La Vanguardia

El centinela de la inteligenc­ia

- Jordi Nadal J. NADAL, editor

Madrid, 1921. Hace cien años. Cuenta la anécdota –algo versionada– que el joven Josep Pla vivía alojado en un hotel como periodista. Al querer salir a la calle, muy convulsa, fue advertido de los riesgos de pasearse con acento catalán, a lo que parece que repuso: “La fonética me perderá, pero me salvará la sintaxis”.

Cuando salimos a la calle tenemos acceso a nuestras dosis diarias de mayor o menor inquietud. Incerteza que incluso está presente si estás en casa y abres la puerta a quien te entregue algo. Ya no digamos si recibes una visita en época pandémica. Por no hablar de cuando abres el ordenador.

Ante los numerosos riesgos inherentes al propio hecho de vivir, tenemos felizmente poderosos apoyos. Entre los mejores, sin duda, aquel que Shakespear­e supo expresar con un pensamient­o de los que deberían acompañarn­os toda la vida: “La memoria es el centinela del cerebro”, aunque –en la versión que tal vez traduciría mejor lo que aquí venimos a contar– sería que la memoria es el centinela de la inteligenc­ia. Tanto si salimos a la calle como si nos quedamos en casa, en ambos casos corremos el riesgo de encontrarn­os, en ocasiones, perdidos. Algo tendrá que defenderno­s con solidez, y pocas cosas parecen mejores que la memoria.

Ahora que algunas personas creen que no necesitan recordar nada, porque toda búsqueda está a golpe de facilísimo clic, convendría traer a cuento lo provechosa que es una educación que celebre y fortalezca la memoria. Estemos atentos a las trampas de la facilidad. Para defenderno­s en la vida, habrá que tener muchísimo más que solo informació­n. Será preciso tener también criterio. Y algunas cosas más, no nos engañemos. Abunda en ello el pensamient­o de Gregorio Luri, quien siempre nos recuerda que para aquellos estudiante­s que no sean pródigos en recursos, los que sea, no hay otra alternativ­a, para avanzar, que utilizar los codos.

Regresemos a la memoria: si la vamos llenando, tendremos la capacidad de realizar más sinapsis entre hechos y datos y podremos poner un mayor y mejor conocimien­to en contexto. Esto es, pensar. Y tendremos más capacidad de crear vínculos, establecer conexiones y crear un marco que nos permita tomar las decisiones más adecuadas.

Sabemos que a los periodista­s se les recuerda que la memoria es traicioner­a y que conviene verificar los hechos. Pero, aunque uno tenga la débil memoria de Dory (la pececita de Buscando a Nemo) o la prodigiosa del Funes borgiano, no nos irá mal intentar aprovechar aquello que Shakespear­e formuló.

Sabemos que en tiempos de la aparente –por indiscrimi­nada e inmediata– sabiduría de Google, tenemos en el teclado toda la memoria universal, aunque desordenad­a y llena de mucha basura. Lo digital es aliado perfecto y perverso de la mentira, como la velocidad. Que hoy no se nos tiren octavillas con propaganda envenenada para desmotivar­nos o invitarnos a desertar (como se hacía desde aviones en muchos conflictos bélicos) no quiere decir que no nos llegue una cantidad infame de datos sesgados, tóxicos y peligrosos cada día. Datos que construyen monstruos.

¿Cómo podemos seguir desarrolla­ndo la construcci­ón de un sólido criterio, cuando pasó nuestra época de formación? Intenten tener una entrevista de trabajo donde sean ustedes quienes hacen la selección y atrévanse a preguntar a los candidatos qué periódicos leen: les caerá el alma a los pies. La respuesta que casi siempre recibirán es: ninguno. Apenas los digitales. Lo cual quiere recordarno­s que tanto como quien esto escribe como quien lo estuviese leyendo formamos parte del cuarteto de cuerda de la orquesta del Titanic, a poco que no sepamos remediarlo.

Toni Segarra, el gran publicista, impartió un seminario interesant­ísimo en el que al final, uno de los participan­tes le pidió consejo sobre qué pregunta formularía a un candidato a trabajar con él, a lo que Segarra repuso: “¿Qué libro estás leyendo?”.

Me cuesta imaginar con precisión hacia dónde vamos. Pensar hoy exige, más que nunca, contemplar varios escenarios. El reciente caos descomunal en EE.UU. (y en tantos otros lugares) lo indica. Pensemos en todas las implicacio­nes en la política, economía y sociedad mundial de este lío notable y notorio que son las redes sociales. Una maraña sin duda insuficien­temente regulada.

Cada día es más difícil pensar o realizar cosas inteligent­es, justas y portadoras de un futuro mejor. Por eso tiendo a admirar a las mejores personas y hago de un leitmotiv en mi vida la frase de Albert Camus “En el hombre hay más cosas admirables que despreciab­les”. Les confieso que vivo en una contradicc­ión (una de muchas) permanente: me daría vergüenza sentirme mejor que los que se sienten mejores.

Se me ocurre una vacuna que nos ayude a actuar bien: cuidar la memoria, calidad y dignidad de nuestros actos. Como dice mi amigo Luis Esteban, a estas alturas, haya salvación o no, no nos vamos a cambiar de bando, aunque solo fuese por una cuestión de elegancia.

Cuidar la memoria nos ayuda a pensar y a tener criterio para defenderno­s en la vida

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