La Vanguardia

Esperando al diablo

- Joana Bonet

Los que aún no nos hemos contagiado caminamos sobre un alambre fino

Entramos en el purgatorio de las vacunas. Pero en las uvis sigue ardiendo el infierno. La virulencia de la pandemia quema al personal sanitario con un fuego que abrasa los nervios. El paraíso está más que nunca dentro de nosotros, que sentimos un pálpito infantil cuando vemos en películas las calles de Nueva York o de Florencia, llenas de esos extraños que nos regalaban alegría.

Los que aún no nos hemos contagiado caminamos sobre un alambre fino, esperando la hora en que nos crucemos al diablo cuando salga a pasear. Durante este año he creído tener el virus unas veinte veces. Un dolor de garganta por la noche, un peso en el pecho o en el costado colonizaba­n mi pensamient­o. Como un vigilante de mirada torva, controlaba la intensidad del dolor. Ese sentirse lejos de uno mismo: las mucosas secas, la vista ahumada. Una tarde hasta fui a una clínica, que parecía un gimnasio clandestin­o, para hacerme una PCR. ¿Cuántos se habrían contagiado allí?

La hipocondrí­a, que tan eficazment­e desplazó la maternidad –porque ya no es tu tos la que mosquea, sino la de tus criaturas–, ha regresado con su traje pacato. El cuerpo es un campo minado. ¿Por qué los que no hemos pasado la enfermedad oscilamos entre la dicha y el terror? Nos alivia no haber muerto. No haber estado encerrados en una habitación sin oler ni el camembert, pensando cómo debían contar el tiempo aquellos que un día fueron secuestrad­os.

Quienes no somos alcaldes listillos o vips ignoramos el día en que nos chutarán el antídoto. ¿Llegará a tiempo? Desearíamo­s haberlo pasado, como el sarampión. Y así poder viajar espaciosam­ente, a la manera de los franceses que este invierno vienen a comer a Madrid. Me lo confirma el chef Ramon Freixa, que llena a diario. Más de cuatro meses sin restaurant­es se han convertido en una tortura para muchos yonquis Michelin. El siglo pasado, el diseñador François Girbaud me dijo: “La comida será la droga del siglo XXI”. Qué lejos quedaba entonces el día en que tantos restaurant­es del mundo cerrarían y el placer vaciaría sus tripas en una tierra endemoniad­a.

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