La Vanguardia

El siglo XXI llega a Gibraltar

- Carles Casajuana

El preacuerdo alcanzado el 31 de diciembre entre España y el Reino Unido sobre Gibraltar no ha tenido la atención que merece. Supongo que esto se debe a que las cosas que están bien raramente son noticia.

Con Gibraltar, España ha intentado en los últimos sesenta años todo tipo de políticas. En más de una ocasión hemos querido obtener un beneficio a costa del Reino Unido y de los gibraltare­ños, y hemos acabado perjudicán­donos a nosotros mismos, haciendo buena la ley de oro de la estupidez de Carlo M. Cipolla (aquella ley que dice que si A realiza una acción que le proporcion­a un beneficio causando un perjuicio a B, es un malvado; si la acción le perjudica y en cambio favorece a B, es un incauto; si la acción les favorece a los dos, es inteligent­e, y si la acción les perjudica a los dos, es estúpido).

Esta vez nos hemos propuesto con inteligenc­ia aprovechar la infeliz circunstan­cia del Brexit para mejorar nuestra posición, pero no a costa de perjudicar al Reino Unido y a los gibraltare­ños, sino, al contrario, tratando de que ellos también salgan ganando sin merma para nosotros, que es la manera de asegurarno­s de que los efectos positivos del acuerdo perdurarán. Y, por lo que parece, estamos en camino de conseguirl­o.

Lo hemos hecho sin ceder un ápice en la cuestión de la soberanía, pero sin obsesionar­nos con ella ni dejar que se convierta en un obstáculo. El objetivo ha sido crear una zona de prosperida­d compartida a ambos lados de la verja, en Gibraltar y el Campo de Gibraltar.

La columna vertebral del preacuerdo –según la exposición de la ministra González Laya ante la comisión mixta del Congreso y el Senado para la Unión Europea– es la incorporac­ión de Gibraltar al espacio Schengen. Esta incorporac­ión implicará la eliminació­n de la frontera entre Gibraltar y España –la verja– y conllevará un estricto alineamien­to regulatori­o para que Gibraltar pueda formar parte de la unión aduanera, sin privilegio­s fiscales y cerrando la puerta a toda forma de competenci­a desleal.

Se trata de un paso de gran trascenden­cia, que puede cambiar para siempre –a mejor, sin ningún genero de duda– las relaciones entre España y Gibraltar. En términos de vida cotidiana, Gibraltar será más español que nunca desde el tratado de Utrecht.

De momento, se ha cerrado tan solo un principio de acuerdo. Los detalles se conocerán cuando la Unión Europea y el Reino Unido concluyan el acuerdo definitivo, que deberá ser negociado por la Comisión Europea y aprobado por todos los estados miembros y por el Parlamento Europeo.

Con la incorporac­ión al espacio Schengen, Gibraltar se convertirá en frontera exterior de la Unión. Esto exigirá controles fronterizo­s para los viajeros y las mercancías procedente­s de terceros países, incluido el Reino Unido. Los controles de viajeros estarán a cargo, en primer lugar, de las autoridade­s gibraltare­ñas y, en segundo lugar, de las autoridade­s Schengen, representa­das por España, que será asistida durante los primeros cuatro años por la agencia europea de fronteras, Frontex.

La incorporac­ión de Gibraltar a la unión aduanera exigirá el establecim­iento de aranceles y el pleno alineamien­to con la UE en materia fiscal, con la aplicación en Gibraltar

del IVA y de los impuestos especiales sobre productos como el alcohol, el tabaco y el combustibl­e, para evitar tráficos ilícitos.

También se exigirá un intercambi­o de informació­n muy riguroso para evitar el fraude en la imposición directa, tanto para empresas como para ciudadanos. Se trata de evitar que los ciudadanos y las empresas puedan trasladar su residencia de forma ficticia u operar en el territorio español desde Gibraltar para obtener un trato fiscal más favorable. Se incluirán medidas para luchar contra el blanqueo de capitales. Gibraltar dejará de ser un paraíso fiscal.

Se establecer­án fórmulas de cooperació­n en materia de seguridad social, lo que favorecerá a los más de diez mil españoles que trabajan en Gibraltar y a los gibraltare­ños que trabajan en España. También se establecer­án mecanismos para asegurar la competenci­a leal en materia de transporte aéreo y marítimo. Gibraltar deberá mantener el mismo nivel de exigencia en materia de medio ambiente que la Unión Europea.

El objetivo de este preacuerdo, concebido con una mentalidad del siglo XXI, pensando más en el bienestar de los ciudadanos que en las banderas, es converger en las condicione­s más favorables para todos. Los gibraltare­ños ganarán en movilidad y evitarán los efectos del Brexit, contra el que votaron de forma masiva. Los británicos reducirán un foco de tensiones con España. Y España evitará el contraband­o y la competenci­a desleal y se asegurará las máximas sinergias para que Gibraltar contribuya al crecimient­o económico de toda la zona.

Habrá roces, sin duda. Son inevitable­s. También habrá rendijas que serán aprovechad­as por algunos avispados para obtener beneficios que hoy no son fáciles de prever. Hecha la ley… Pero si este acuerdo se aplica con buena voluntad por ambas partes, con los ajustes que vayan siendo precisos, sus efectos serán muy provechoso­s para todos, sobre todo a medio y largo plazo.

La gran paradoja, como señaló con acierto el portavoz del PP en la comisión mixta, el senador Rubén Moreno, es que con este acuerdo Gibraltar será más europeo que en el cerca de medio siglo que el Reino Unido ha formado parte de la Unión Europea. No sé si él no lo ve como algo positivo, pero para mí un Gibraltar más europeo, tras el Brexit, quiere decir más próximo a España. ¿No es de esto de lo que se trata?

Aparcar la espinosa cuestión de la soberanía y centrarnos en la idea de la prosperida­d compartida se puede convertir a la larga en el camino más corto para resolver definitiva­mente el contencios­o. Y mientras tanto, habremos conseguido salir ganando todos, británicos, gibraltare­ños y españoles.

Con el acuerdo, salimos ganando todos, británicos, gibraltare­ños y españoles

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JORGE GUERRERO / GETTY
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