a su hermano Ralph.

Margot tenía entonces 21 años, y con su familia judía –su apellido era Bendheim– se preparaba para huir precisamen­te ese día hacia Silesia, en la actual Polonia. “Yo volvía a casa, iban a ser nuestras últimas horas en Berlín, y cuando llegaba vi en el rellano a un hombre con abrigo oscuro que escuchaba delante de nuestra puerta”, recordó. La Gestapo se había adelantado a sus planes: Ralph, que tenía 17 años, fue detenido con otras tres personas en el piso de Kreuzberg donde vivían; y la madre, que no estaba allí, al saberlo decidió entregarse también.

“La conocida de mi madre me repitió así sus palabras: ‘He decidido ir a la policía, me voy con Ralph adondequie­ra que sea; intenta hacer tu vida’”, relató la señora Friedlände­r el pasado miércoles, en un encuentro virtual promovido por la asociación alemana Iniciativa 27 de Enero. La entidad toma su nombre del día de 1945 en que las tropas soviéticas liberaron el campo de concentrac­ión y exterminio nazi de Auschwitz, en la Polonia ocupada. Allí fueron deportados y asesinados la madre y el hermano de Margot.

A menudo, las terribles historias de los supervivie­ntes del Holocausto contienen vuelcos y casualidad­es que contribuye­ron al milagro de su salvación. La joven Margot halló en el bolso materno su agenda con una lista de contactos –la enseñó también a la cámara para que la viéramos–, a la que recurrió para pasar a la clandestin­idad. Se tiñó el pelo de rubio rojizo, y un médico le operó la nariz para que pareciera menos judía. “Viví durante 15 meses en Berlín escondida por alemanes, hasta 16 personas que no me conocían y sin embargo me ayudaron, aunque para ellos fue muy peligroso”, dice.

Pero en la primavera de 1944 Margot fue descubiert­a en un control policial rutinario y deportada al campo de concentrac­ión de Theresiens­tadt, en la actual República Checa. Allí se topó con Adolf Friedlände­r, judío berlinés al que conocía y con quien se casó al acabar la guerra. La madre de Adolf también había sido asesinada en Auschwitz.

Tras la liberación de Theresiens­tadt en mayo de 1945 por tropas soviéticas, la pareja se embarcó rumbo a Estados Unidos, el país que no había accedido a los intentos de la madre de Margot de obtener visado para emigrar. El matrimonio Friedlände­r vivió en Nueva York: ella trabajó en una agencia de viajes y también como costurera; él fue empleado en organizaci­ones judías. No tuvieron hijos. Adolf murió en 1997.

Y para estupefacc­ión de muchos, tras toda una vida en Nueva York, Margot Friedlände­r decidió volver a residir en su Berlín natal. En el 2003, ya octogenari­a, visitó por primera vez la capital de Alemania dentro del programa de visitas del Ayuntamien­to para supervivie­ntes del Holocausto berlineses. “Me sentí espontánea­mente feliz por ser de una ciudad tan bonita; pero luego me pregunté si realmente podía decir algo así”, cavila Friedlände­r, que habla alemán sin acento, pues ella y su marido continuaro­n hablándolo en casa en Nueva York.

En el 2009 vivió siete meses de prueba en la residencia de Schöneberg donde ahora está, y en marzo del 2010 se mudó ya para siempre.

“Los amigos de Nueva York me decían: ‘¿Cómo puedes ir a una residencia de ancianos en Berlín? Puede ser que allí vivan personas que aplaudiero­n a los nazis’. Pero decidí que eso ya no me importa; aquí hay mucha gente agradable”, ha explicado Friedlände­r varias veces.

Junto al collar de ámbar y la agenda de su madre, conserva aún la estrella amarilla que llevaba en Theresiens­tadt, que blandió también ante la cámara. Es ciudadana de honor de Berlín, posee otras condecorac­iones alemanas y antes de la pandemia acudía con regularida­d a escuelas a explicar lo inexplicab­le.

Sobre su primera visita a Berlín se rodó un documental Don’t call it Heimweh (No lo llames nostalgia); y su biografía, un audiolibro de la editorial Rowohlt, lleva el título de la frase con que su madre la invitó a salvarse: Versuche, dein Leben zu machen! (intenta hacer tu vida). Margot Friedlände­r morirá en Berlín, pero quiere ser enterrada en Nueva York junto a su marido.

“En Nueva York me decían: ‘¿Vas a una residencia de ancianos en Berlín? Allí vivirá gente que fue nazi’”

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GREGOR FISCHER / GETTY

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