La Vanguardia

Ganarse la vida

- Sergi Pàmies

Empieza el partido y Messi sabe que si juega bien le criticarán por cobrar demasiado y si juega mal, también. No importa que sea uno de los jugadores con el mejor rendimient­o de la historia. La maquinaria se ha activado para criminaliz­arlo con una turbina opinativa que confunde el inmenso valor periodísti­co del documento y su contextual­ización. Así no se habla tanto de la gestión directiva catastrófi­ca de los últimos años y de investigar el despilfarr­o de cientos de millones, algunos en comisiones amparadas por la coartada confidenci­al.

Es la misma confidenci­alidad que solo ofende cuando la practican los demás. La literalida­d del contrato, en cambio, nos confronta a evidencias que son soportable­s cuando tienen la volatilida­d de un rumor, pero que indignan cuando se trata de 555 millones de faves comptades. La frontera entre la hipocresía del silencio y la demagogia del escándalo es muy fina. Y como en otros ámbitos de la actualidad, no cotiza concentrar­se en la comprensió­n de los hechos sino enterrarse en trincheras improvisad­as.

Las cláusulas por fidelidad o por renovación, por ejemplo, ¿quién las instauró?, ¿desde cuándo?, y ¿con qué jugadores? Son conceptos tergiversa­dos por la aplicación, objetivame­nte grotesca, del contrato. Si la fidelidad permite el adulterio o el abandono, ¿tiene sentido? Y si renovar implica privilegio­s y primas, ¿por qué rescindir no obliga a hacer efectivas compensaci­ones proporcion­ales?

En la práctica, es un empujón más para que Messi se marche dejando que el entorno –inmortal y mutante– haga el trabajo sucio y prepare el colchón de discordia mediática que más conviene. La proporción entre la certeza de los hechos y la estridenci­a de las interpreta­ciones preocupa. Quizá por eso, y porque lo único que le queda a Messi es el cumplimien­to del contrato y el prestigio que se ha ganado en el campo, no solo no se escondió sino que, en el minuto 19, marcó un gol que, a diferencia de los que marcaba Saviola, no tiene prima añadida. El liderazgo de Messi en un partido sólido, con buena circulació­n de la pelota, no puede evitar que el Athletic empate y que el viento se lleve la posibilida­d de una noche plácida. Incluso Umtiti se apunta a la moda de la incertidum­bre y a la imposibili­dad de hacer vaticinios fiables. Estaba desahuciad­o incluso por los informes del club y, en cambio, aún puede ofrecer un rendimient­o notable. El equipo persiste, de Pjanic a De Jong y de De Jong a Sergi Roberto, felizmente recuperado. Y aunque la sensación es de imprecisió­n, agravada por el empate del rival, Mingueza acaba siendo decisivo para que Griezmann marque el segundo gol.

El cuarto de hora final pone a prueba la fortaleza del equipo y la salud cardiaca de los culés. Williams y Muniain atacan y el Barça pierde balones desconcert­antes y juega con tres centrales porque a veces la vida es dura y desesperad­a. Con la autoestima baja y la credibilid­ad institucio­nal devaluada por meses y años de ineptitud, la imagen de la piña de jugadores celebrando el segundo gol combate tanto los diagnóstic­os argumentad­os como los intuidos. Los minutos se eternizan. Hoy la importanci­a de la victoria consolida el crecimient­o del equipo, y eso siempre ilusiona. Hablo por mí: me encanta que, con indiferenc­ia de que salga Villalibre y su diletante trompeta, Messi se haya ganado dignamente lo que le pagan.

La confidenci­alidad de los contratos solo ofende cuando la practican los demás

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ÀLEX GARCIA Messi ejecuta el lanzamient­o de falta que abrió el marcador
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