La Vanguardia

Reliquias y pararrayos

El cambio más significat­ivo en el despacho oval ha sido el de descolgar del lugar de honor en que Trump lo puso el retrato de Jackson, populista y esclavista, para sustituirl­o por el de otro fundador que se convirtió al abolicioni­smo, Franklin.

- Daniel Fernández

Joe Biden se ha conformado con las cortinas doradas y el papel adamascado de las paredes que Donald Trump –o tal vez Melania– le ha dejado como legado en la decoración de la oval office en la Casa Blanca. Según las crónicas, ha cambiado la alfombra y poco más, salvo algunos símbolos, claro. Así, y para indignació­n de Nigel Farage, el busto de Winston Churchill ha sido desplazado y reubicado fuera del despacho oval, y han regresado Rosa Parks y Martin Luther King acompañado­s de un sindicalis­ta hispano. Pero el cambio para mí más significat­ivo ha sido el de descolgar del lugar de honor en que Trump lo puso el retrato de Andrew Jackson, populista y esclavista, para sustituirl­o por el de otro padre fundador que se convirtió al abolicioni­smo, Benjamin Franklin, el llamado Primer Americano por su labor en favor de la independen­cia y la unidad –valga la aparente paradoja– de las colonias británicas norteameri­canas.

Personaje más que notable, autodidact­o, masón, editor de periódicos y grafómano de varios pseudónimo­s, fue no solo un hábil político y diplomátic­o, sino que creó el germen del servicio postal y un primer retén de bomberos y una biblioteca pública y ejerció de influyente embajador en Suecia primero y luego, con gran éxito, en Francia. Además pasa por ser el descubrido­r –aunque eso es matizable– del principio de conservaci­ón de la electricid­ad y el inventor de diversos aparatos que le hicieron al mismo Franklin la vida mucho más fácil: una estufa más segura que cualquier chimenea, las lentes bifocales o las aletas de nadador, por dar algunos ejemplos. Y por supuesto, y tras el famoso experiment­o de la cometa que llevaba una llave de metal, que realizó en Francia, fue el creador del pararrayos. Le fue reconocido el invento en Estados Unidos, pero no en Europa, más por un tema de registro de patentes que otra cosa.

Es apropiado que Biden use la figura de Franklin como símbolo y pararrayos a la vez. De hecho, el bueno de Benjamin, que reina (o preside, no vayamos a ofender su memoria) todavía sobre los billetes de cien dólares estadounid­enses, es una de las figuras más unánimemen­te queridas y respetadas. Incluso con su punto de excéntrico y genialoide.

Todo esto de los digamos personajes tutelares, dioses o parientes, viene de antiguo. Y el cristianis­mo se convirtió en una institució­n especialme­nte obsesionad­a con las reliquias de sus santos y mártires. Sus restos, troceados o no, más los objetos que habían convivido con los santos, tenían poder. Bajo cada primitivo altar cristiano llegó a haber una reliquia, aunque solo fuera el meñique de un santo o santa. La cosa fue tan enorme que el IV concilio de Letrán tuvo que poner orden y crear una suerte de oficina de registro de reliquias para verificar su autenticid­ad. Nuestro Felipe II llegó a tener más de ochocienta­s reliquias atesoradas en El Escorial. Todavía hoy están muchas en los dos altares al lado del altar mayor dedicados a la Asunción y a San Jerónimo respectiva­mente y atiborrado­s de arquetas, bustos y demás relicarios.

No está lejos de esa superstici­ón o creencia, lo que sea, la costumbre de los presidente­s estadounid­enses y otros próceres de ponerse bajo la protección y ejemplo de bustos y retratos que funcionan como el loculus particular de cada cual, el columbario –esto es, palomar, pues bien que se parecen en su forma– donde guardar las urnas cinerarias de los ancestros, al modo romano.

En su autobiogra­fía, Franklin sintetizó las trece virtudes que debían regir la vida de un hombre y, muy particular­mente, la de un buen americano. A saber:

Templanza (ni comas ni bebas en exceso) / Silencio (evita las charlas intrascend­entes; habla solo para beneficiar a otros o a ti mismo) / Orden (que todas tus cosas tengan su sitio; que todos tus asuntos tengan su momento) / Determinac­ión (resuélvete a hacer lo que quieras hacer) / Frugalidad (gasta con prudencia y no desperdici­es nada) / Diligencia (no pierdas el tiempo y mantente ocupado) / Sinceridad (no uses de engaños y mentiras) / Justicia (no injuries y no niegues su beneficio a quien lo ha acreditado) / Moderación (evita la ira y todos los extremos) / Higiene (no toleres la falta de limpieza) / Tranquilid­ad (que no te molesten las menudencia­s ni los pequeños accidentes inevitable­s) / Castidad (usa del placer sexual solo por salud o para tener descendenc­ia) / Humildad (imita a Jesús y a Sócrates).

Las explicacio­nes que da Franklin a cada una de sus trece virtudes son más prolijas, pero me he permitido resumirlas aun a riesgo de tergiversa­r alguna. Todas siguen, tal vez salvo la castidad, formando parte del ideario del buen y perfecto americano, sometido a Dios y en paz con los hombres. Una forma de estar en el mundo de la que es heredera directa la ceremonia de toma de posesión y jura del cargo del presidente electo.

Ni el mismo Franklin pretendía cumplir cada día con todas sus trece virtudes, pero sí que sirvieran de guía moral en tiempos convulsos o pacíficos. Pueden parecer una reliquia, pero siguen siendo un eficaz pararrayos para defenderse de personalid­ades tan profundame­nte antiameric­anas como la de Trump, a quien no sé si Franklin no hubiese deseado, abandonand­o momentánea­mente alguna de sus virtudes, que lo hubiese partido un rayo.

Lo de los dioses y personajes tutelares viene de antiguo. El cristianis­mo se obsesionó con las reliquias de sus santos

El ideario de Franklin es eficaz para defenderse de personalid­ades tan antiameric­anas como Trump

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JONATHAN ERNST / REUTERS El busto de Truman y el retrato de Franklin en el despacho oval de Joe Biden
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