La Vanguardia

Regresar a la política

- Antoni Puigverd

Un conocido que en otro tiempo fue un socialista importante, cuyo nombre no recordaré porque no quiero que este artículo sea percibido como una crítica personal, escribe un texto sobre las elecciones. Más que la persona, me interesa su percepción de las cosas, representa­tiva de una parte considerab­le de catalanes que, habiendo confiado en las institucio­nes de la monarquía democrátic­a hasta el punto de colaborar activament­e con ella, cayeron del caballo conmovidos por la crisis del Estatut y también por la emoción compartida de un millón de personas celebrando por las calles una catalanida­d sin límites. A pesar de la evidencia de que el independen­tismo arrastra a todo el país a su callejón sin salida, continúan, más que fieles al independen­tismo, dolidos con España.

Situándose en la óptica independen­tista, el texto critica con la típica displicenc­ia de trinchera a los “partidos unionistas y algunos sectores autodenomi­nados equidistan­tes”. Sostiene que idealizan la situación de hace diez años y al mismo tiempo pretenden que las desgracias del país son debidas a que una parte considerab­le de catalanes “perdió el juicio”. Argumenta que el recorte estatutari­o, la mala financiaci­ón (la califica de expolio), la recentrali­zación y la carencia de inversione­s son explicació­n más que suficiente­s del empuje independen­tista. Y afirma que “sería muy mala cosa escuchar los cantos de sirena” de los que quieren pasar página al procés porque “todavía es hora de que alguien plantee a los catalanes alguna propuesta atractiva, alguna vía que pueda mejorar nuestra situación”.

No deja de sorprender que activos militantes del PSUC y el PSC (y sus antepasado­s: MSC, FOC, CSC) hayan derivado hacia posiciones identitari­as tan unívocas. Con estilos diferentes, estos dos partidos propusiero­n, ya en pleno franquismo, reconstrui­r la catalanida­d con los materiales culturales, sentimenta­les e históricos del pasado, sí, pero también con todo el bagaje cultural y emocional que aportaban tantos catalanes de adopción y sus descendien­tes, ahora tan bien arraigados. Para hacer posible la nueva síntesis era esencial mantener sentimient­os de pertenenci­a compartido­s. Contrariam­ente, el procés ha obligado a elegir entre el amor al padre o la madre. Hay quien habla de fractura con la pretensión de dibujar una guerra civil catalana que no se ha producido de ninguna manera. Pero es un hecho que Catalunya se está convirtien­do en un país geminado. Un territorio con dos culturas o identidade­s aisladas en su respectiva burbuja, que se ignoran cada vez más y tienden a detestarse. Catalunya estaba muy preparada para entender el siglo XXI: sociedades de gran pluralidad interna. Pero hemos retrocedid­o al XIX.

Ahora bien: si el procés ha dado un empuje decisivo en la consolidac­ión de burbujas culturales impermeabl­es, no hay que olvidar la persistent­e presión españolist­a, demonizado­ra de la diferencia, que desde el 23-F estuvo intentando rectificar de facto la pluralidad que la Constituci­ón ampara(ba). Tumbando la Loapa, el Constituci­onal de los ochenta lo evitó. Pero en el 2010 sancionó esta recentrali­zación aprovechan­do que corregía severament­e el Estatut. Una larga corriente mediática, política y jurídica, intensific­ada en tiempos de Aznar, ha pugnado por reducir la pluralidad española a anécdota decorativa.

Parece que a los independen­tistas de segunda generación, además de pedirles un acto de fe en Illa y Sánchez (que, de momento, no explican cómo conseguirá­n reunirnos), se les exige la rendición. Nadie se rinde si puede seguir soñando. Nadie se rinde si cuenta con el castillo de la Generalita­t. El reencuentr­o implica retroceder, no al pasado, sino al espíritu del pacto territoria­l que hizo posible la Constituci­ón. Para deshacer el nudo catalán, es esencial volver al punto en que todavía era posible la política.

Catalunya estaba preparada para entender el siglo XXI; hemos retrocedid­o al XIX

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