Historias de la fotografía
Foto Colectania invita a releer las imágenes mediante textos de sus autores
Coinciden en Barcelona dos exposiciones que prestan especial atención al complemento textual de la imagen fotográfica, a la posibilidad de enriquecer su significado y expandir su alcance mediante textos capaces de iluminar su sentido. Me refiero a las muestras Basado en historias reales, en Foto Colectania hasta el 28 de febrero, y Activistas por la vida, que presenta Gervasio Sánchez en Arts Santa Mònica, hasta el 14 de marzo. Ambas son recomendables, pero hoy me centraré solo en la primera.
Comisariada por Irene de Mendoza, la exposición de Colectania parte de la premisa de que detrás de cada fotografía hay una historia. La muestra es una selección de una pequeña parte de la colección de Foto Colectania, iniciada hace 20 años y que suma ya más de 3.000 obras de más de 80 fotógrafos y fotógrafas españoles y portugueses, realizadas entre 1950 y la actualidad.
Esta es la segunda ocasión en que Colectania presenta una selección de sus fondos mediante este método que consiste en relacionar las fotos con textos de los propios autores –o bien de otras personas– que explican las circunstancias de su realización, las intenciones, procesos, azares y objetivos que operan en la realización de una imagen fotográfica. Pues las fotografías no se toman, sino que se hacen, se componen tras un encuentro inicial, y este a su vez surge de una atención especial, posterior a una búsqueda y a una reflexión previas.
La primera ocasión en que se produjo este diálogo entre fotografías de la colección y textos de sus autores fue en la muestra Vidas privadas, que tuvo lugar en la primera sede barcelonesa de Colectania, en el 2004. Entonces el comisariado fue obra de Pepe Font de Mora y la edición del libro, de Lola Garrido. Esta vez no hay libro, y es una lástima, porque la muestra lo merece.
Hay comentarios que son mucho más reveladores y profundos que otros. Entre las reflexiones más certeras destacaré la del leridano Ton Sirera, pionero de la fotografía abstracta en nuestro país, y también cineasta experimental, de quien se exponen tres naturalezas abstractas de 1960. Afirmaba Sirera: “Este es, en rigor, el papel que ha de desempeñar la fotografía: aislar, para dotar a lo que es familiar de una virtud de extrañeza”. También el texto que acompaña a la foto de Leopoldo Pomés Imagen blanca (1969) es revelador, pues indica la importancia que un fotógrafo concede a ciertas condiciones climáticas que pueden hacer posible o imposible la realización de la fotografía previamente imaginada y deseada.
En otro registro, son inquietantes las palabras de Francisco Ontañón sobre Niño con pistola, de 1959. El fotógrafo se siente culpable al no saber qué se ha hecho de aquel niño que parecía jugar a ser delincuente. Y no menos inquietante es el retrato de una intimidad robada, de Carlos Pérez Siquier: una madre que amamanta a su bebé le lanza, con un gesto, una maldición gitana.
Me parece decepcionante el texto de Xavier Miserachs sobre El metro de plaza Cataluña (1954). Es una explicación empobrecedora, que demuestra que el autor –pese a su evidente talento– tiene una visión superficial de su propia obra. En la muestra abundan las fotos espléndidas. Entre ellas, la de Ricard Terré del Liceu en 1956, la icónica y desgarradora Emigración (1957) de Manuel Ferrol, Inmigrantes en el Café de la Ópera y Ropa tendida en El Carmelo (1976), de Manel Armengol, o ese Hombre con traje (1995), de Inês Gonçalves, frágil y perdido en la intemperie seca de Cabo Verde.
Manolo Laguillo. Igualmente recomendable es la retrospectiva de Manolo Laguillo Proyectos (19832020), hasta el 14 de febrero en La Virreina. Sus paisajes urbanos y periféricos significan reflexiones sobre el orden y el desorden urbanístico. Especialmente destacables son sus series de Madrid, Beirut y Japón, y su noción del “pseudopanorama”, que le permite componer una continuidad espacial con distintos lugares y horizontes.